LOS PROCEDIMIENTOS DE LA SANTA INQUISICIÓN
Cuando en una determinada
zona, existía la sospecha de la existencia de núcleos de herejes o de brujas,
la represión se iniciaba con el envío de tres o cuatro monjes inquisidores, los
cuales reunían a toda la población en la iglesia. Un solemne sermón exhortaba a
los fieles a que aportasen todos sus recursos para colaborar y a los culpables a que solicitasen el divino
perdón, presentándose ante los jueces en un plazo que oscilaba entre quince y
treinta días -Tiempo de Gracia-. Durante ese período los que confesaran su
error podían contar con la benevolencia y misericordia del tribunal. La
confesión voluntaria solía evitar la pena de muerte y la prisión perpetua.
Además del Edicto de Tiempo de Gracia, se hacía público el Edicto de Fe, que
ordenaba a todos los cristianos, bajo pena de excomunión, a que denunciaran a
los sospechosos de herejía o brujería.
Pasado el plazo de un mes,
ya no se podía contar con la misericordia del tribunal. Los sospechosos eran
perseguidos, la menor sospecha daba lugar a una minuciosa investigación.
Los inculpados eran convocados mediante una citación, a veces verbal, a veces escrita que transmitía el cura de la parroquia quien se personaba en el domicilio del acusado, acompañado de testigos dignos de fe. Si se negaba a acudir, o se daba a la fuga, la inquisición lo comunicaba a los poderes civiles quienes procedían a encargase del caso.
En el caso de que un acusado estuviese
ausente, o dado a la fuga, quedaba inmediatamente excomulgado provisionalmente
como medida cautelar y al cabo de un año, si persistía en no comparecer era
excomulgado a perpetuidad.
Los inculpados eran convocados mediante una citación, a veces verbal, a veces escrita que transmitía el cura de la parroquia quien se personaba en el domicilio del acusado, acompañado de testigos dignos de fe. Si se negaba a acudir, o se daba a la fuga, la inquisición lo comunicaba a los poderes civiles quienes procedían a encargase del caso.
Una vez detenido, el
acusado era encarcelado a la espera de comparecer ante el tribunal, cosa que
podía extenderse durante bastante tiempo,
como fue el caso de San Juan de la Cruz que permaneció durante seis años encerrado a la espera de su juicio por tener tratos con el demonio y por hereje, hay que tener en cuenta que procedía de familia judía.
como fue el caso de San Juan de la Cruz que permaneció durante seis años encerrado a la espera de su juicio por tener tratos con el demonio y por hereje, hay que tener en cuenta que procedía de familia judía.
Dos Inquisidores con igual
autoridad, estaban encargados de cada tribunal, ayudados por asistentes,
notarios, secretarios, alguaciles, policías y consejeros especiales, además de
los “Boni Viri”- hombres buenos - una especie de jurado formado por un número
de personas que podía oscilar entre 2 o 20 y que gozaban de voz consultiva,
aunque no asistían a los interrogatorios de los que sólo conocían los sumarios
y las sentencias.
La autoridad de los Tribunales eran tan grande
que les permitía excomulgar o condenar por igual a reyes, príncipes y gentes
del bajo pueblo. Los Inquisidores fueron pues personajes formidables, y en
general gozaron de cierto prestigio de personas justas y misericordes, no
obstante algunos, comoTorquemada o Spengler, se ganaron una mala fama, acusados
de excesiva crueldad y de cometer excesos y abusos.
Los Tribunales de la
Inquisición se establecían por períodos definidos en determinadas localidades,
desde las cuales los inquisidores emitían las órdenes demandando que se presentase
ante ellos cualquier culpable de herejía. Los Inquisidores podían interponer
demandas contra cualquier persona sospechosa..
Si los inquisidores
decidían juzgar a una persona sospechosa, el clérigo que inducía la sospecha,
era el encargado de entregar la citación. La policía inquisitorial buscaba a
aquellos que se habían negado a obedecer las citaciones y no se reconocía para
éstos sospechosos el derecho de asilo -refugiarse en una iglesia- que se
concedía a los criminales vulgares. A los acusados se les daba una relación de
los cargos que había contra ellos, podían responder de los cargos haciendo uso
de la palabra tanto tiempo como pudieran necesitar. Generalmente los nombres de
los acusadores no eran revelados a los sospechosos. Posteriormente, los
acusados eran obligados bajo juramento sobre las Sagradas Escrituras a
responder a todas las acusaciones que se les imputaban, el interrogatorio se
desarrollaba en presencia de dos religiosos y de un notario encargado de
redactar el informe de las disposiciones, de manera que se convertían en sus
propios acusadores.
En un primer momento la acusada era desnudada e investigada conciencudamente, buscando las tristemente famosas "marcas de las brujas"
De hecho los Inquisidores tuvieron pronto en su poder bosquejos de modelos de interrogatorio que habían servido para otros casos. A partir de 1530, dado que cada vez era más intensa la persecución indiscriminada de brujas, los acusados de brujería eran obligados por las autoridades especialistas en el asunto, a contestar una especie de cuestionario redactado de antemano por los Tribunales, que constaba de unas veintinueve preguntas con algunas variantes. Estas preguntas sacadas del Malleus eran las siguientes:
En un primer momento la acusada era desnudada e investigada conciencudamente, buscando las tristemente famosas "marcas de las brujas"
De hecho los Inquisidores tuvieron pronto en su poder bosquejos de modelos de interrogatorio que habían servido para otros casos. A partir de 1530, dado que cada vez era más intensa la persecución indiscriminada de brujas, los acusados de brujería eran obligados por las autoridades especialistas en el asunto, a contestar una especie de cuestionario redactado de antemano por los Tribunales, que constaba de unas veintinueve preguntas con algunas variantes. Estas preguntas sacadas del Malleus eran las siguientes:
1) Cuánto tiempo hace que
ejerces la brujería?
2)Por qué razón te has
hecho bruja?
3) De qué modo llegaste a
ser bruja y cual fue la ocasión que se te presentó para ello?
4)A quién has escogido por
íncubo?
5)Cómo se llama tu señor
entre los demonios?
6)Qué clase de juramento y
en que condiciones se los has prestado?
7)Qué dedo has levantado
para prestarlo?
8) En qué lugar has
consumado tu unión con el íncubo?
9)Qué otros demonios o
seres humanos han participado contigo en el aquelarre?
10)Qué has comido en éstos
últimos días?
11)Cómo preparasteis el
banquete del aquelarre?
12)Te sentaste tu a la
mesa del banquete?
13)Qué clase de música
había y bailaste tu?
14)Quien te dio el íncubo
para realizar el coito?
15)Que clase de estigma ha
señalado tu cuerpo?
16)Qué males has causado a
las personas, a qué personas y cómo la has hecho?
17)Por qué has causado
éstos males?
18)Cómo podrías
repararlos?
19)Qué hierbas o medios
podrías utilizar para hacerlo?
20)Quienes son los niños
ha quienes has encantado y por qué lo has hecho?
21)Qué animales has
hechizado para que enfermaran o para hacerlos morir y por qué lo has hecho?
22)Quienes son tus
cómplices?
23)Por qué Satán te da
golpecitos durante la noche mientras duermes?
24)Qué clase de fórmula
utilizas para el ungüento con que untas tu escoba?
25)Cómo explicas tu
capacidad para volar por los aires?
26)Qué tempestades has
levantado y quien te ha ayudado a levantarlas?
27)Que plagas has
desencadenado sobre los campos?
28) Que haces con las
criaturas perniciosas y como las usas?
Los jueces recurrieron
muchas veces a la astucia para conseguir
las confesiones que necesitaban, prometiendo la indulgencia, presentando
testimonios falsos en los momentos cruciales, sin embargo había una regla que
solía cumplirse y era: la de probar de una manera absoluta los cargos contra el
juzgado, lo que en aquel tiempo quería
decir simplemente que el inculpado se confesase autor de los crímenes que se le
imputaban. El testimonio de dos testigos era, generalmente, considerado como
prueba definitiva de culpabilidad. En algunos casos, se permitía la presencia
de un abogado defensor, cuando se trataba de un noble o de un personaje
popular, pero en general se desanimaba a los hombres de leyes a que acudieran a
defender a sus clientes, bajo el riesgo de ser excomulgados o de ser
considerados protectores y encubridores de los mismos.
Los Inquisidores
usualmente tenían una especie de jurado compuesto de clérigos y de laicos que
les ayudaba en la elaboración de los veredictos. Podían mantener
indefinidamente detenidos a aquellos sospechosos que les parecía que mentían u
ocultaban alguna cosa.
La tortura
A partir del 1252 el Papa
Inocencio IV, restableció la práctica de la ley romana sancionando el uso de la
tortura al objeto de extraer la verdad a los sospechosos. Hasta esta fecha
éste procedimiento había sido extraño a
la tradición canónica. Si el acusado se negaba a confesar se le torturaba, sólo
era válida una confesión arrancada mediante la tortura física, si no lloraba, o
mantenía un gran entereza y seguridad durante la tortura era considerado
culpable. Ordalías diversas (sumergir el cuerpo atado de pies y manos en
diagonal en el agua, si flotaba era culpable, si no o bien se moría -lo más
probable- o quizás fuera inocente;
la punción con una aguja afilada y muy larga, si no salía sangre o no se sentía dolor, era también culpable; en ocasiones éstas agujas eran retráctiles, por lo que no se clavavan
con el fuego y otras.
la punción con una aguja afilada y muy larga, si no salía sangre o no se sentía dolor, era también culpable; en ocasiones éstas agujas eran retráctiles, por lo que no se clavavan
con el fuego y otras.
La Iglesia prefería las
confesiones porque las consideraba más convincentes que las pruebas. Si el
acusado se negaba obstinadamente a reconocer sus culpas, el Inquisidor podía
usar medios violentos. Había varios grados y los Inquisidores podían elegir el
medio que considerasen más oportuno. El culpable podía ser encarcelado,
encadenado, sometido a ayunos, privado de dormir, etc. Estos regímenes
penitenciarios podían durar varios años. Si el acusado persistía, se le sometía
a tortura. Sólo había una restricción: evitar la mutilación y el peligro de muerte,
aunque de hecho esta restricción no fuera más que una simple fórmula.
Una vez concluidos los
preparativos en la sala de las torturas, el juez incitaba al sospechoso a hacer
la confesión. Proseguía su exhortación mientras el acusado era desnudado y tenía
ante sus ojos los objetos de su propio suplicio, que le eran mostrados para
crear un miedo “saludable”.
Si el acusado se obstinaba, el verdugo y en algunas ocasiones el mismo Inquisidor, empezaba por las pruebas menos dolorosas. Los monjes y los escribanos aguardaban para empezar a transcribir. De vez en cuando se acordaba una pausa, en la que el acusado era nuevamente interrogado por el juez. Cada prueba no debía sobrepasar la media hora y estaba prohibido, en la misma sesión, repetir la prueba. Una vez acabado el ciclo, cuando el presunto culpable perdía el conocimiento, o cada vez que el juez lo consideraba oportuno, el médico -en la mayoría de las ocasiones el “barbero o sencillamente el carnicero” de la zona- lo reconocía y aconsejaba la conveniencia de proseguir o de parar el interrogatorio. El proceso entero se podía reproducir tras unos días, para dar tiempo a la recuperación.
Si el acusado se obstinaba, el verdugo y en algunas ocasiones el mismo Inquisidor, empezaba por las pruebas menos dolorosas. Los monjes y los escribanos aguardaban para empezar a transcribir. De vez en cuando se acordaba una pausa, en la que el acusado era nuevamente interrogado por el juez. Cada prueba no debía sobrepasar la media hora y estaba prohibido, en la misma sesión, repetir la prueba. Una vez acabado el ciclo, cuando el presunto culpable perdía el conocimiento, o cada vez que el juez lo consideraba oportuno, el médico -en la mayoría de las ocasiones el “barbero o sencillamente el carnicero” de la zona- lo reconocía y aconsejaba la conveniencia de proseguir o de parar el interrogatorio. El proceso entero se podía reproducir tras unos días, para dar tiempo a la recuperación.
Los Inquisidores podían
empezar con la flagelación,
considerada como el método más benigno, continuar con el potro -o la rueda-,
seguir con la estrapada -sistema utilizado para torturar a monna Gostanza y Joana Negre entre otras- consistente en sujetar las manos a la espalda y, con una cuerda atada a las muñecas así dispuestas, se levantaba del suelo a la víctima, a la que previamente se había lastrado con grandes pesos ligados a los tobillos.
Otro sistema frecuentemente utilizado era la empulguera un tornillo con el que se apretaban los dedos pulgares hasta reducirlos a pulpa. Pero los cazadores disponían además de sillas provistas de afilados clavos que eran calentados por debajo;
zapatos rellenos de objetos punzantes; cinturones con
agujas que podían envolver diversas partes del cuerpo, hierros al rojo vivo,
tenazas candentes y culminar con las brasas, en la tristemente famosa ordalía
del fuego.
En ocasiones se llevaba a cabo la ordalía del agua, consistente en colocar un trozo de tela sobre la cara del acusado vertiendo agua constantemente de manera que no podía respirar.
considerada como el método más benigno, continuar con el potro -o la rueda-,
seguir con la estrapada -sistema utilizado para torturar a monna Gostanza y Joana Negre entre otras- consistente en sujetar las manos a la espalda y, con una cuerda atada a las muñecas así dispuestas, se levantaba del suelo a la víctima, a la que previamente se había lastrado con grandes pesos ligados a los tobillos.
Otro sistema frecuentemente utilizado era la empulguera un tornillo con el que se apretaban los dedos pulgares hasta reducirlos a pulpa. Pero los cazadores disponían además de sillas provistas de afilados clavos que eran calentados por debajo;
En ocasiones se llevaba a cabo la ordalía del agua, consistente en colocar un trozo de tela sobre la cara del acusado vertiendo agua constantemente de manera que no podía respirar.
Un autor contemporáneo nos
explica: “He visto miembros despedazados, ojos sacados de la cabeza, pies
arrancados de las piernas, tendones retorcidos en las articulaciones, omoplatos
desencajados, venas profundas inflamadas, venas superficiales perforadas. He
visto a las víctimas levantadas en lo alto, luego bajadas, dando vueltas, la
cabeza abajo y los pies arriba. He visto como el verdugo azotaba con el látigo
y golpeaba con varas, apretaba con empulgueras, cargaba pesos, pinchaba con
agujas, ataba con cuerdas, quemaba con azufre, rociaba con aceite y chamuscaba
con antorchas. En resumen, puedo
atestiguar, puedo describir, puedo deplorar como se violaba el cuerpo humano...
Daría una fortuna si pudiera desterrar el recuerdo de lo que he visto en las
cámaras de tortura”.
Creemos que será muy
ilustrativo reproducir parcialmente el acta de la tortura de Joana Negre
ejecutada en Sallent a mediados del s. XVI, condenada a muerte por el Noble
Señor Don Miguel de la Clariana, ilustre patricio que soportó estoicamente el
infamante espectáculo y los gemidos de la víctima, gemidos y chillidos que
fueron escrupulosamente reproducidos, con gran celo profesional por el Notario,
que aún hoy, nos hacen estremecer:
Se había dispuesto que la
desnudasen y la atasen de las manos y de los pies, boca arriba sobre el potro.
Los justicieros eran tan piadosos que medían el tiempo de la tortura en
padrenuestros, avemarías y credos.
“Morta só!. No (h)y sé
res, no (h)y sé res, no (h)y sé res! Dexaume morir! Maria Santísima! Siau amb
mi, Maria!. No sé res! Mare de Déu del Roser, jo só morta, jo só morta! Adéu
siau! Ay! No sé res! Ay los meus germans! Ay, ay! Maria Sanctísima! Senyor
Governador, tingau pietat de mi!”
“Ay, ay, morta só! Jo no
sé res, no sé res, no sé res! Mataume, mataume, mataume!. Jo só morta! No sé
res, no sé res, no sé res! Ay, ay, jo só morta, adéu siau!.
Ay, ay ay ay ay ay ay ay
ay ay ay ay ay ay ay! No sé res sino Déu y la Verge Maria! Ay ay ay ay! No! Com
Déu es en lo Cel, no ho sé, no ho sé, no ho sé! Viafós! Viafós (crit d’alarma,
demanant ajuda)!.No sé res! La mia ànima sen aniria al Infern! Jo só morta!”.
“E havent estat per espay
de tres Credos, lo jutge maná als ministres que afluxassen les cordes”
Las declaraciones
obtenidas mediante tortura, debían ser ratificadas posteriormente por el
acusado, pero en la mayoría de las ocasiones los escribanos y notarios,
interpretaban lo que el acusado reconocía de forma espontánea. Si el acusado
después de soportar todas las pruebas no confesaba sus culpas, el Tribunal
debía en teoría absorberlo, pero casi siempre los jueces continuaban el mismo
interrogatorio pero sobre otros temas. Era muy difícil, escapar de las garras
de los inquisidores.
En cuanto a las penas
impuestas podemos decir que la acusación de brujería no implicaba
automáticamente la condena a la hoguera o a cualquier otro tipo de muerte
violenta. Las condenas a muerte oscilan, según los casos, aproximadamente entre
el 40 y el 50 por 100 de los acusados (21 por 100 en Génova, 49 por 100 en el
norte de Francia, sólo en Vaud se llega, entre 1537 y 1630, al 90 por 100).
Las sentencias y las penas
para aquellos que habían confesado o que eran considerados culpables eran
pronunciadas conjuntamente en una ceremonia pública -el “Sermo Generalis”- al
final de los procesos. Mas conocido por
el nombre de “Acto de Fe”, la ejecución pública de las personas condenadas a
muerte por los crímenes de brujería y herejía. Sin lugar a duda se trata de una
de las ceremonias judiciales más impresionantes de la Iglesia Católica Romana
que han podido darse a lo largo de los siglos. Se celebraba con gran pompa y
solemnidad y solían acudir a presenciarla multitudes enteras, incluidos los
notables, la realeza y las jerarquías de la Iglesia . Normalmente
consistía en la procesión de los
condenados a un lugar público, una gran
plaza, o delante de la iglesia,, en el que se había construido un gran estrado,
a fin de que el acusado pudiese ser bien visto sin dificultades.
A primera hora de la
mañana el Inquisidor hacía su Sermón que interrumpía de vez en cuando, para
pedir al pueblo proclamaciones de fe. A continuación se daban a conocer las
gracias concedidas, los condenados abjuraban de sus crímenes y oraban de
rodillas, se les levantaba la pena de excomunión que hasta entonces habían
padecido. Después se daba cuenta de las sentencias. Primero las más leves,
después las más graves. Después de pronunciada, no había ninguna posibilidad de
apelación.
Veamos la descripción de
uno de éstos actos de fe, concretamente
el que se celebró el 30 de junio de 1680 en la Plaza Mayor de Madrid en
presencia del Rey Felipe IV, según la narración que nos hace José del Olmo:
“La simbólica cruz verde
flotaba por encima del “teatro” construido en la Plaza Mayor.
Desde el alba, la masa se arremolinaba para poder ver a los condenados, admirar los desfiles, la belleza de los uniformes y la fuerza de la religión. Los habituales de la Inquisición, entre los que se encontraban los grandes nombres de España, servían de escolta, en una exacta simbiosis de nobleza y fe.
Desde el alba, la masa se arremolinaba para poder ver a los condenados, admirar los desfiles, la belleza de los uniformes y la fuerza de la religión. Los habituales de la Inquisición, entre los que se encontraban los grandes nombres de España, servían de escolta, en una exacta simbiosis de nobleza y fe.
Los acusados eran más de
cien. Primero, treinta y cuatro condenados en efigie, de los que treinta y dos
fueron entregados al poder civil. A continuación venían los culpables menores
que habían abjurado de levi, eran los bígamos, los supersticiosos, etc. Una
mujer tuvo que pronunciar la abjuración de vehementi, impuesta a los acusados
que son sospechosos de herejía. Le seguían cincuenta y cuatro judaizantes,
reconciliados por la abjuración en forma, propia de los culpables convictos.
Fueron condenados a muerte veintiuno de los acusados. Para dos de ellos se
retrasó la pena, aunque diecinueve obstinados fueron conducidos a la hoguera de
sesenta pies cuadrados. Los convertidos, en primer lugar fueron estrangulados,
los demás fueron lanzados vivos a la hoguera. El Rey se retiró en cuanto
empezaron a brotar las llamas, no sin antes haber tocado las maderas con sus
propias manos. El humo y el nauseabundo olor de la carne quemada llenaron la
plaza y los gritos de dolor de los condenados compitieron con el rugido de la
multitud, creando un ambiente dantesco”.
Las condenas.
Entre los castigos más
terribles destacaban: la confiscación de bienes, la cárcel y la pena de muerte.
Una vez pronunciada la sentencia por el Inquisidor, éste hacía entrega del
culpable al poder civil, quien era el encargado de cumplir con ella. La pena de muerte se aplicaba mediante el
“suplicio del fuego”, el hereje, o la bruja, serían quemados vivos, tras largos
y dolorosísimos suplicios.
La primera tuvo lugar en Sevilla en el 1484 y la última en Galicia a principios del S. XIX.
La primera tuvo lugar en Sevilla en el 1484 y la última en Galicia a principios del S. XIX.
Si el condenado abjuraba
en el último momento de su crimen y confesaba los nombres de sus compañeros o
compañeras y colaboraba con el Inquisidor favoreciendo la detención de otros
culpables, podían darle la comunión, extrangularlo y tirarlo ya muerto a la
hoguera, lo que era considerado un favor muy especial. Mientras que si los que juzgaban era un tribunal civil, mayoritariamente se ejecutiva la pena mediante la horca:
Excepcionalmente, podían llegar a cambiar su condena por la de cadena perpetua. Cuando un difunto era acusado de herejía o de brujería, la Inquisición podía mandar exhumar el cadáver, los huesos eran exhibidos por las calles encima de cañizos y posteriormente quemados en una hoguera.
Excepcionalmente, podían llegar a cambiar su condena por la de cadena perpetua. Cuando un difunto era acusado de herejía o de brujería, la Inquisición podía mandar exhumar el cadáver, los huesos eran exhibidos por las calles encima de cañizos y posteriormente quemados en una hoguera.
Las penas de prisión
variaban según la gravedad de las faltas. Podían ser el “murus estrictus” -muro
estrecho- lo que quería decir un oscuro calabozo, en el que se encadenaba al
acusado, en ocasiones a la misma pared, no les estaba permitido recibir
visitas.
El “murus largus”, la cárcel normal, con la posibilidad de moverse, de hacer ejercicio, de hablar con otros prisioneros y recibir visitas del exterior. En muchas ocasiones, se imponía también un período de servicios en las Galeras, como remero.
El “murus largus”, la cárcel normal, con la posibilidad de moverse, de hacer ejercicio, de hablar con otros prisioneros y recibir visitas del exterior. En muchas ocasiones, se imponía también un período de servicios en las Galeras, como remero.
La confiscación de bienes
afectaba evidentemente a todos los acusados declarados culpables, aquellos que
morían o que lograban escaparse del Tribunal, no se escapaban de esta
confiscación que afectaba a los bienes de toda la familia, herederos, etc., que
además habían de pagar los costes del
proceso, a menudo hasta los haces de leña con que habían sido
sacrificados sus familiares y el convite o banquete que solían efectuar los
Inquisidores con sus ayudantes después de dictada la sentencia. Algunas penas
menores, podían ser “rescatadas” a cambio de “limosnas” que engrosaban las
arcas de los tribunales Inquisitoriales.
Las penas o castigos
“leves” podían consistir: en la obligación de realizar un peregrinaje, podían
ser “mayores”: a Roma, Santiago o Canterbury, el mejor era sin dudas el que
conducía a “Tierra Santa”, o “menores” a alguna iglesia o ermita de las
proximidades. El acusado disponía de tres meses para cumplirla y debía dar
prueba escrita de su cumplimiento.
En ser flagelados. El
condenado era conducido a la iglesia con los pies descalzos, en camisa y
calzoncillos, llevando en sus manos un cirio y las varas con las que después
sería azotado. Asistía a una misa y al correspondiente Sermón, después
entregaba las varas al sacerdote, quien lo flagelaría. Seguidamente era
obligado a recorrer la ciudad y era nuevamente flagelado en la última estación.
El condenado debía entonces reconocer todos sus pecados y ser merecedor del
castigo que le habían infligido.
O en una mortificación
cualquiera, como llevar unas cruces, el San Benito, normalmente una especie de túnica de fieltro
amarillo, con unas grandes cruces rojas de unos dos palmos y medio de largo y
dos de ancho que debían llevarse bien visibles sobre las ropas, una en el pecho
y la otra en la espalda; o a llevar de por vida una especie de cucurucho de
gran tamaño a modo de sombrero. A los que levantaban falsas acusaciones se les
obligaba a llevar dos tiras de ropa roja sobre los vestidos, así como lo que
cometían perjurio, o aquellos que habían profanado la Eucaristía. Estas son las
poderosas armas de que disponía la Inquisición.
Como cabe suponer, el
final de todo ello solía ser una condena, entre las más terribles destacaban:
la confiscación de bienes –que recordad se extendían hacia los ascendentes y
descendientes- , la cárcel y la pena de muerte. La pena de muerte se aplicaba
mediante el “suplicio del fuego”, en el que la bruja sería quemado vivo, tras
largos y dolorosísimos tormentos. Más utilizada en Catalunya fue la horca. Si
el inculpado abjuraba de sus crímenes y confesaba los nombres de sus
compañeras, favoreciendo la detención de otros culpables, podían darle la
extremaunción, estrangularla rápidamente y echarla ya muerta a la hoguera.
Cuando el acusado era un difunto, o alguien que había conseguido huir de la
justicia, se exhumaba el cadáver, los huesos eran exhibidos por las calles y
posteriormente quemados en la hoguera, o si había huido, se hacía una efigie
del inculpado y se la quemaba. Evidentemente, no tenían derecho a ser
enterrados en camposanto y su maldición se alargaba hasta el más allá. Generalmente las brujas eran enterradas boca abajo,
para que su alma no fuera hacia el cielo y también, se les inflingían castigos al cadaver como clavarles 7 clavos en la mandíbula:
para que su alma no fuera hacia el cielo y también, se les inflingían castigos al cadaver como clavarles 7 clavos en la mandíbula:
Los “Actos de Fe” a los
que fueron sometidas nuestras brujas comarcales, serán ceremonias importantes,
con centenares, o millares de asistentes-testigos, recordadas a lo largo de
varias generaciones, lo que ayudó, no poco, a mantener viva la historia de la
brujería, adornada con las miles de anécdotas y exageraciones que cada una de
ellas le fue añadiendo, hasta convertirse en terroríficas – o sencillamente
disparatadas y divertidas- historias que el folclore recoge, como leyendas.
Sabemos que algunas de ellas asistieron a “Actos de Fe” de otras brujas como
espectadoras, que conocían sus historias y sus declaraciones, que por un "extraño fenómeno", del que ya hemos hablado anteriormente, llegado el momento harían suyas.
Veamos con detalle el
interrogatorio a Monna Gostanza di Libbiano, curandera y partera (comadrona) en Italia, un siglo más tarde,
hacia 1534.
La audiencia de la soga (la tortura de Gostanza di Libbiano h. 1534)
El 7 de noviembre se
inició el auténtico proceso inquisitorial. Desnuda ante los magistrados, no
confiesa nada hasta que no es alzada con
la soga. Los dolores de la tortura y el sufrimiento de los miembros sujetos por
detrás de la espalda mediante la cuerda que sostiene el peso del
cuerpo, originándole
dolorosas luxaciones y fracturas, la harán hablar:
«yo las he medido [las palabras]
atroche y moche, como persona
de poca inteligencia».
La pobre mujer responde que sus sistemas eran conocidos por el hecho de ser naturales, como el recurso del caldo de pollo y de las especias y que, por tanto, si se han producido las curaciones es porque «Dios ha curado». Gostanza, exhortada a admitir toda la verdad, implora piedad porque confiesa haber dicho todo lo que sabía: «Si no queréis que diga falsedades, yo no sé nada más». Pero no la escuchan y, de nuevo, con las manos atadas detrás de la espalda, es alzada a una altura de tres brazos sobre el suelo. Se lamenta mientras que el tirón de su cuerpo le hace gritar «Madre de la misericordia, ayudadme, misericordia» más y más veces hasta que se la hace descender. A la pregunta de «si sabes cómo se hechiza a los hombres, a las mujeres y a los niños» responde «SÍ señor. Y queriendo decir la manera, el señor vicario no quiso que la dijera, ni saberla». El juez quiere conocer, sin embargo, si ha ejecutado estos hechizos y si las víctimas han sobrevivido: ella responde que sí, porque algunos también habían sido salvados por ella después del hechizo, excepto un par de cuya muerte no se consideraba responsable. Prosigue el relato con un largo elenco de personas envueltas en sus maleficios: hombres jóvenes, mujeres e incluso una niña que la seguía siempre y que tenía la culpa de ser la hija de una señora que «maltrataba» a su nieta Dianora.
Llegamos a la pregunta crucial: ¿nunca ha ido de noche junto a otras mujeres que ejercen
la misma profesión que usted?
Roffia –el delegado de la inquisición- no ha hecho una explícita
referencia al aquelarre, pero
Gostanza comprende inmediatamente el sentido
de la pregunta y, cediendo significativamente, responde: «yo no he ido nunca sobre
esos animales sino en asno» y convencida
por dos de sus más
viejas conocidas cuando era joven.
Pero mientras atravesaba un bosque
se había encomendado a Dios por
el miedo e, inmediatamente, se halló
sola «en aquella oscuridad» y
«estuve tres días hasta
que volví a casa».
Sin embargo, volvió a
aquel lugar unas seis veces más «cuando era joven».
Para ir allí gritaba «Gallito»,
y el diablo «venía en seguida bajo la forma de un animal,
es decir, de un cabrito sobre
el que me montaba, y me llevaba a un
lugar donde se bailaba,
se cantaba y se hacían mil fiestas».
Cuando llegábamos a aquel lugar «nos daban de comer buenas viandas [ ... ] y aquellos demonios no querían que se conversase sobre Dios sino que querían que se hablase del diablo y decían "si queréis ir con él, os daremos muchos tesoros", y poseían tantos tesoros y tanto oro que no tenían fin».
Cuando llegábamos a aquel lugar «nos daban de comer buenas viandas [ ... ] y aquellos demonios no querían que se conversase sobre Dios sino que querían que se hablase del diablo y decían "si queréis ir con él, os daremos muchos tesoros", y poseían tantos tesoros y tanto oro que no tenían fin».
Para Gostanza
era el País de la Cucaña, de la abundancia, de la felicidad. En
su relato fantástico
describe, bajo la apremiante
petición del vicario,
el lugar y el encuentro con
el Diablo Mayor: “éste estaba
sentado sobre un
trono bellísimo, dentro
de su resplandeciente palacio
y todos los que entraban
le hacían la reverencia inclinándose
solemnemente, como también
ella había hecho.
El demonio le impuso, además,
que a partir de aquel momento
y en adelante le adorase
solamente a él, que renegase de Dios, de la fe y de todos los
santos y que fuese por
el mundo haciendo
brujerías, «echando a
perder» a los niños que no habían sido aún
bautizados”.
¿Y las
otras mujeres? Ellas
obsequiaban al Enemigo
con grandes hostias que
freían en grandes sartenes
y luego las utilizaban para ritos
orgiásticos: pero ella no ha hecho nunca
esas cosas. «¿Durante cuánto tiempo
ha estado yendo a dicho
lugar?», pregunta el vicario,
«unos treinta años»
responde Gostanza.
«En aquel
otro mundo ... »
El interrogatorio prosigue
el 9 de noviembre. El vicario exige la confirmación de la confesión: «dije
lo que dije, pero
lo dije por el castigo de la
soga». Los jueces, implacables y no convencidos, la someten
de nuevo a la soga: Gostanza grita
«Madre de la misericordia, Virgen
santa, revelad a estas personas la verdad. ¡Misericordia, Dios Eterno, misericordia!». Frente a una
nueva denegación de la imputada, la tortura
arreció: «Cuando el
Reverendo señor Vicario vio que insistía
en su negativa y en negar
lo que había dicho
las otras veces, hizo que fuera sacudida la cuerda». Gostanza
es maltratada; pero resiste
todavía sosteniendo que la confesión ofrecida era fruto
del temor a la soga. Sin embargo,
tras implorar misericordia,
finalmente declara: «si queréis
que os diga mentiras, las
diré [ ... ], hacedme descender
que os diré todo».
Una vez en tierra, se la
cubre y se la hace sentar,
y, así, comienza una interminable
confesión, pero una
confesión de mentiras según
su propia advertencia. Ella es quien
sabe curar de
los maleficios, quien
va al diabólico aquelarre y
también quien echa
maleficios con los gestos
y las miradas. Si el vicario lo desea se lo puede demostrar:
el juez renuncia de buena gana a
la prueba. «Interrogada sobre
si era ungida cuando iba a
aquel lugar, dijo, no señor, todo eso son pamplinadas»: comienza ahora
el viaje de y en la
fantasía. «Interrogada sobre
quién estaba en dicho lugar»,
respondió que «estaba
allí una cristiandad mayor de la que hay en este mundo, todos bien vestidos y en un orden
mayor que en este
mundo»; el Diablo Mayor la
prefería entre todas, ya que era la más bella y joven; el aquelarre
era un banquete pantagruélico,
no se hacía más que «Comer
y beber, y decir tonterías
todos juntos».
En los siguientes días se toman
en consideración otros elementos;
se quiere saber
si el material hallado
en su laboratorio está constituido por
instrumentos del oficio de
curandera o por trastos infernales:
el aceite medicinal «O verdadero pelitre era bueno para los males, es decir, para las inflamaciones, verrugas y para todas las dolencias, las malas enfermedades», y también se usaban derivados de la betónica, de la calabaza, del clavo de clavero y de varias hierbas. Respecto a la piedra del rayo - pedernal-
, se la había dado su
hijo «y la tenía en casa porque la gente
le decía que "a quien la tiene
en casa no le caen rayos"». El vicario
vuelve a preguntar en seguida
sobre el vuelo nocturno y el aquelarre. Gostanza
afirma que durante la misa no
puede asistir a la elevación del cáliz:
de hecho «Cuando se alza a Nuestro Señor,
ella se vuelve y no lo mira, ya que así me ordenó Gallito»;
y añade que cuando tomaba
la comunión conservaba la
hostia para darla al Diablo Mayor. El
Inquisidor le pregunta si alguna vez el
demonio le había hecho
cambiar de apariencia: «SÍ messer, porque el
diablo, que siempre está conmigo
y no me abandona nunca, me hace
entrar en las habitaciones y en las
casas, aunque estén cerradas, a través
de las gateras, de las ranuras de
las ven tanas y umbrales y por
todas las partes que
quiera».
En efecto, la noche de Navidad había sido vista completamente maltrecha: todas las heridas eran el resultado de una precedente misión por la que se había introducido en una habitación para chupar la sangre de una niña; pero el padre de ésta, habiendo visto un gato negro en su cuna, la había golpeado y echado fuera con una escoba. Fue por esto por lo que «había sido vista con un brazo herido, golpeada y pisoteada». El proceso había llegado a un momento demasiado ferviente como para que el joven inquisidor local pudiese tomar una decisión; y así, a partir del 19 de noviembre será el propio inquisidor de Florencia, monseñor Dionigi de Costacciaro, quien se ocupará personalmente del asunto. Este sentía curiosidad por esa muer, que le inducirá a pensar más en un caso de locura, víctima de las acusaciones en el interior del pueblo (como, por otra parte, ocurría frecuentemente en todos los pueblos de Europa) que en cualquier otra cosa; sin embargo, y seriamente, le dirigirá las preguntas del caso. Una vez que la situación ha llegado a este punto, Gostanza juega su última carta secundando las certezas que su inquisidor quiere que sean confirmadas.
el aceite medicinal «O verdadero pelitre era bueno para los males, es decir, para las inflamaciones, verrugas y para todas las dolencias, las malas enfermedades», y también se usaban derivados de la betónica, de la calabaza, del clavo de clavero y de varias hierbas. Respecto a la piedra del rayo - pedernal-
En efecto, la noche de Navidad había sido vista completamente maltrecha: todas las heridas eran el resultado de una precedente misión por la que se había introducido en una habitación para chupar la sangre de una niña; pero el padre de ésta, habiendo visto un gato negro en su cuna, la había golpeado y echado fuera con una escoba. Fue por esto por lo que «había sido vista con un brazo herido, golpeada y pisoteada». El proceso había llegado a un momento demasiado ferviente como para que el joven inquisidor local pudiese tomar una decisión; y así, a partir del 19 de noviembre será el propio inquisidor de Florencia, monseñor Dionigi de Costacciaro, quien se ocupará personalmente del asunto. Este sentía curiosidad por esa muer, que le inducirá a pensar más en un caso de locura, víctima de las acusaciones en el interior del pueblo (como, por otra parte, ocurría frecuentemente en todos los pueblos de Europa) que en cualquier otra cosa; sin embargo, y seriamente, le dirigirá las preguntas del caso. Una vez que la situación ha llegado a este punto, Gostanza juega su última carta secundando las certezas que su inquisidor quiere que sean confirmadas.
Huir y soñar: tras la violencia, el vuelo
Ahora, el relato de los primeros interrogatorios se hace más articulado. La mujer cuenta sobre su triste infancia y de su juventud, más feliz, con fantasía y como en un sueño, como si en realidad nunca la hubiese vivido. Hija de un patricio florentino, Lotto Niccolini, y de doña Aquiletta, su sierva, había sido raptada de la villa paterna, a la edad de ocho años, por algunos pastores y llevada a un lugar montañoso, lejos de su morada.
Allí había sido forzada a casarse con el hijo de Francesco de Vernio, «y pensad cuán tormento fue dormir con el dicho Lenzo, mi marido, teniendo yo tan poca edadl». No sabemos con claridad cuánto de todo esto haya podido ser verdad: conocemos, sin embargo, por el relato de Gostanza y de otras mujeres de su época, la existencia de un verdadero drama concentrado en el estupro, consumado en el interior de la familia, con el que las niñas de tierna edad eran iniciadas a la vida conyugal. La joven Gostanza, pequeña, raptada, trasladada «a otro mundo», experimentó por primera vez de este modo su relación con el amor, es decir con aquello que quizá había imaginado de otro modo.
La pequeña y
potencial «bruja» es, también en esto, semejante
a una pequeña y potencial
«santa», a menudo sustraída
de la vida de familia y del
mundo, para ser trasladada a un
convento, en una tierna edad,
y ofrecida al Señor. Varias veces
Gostanza destacará la dulzura
de sus relaciones con el Enemigo,
un hombre «bello, bellísimo,
exuberante de energías» que, a diferencia de su consorte, le hacía «tantas
caricias y fiestas a su alrededor».
Este es su mayor abandono onírico, el de una mujer que recuerda la violencia sufrida de pequeña como una pesadilla: «OS digo que los lobos no comían tanta carne como me fue sustraída, ya que, siendo una niña de la dicha edad, me echaron a perder y me revolcaban entre las sábanas, puesto que os quiero decir mis vergüenzas y para deciros puramente la verdad, después de haber estado allí, en Vernia, durante dos meses, que a tres no llegaron, aquella monna Cornelia, que me había lisonjeado dándome pan blanco y haciéndome carantoñas, tantas, empezó a decir: "Yo quiero que vengas conmigo, ya que estarás bien"».
Este es su mayor abandono onírico, el de una mujer que recuerda la violencia sufrida de pequeña como una pesadilla: «OS digo que los lobos no comían tanta carne como me fue sustraída, ya que, siendo una niña de la dicha edad, me echaron a perder y me revolcaban entre las sábanas, puesto que os quiero decir mis vergüenzas y para deciros puramente la verdad, después de haber estado allí, en Vernia, durante dos meses, que a tres no llegaron, aquella monna Cornelia, que me había lisonjeado dándome pan blanco y haciéndome carantoñas, tantas, empezó a decir: "Yo quiero que vengas conmigo, ya que estarás bien"».
Comienza así
el viaje iniciático
de Gostanza al
aquelarre: para huir de
los males de esta
tierra intentará refugiarse
entre los bienes de aquel
otro mundo. Este nexo aparece claro
en su narración: si el
destino le ha obligado, desde
pequeña, a someterse a las violencias
del hombre que
la ha raptado
y poseído mediante la fuerza,
será ella misma
quien rescate su felicidad volando
hacia una realidad de
ensueño donde todo es de color,
rico, lleno de placeres
y, sobre todo, donde
otro hombre, esta vez bello y gentil,
se ocupará de ella.
Este es su relato: la noche de su primer viaje, durante la que había sido acompañada
por las mujeres que la querían consolar de su dramática situación, había
sido bastante tormentosa, «ya
que tronaba, llovía y relampagueaba». El lugar
destinado para el supremo encuentro,
al que finalmente
llegaron, se revelará muy
diferente del que se nos describe
en tantos tratados y manuales jurídicos, como los de
Institor, Sprenger, Bodin,
Cospi o Scipione Mercurio. En
efecto, este espacio sacro
(de signo negativo) no estaba
en una zona montañosa sino
en una ciudad,
«más bella que
Florencia, todo de oro, y donde
había bellos palacios
y todo tan bello, bellísimo,
que quien iba allí
una vez habría vuelto
siempre».
La Ciudad del Diablo
Es el mundo de la ciudad, por tanto, el que atrae la fantasía de Gostanza; un hecho singular, si se considera que en los numerosos documentos procesales, relativos a interrogatorios por actos de brujería, la imagen del aquelarre aparece generalmente ajena a toda caracterización espacial o, en algunos casos, referida a una realidad rural constituida por antros, valles y altas cumbres que por su aspecto angosto y oscuro se adaptaban mejor a una ambientación diabólica. Algunos elementos del relato de Gostanza se configuran como tópicos: uno de éstos es el nogal de la cita que recuerda, evidentemente, al ya mal afamado «Nogal de Benevento». Para Gostanza el confín entre el espacio imaginario y el espacio real es muy débil: de hecho, en sus narraciones abundan las referencias a su vida cotidiana y a su mundo, por tanto a sus pueblos y a los de su entorno, en un intercambio fantástico y según un laborioso acoplamiento de imágenes estereotipadas y de elementos de la geografía real. El escenario del aquelarre, su lugar «sagrado» con un carácter sacro, obviamente a la inversa es, entonces, la Ciudad del Diablo. En los interrogatorios de los procesos por brujería, los inquisidores están muy atentos siempre para descubrir el locus delicti, la materialización del espacio fantástico; las brujas, por el contrario, son minuciosas en la descripción de realidades indefinidas en la que, habitualmente, dedicaban más atención a los actores del drama y a sus acciones que al lugar que las acogía. La única realidad que existía para ellas era la del deseo, la construcción de un mundo en donde es posible rastrear sin dificultad las señales de una serie de aspiraciones, objetos y personajes que «realmente» les faltaban en su vida cotidiana.
La realidad urbana
es el lugar de los sueños de
Gostanza, habitado por aquel patriciado
que probablemente había conocido
únicamente en calidad de clientela
suya: los abundantes torrentes de
alimentos y las mesas dispuestas pantagruélicamente estaban
seguramente ausentes en su mundo
de constantes carestías. También
los dulces y las golosinas están
presentes en «confecciones sin fin,
de tal forma que
formaban montes que
podían ser rebajados
con la pala». Una vez satisfecho el deseo de alimento, afloran
en Gostanza las referencias a una sexualidad que,
probablemente, tampoco había conocido: ella misma
se define «potente como
un león»; el demonio era galante
y delicado, «con apariencia de
hombre bello, bellísimo,
exuberante de energías» que «me
cogía, me abrazaba y me
hacía mil caricias». Gostanza
podía darse a él sin temor de ser fecundada, ya que
su semen era una
cosa «gélida» que se deslizaba hacia afuera: esta era una observación que también
interesaba a los jueces que la interrogaban.
Gostanza repite
sus fantasías eróticas a Dionigi
de Costacciaro e, inmediatamente,
el juez la acusa: ha dicho que se
unía con el diablo «del mismo modo en
que lo hacía su marido, pero esto no es posible siendo todos
los ángeles incorpóreos y sin
instrumentos adecuados para
la generación como los hombres
y que, por tanto, tratándose del diablo, tanto el llamado por ella Grande como los otros inferiores a éste,
sin instrumentos para
poder realizar el coito
y para hacer otras carnalidades, se deduce que la enjuiciada haya declarado en falso».
Gostanza continúa: «a mí me
parecía que fuese el joven más bello entre los
cristianos que se pudiese ofrecer
a la vista, así me lo parecía, y
que tuviese boca, brazos, piernas y todos los demás miembros».
Nos hallamos
ante un debate
teológico de particular valor
y que, por tanto, interesa especialmente al padre
inquisidor: ¿puede el
diablo, de naturaleza incorpórea, habérsele
aparecido a la mísera Gostanza en
toda su tangibilidad? Sobre
este punto, las nuevas exposiciones
de la mujer son más arduas:
el demonio, en efecto, había tenido
abundantes atenciones con ella,
y ella no quiere renunciar a este sueño fantástico.
Por su parte, los
inquisidores buscan de un modo
más preciso los signa
arcani, es decir, todos
aquellos símbolos, tanto de la corporeidad satánica
como de la acción ejercida
por el demonio en lo cotidiano, que atestigüen la inquietante presencia diabólica.
Pero Gostanza prosigue su camino:
su relato, que es ya un
puzzle coloreadísimo de sensaciones, visiones, cuentos, imágenes
transmitidas por la cultura
folclórica y religiosa, se hace
cada vez más articulado y abundante.
Así como los diablos «vestían bien con todo tipo de colores, suntuosa y ricamente», la idea vinculada al lugar es, como ya se ha dicho, la de una ciudad fantástica, la «Ciudad del Diablo» (también ésta es la opuesta a la Civitas Dei) con «muros decorados con bellas cornisas y bellos palacios muy suntuosos».
Así como los diablos «vestían bien con todo tipo de colores, suntuosa y ricamente», la idea vinculada al lugar es, como ya se ha dicho, la de una ciudad fantástica, la «Ciudad del Diablo» (también ésta es la opuesta a la Civitas Dei) con «muros decorados con bellas cornisas y bellos palacios muy suntuosos».
El lugar
de las delicias al que se refería
Gostanza era, seguramente, la Florencia
de los Médici, que ya había
citado explícita mente como
término de comparación y que probablemente conocía, dada la procedencia paterna (hija de Michele
de Firenze ). Por otra parte,
las monumentales fiestas
de Estado que en
aquellos años Borghini
preparaba para la familia del
Granduca, con juegos pirotécnicos y de
agua, fantásticos para aquellos
tiempos, pudieron haber influido
en la fantasía de la pequeña Gostanza;
o la misma muerte de Cosimo I en
1574: una ciudad atravesada por un magnífico cortejo que recorrió todos los lugares sacros de la ciudad; e, incluso,
también las sucesivas entradas triunfales o los cortejos nupciales y papales no fueron
menores en pompa y
magnificencia.
En el padre inquisidor se refuerza la convicción de hallarse ante una visionaria: «tiene por seguro que la imputada esté mal de cabeza y loca de hecho, ya que los diablos están destinados al fuego eterno y eterno tormento.
Tuvo suerte nuestra Gostanza, pués el inquisidor, seguramente un hombre culto y racionalista, decidió absolver a la acusada. Desgraciadamente, ese no fué el caso de los cientos de miles, o quizás millones, de otras inculpadas, como las que veremos, en la siguiente y última entrada.
En el padre inquisidor se refuerza la convicción de hallarse ante una visionaria: «tiene por seguro que la imputada esté mal de cabeza y loca de hecho, ya que los diablos están destinados al fuego eterno y eterno tormento.
Tuvo suerte nuestra Gostanza, pués el inquisidor, seguramente un hombre culto y racionalista, decidió absolver a la acusada. Desgraciadamente, ese no fué el caso de los cientos de miles, o quizás millones, de otras inculpadas, como las que veremos, en la siguiente y última entrada.
La genial escritora Toti
Martinez de Lezea, hablando sobre las brujas, en éste caso del Pais Vasco, nos
dice: “Hablar de las brujas vascas es hablar de supersticiones, persecuciones y
hogueras, pero también de Historia, leyendas, antiguas creencias, medicina
popular y tradiciones. Vecinos mojigatos, inquisidores depravados, clérigos
analfabetos y alcaldes prepotentes vieron demonios donde sólo existía el deseo
de escapar a la dura realidad diaria y también de mantener viva una cultura
perseguida que no había desaparecido o que, en todo caso, sobrevivía
semioculta.
Unos mil vascos, mujeres y
hombres, fueron quemados vivos entre los siglos XVI y XVII y son incontables
los que se vieron acosados por los poderes civiles y eclesiásticos y sufrieron
torturas, cárcel, destierro, azotes y otras penas diversas.
Nunca como en la llamada
“caza de brujas” se ha podido comprobar cómo un grano de arena se convertía en
una montaña por la que fueron despeñados ancianos y niños, jóvenes, madres
solteras, personas maduras, religiosos, beatas, parteras y curanderas. Duele en
lo más profundo pensar que tantos inocentes sufrieran aquella persecución
irracional y, mucho más, que lo fueran por causa de personas que conocían, a
las que veían todos los días. La primera inculpada –casi siempre una mujer–
acusaba a otras personas y éstas, a su vez, a otras por razones que en nada tenían
que ver con sortilegios, vuelos, adoraciones diabólicas, asesinatos de infantes
o pócimas y venenos”.
Éstas palabras nos sirven como
adecuada introducción al siguiente apartado dedicado a las brujas de Viladrau.
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