La
suprema tarea de la cultura consiste en apoderarse del Yo trascendental.
Novalis,
Fragmentos.
Este
Yo no es advertible por el estudio ni aun por la inteligencia y la erudición.
Este Yo revela su esencia únicamente a aquel que se aplica al Yo. El que no
abandonó los caminos del vicio, que no puede dominarse, que no posee la paz
interior, cuya mente está turbada, no puede nunca advertir el Yo, aunque esté
lleno de toda la ciencia del mundo.
Katha
Upanishad
S. P. Shevyriov (1806-1864), : «la naturaleza no sólo está íntimamente unida al ser humano, sino que parece existir, ante todo, para explicar al hombre. Los misterios de la naturaleza son también los misterios humanos».
Debería ser allá por el año 1984 cuando ví por la televisión una serie documental que me marcó de por vida. Se trata de "La revolución romantica", traducción de "The romantic spirit", una serie de televisión del 1982 documental británico en 14 episodios sobre el movimiento romántico en la cultura occidental. La serie es una producción anglo-franco-alemana presentada por RM Productions (Cine y Televisión) Ltd. y FR3, ideada por Marcel Brion de l'Académie Française, los productores ejecutivos son Michèle Arnaud y Theodore Salata.
La versión en idioma Inglés, por Landseer Film & Television Productions, de Londres, ha sido escrita por Carla Heffner, adaptada para la televisión por Judy Marle, con el supervisor de producción Terri Winders, se presentó y narrada por Anthony Andrews, de la casa de John Keats , Hampstead, Londres.
Episodios individuales de las series cubren temas románticos diversos.
La serie se transmitió en América del Norte en la red A & E a partir de 1985 hasta 1991.
Títulos de los episodios
1. "La Explosión romántica" [Dirigida por Jean-Louis Fournier] - Anthony Andrews perfiles de escritores y pintores del movimiento romántico siglos 18 y 19no.
2. "La sangre, Mar y Arena" [Dirigida por Michel Pamart] - Las pinturas de Delacroix, Turner y Goya ilustran Romanticismo en la naturaleza.
3. "El paraíso perdido" [Dirigida por Jean-Louis Fournier] - Poemas de Wordsworth y Goethe ilustran el tema del salvaje, naturaleza en estado puro como la libertad.
4. "El héroe romántico" [Dirigida por Michel Pamart] - Los ideales de poetas Byron y Chateaubriand reflejan el concepto romántico del poeta como héroe.
5. "El viaje romántico" [Dirigida por Bernard Guillon] - Un examen de Goethe 'Faust', incluyendo lecturas, ilustra la visión romántica de la vida como un viaje de descubrimiento.
6. "Batalla de la Etapa" [Dirigida por Jean-Louis Fournier] - Juegos de Schiller y Kleist representan la filosofía romántica del héroe como un renegado.
7. "Night" [Dirigida por Daniel Lander] - Dreams influyen en los artistas románticos.
8. "Triunfo de la Muerte" [Dirigida por Jean-Louis Fournier] - El "arte" de la muerte influye escritores románticos.
9. "La edad de oro" [Dirigida por Hans S. Lampe] - Obras de Blake y Keats ilustran el anhelo romántico por un retorno a un país libre y pacífico 'Edad de Oro'.
10. "Música del Alma" [Dirigida por Patrick Meunier] - La música de Beethoven, Schubert, Schumann, Liszt y expresa las emociones más profundas.
11. "Las mujeres románticas" [Director Jochen Richter] - escritoras participan en el movimiento romántico, incluyendo Mary Shelley (autora de Frankenstein), Karoline von Günderrode, las hermanas Brontë, y Georges Sand.
12. "Victor Hugo y El Siglo romántica" [Dirigida por Yvon Gerault] - Poeta, novelista y dramaturgo Víctor Hugo personifica la era romántica.
13. "El triunfo del Romanticismo?" [Dirigida por Daniel Lander] - El movimiento romántico en París enfrenta a los intelectuales contra la aristocracia.
14. "La herencia romántica" [Dirigida por Jean-Louis Fournier] - Romanticismo del siglo 19 influye en la 20a.
Aquí sólo podremos ofrecer seis de éstos 14 episodios. Quisiera añadir que aunque la calidad de las imágenes dejan mucho que desear -las posibilidades técnicas han cambiado mucho- os la recomiendo muy encarecidamente, tened paciencia, os va a encantar.
Ep 1
Ep 2
Ep 3
Ep 4
Ep 5
Ep 6
Para empezar, me gustaría comentaros un texto extraído del excepcioal libro de Eduardo Azcuy: "El ocultismo y la creación poética:
·...Ese
“regressus ad originem”, a la eternidad, que constituía el anhelo fundamental
del hombre de las sociedades arcaicas, es asimismo el elemento primordial de
la experiencia mística en las tradiciones orientales del yoga y el budismo y en
las místicas judeo-cristianas.
Lo
esencial consiste en trascender la condición humana, situándose por encima de
los sentidos en un nivel de suprema estabilidad interior. Abolir la Historia,
salir del Tiempo, recobrar el “Paraíso”, es decir, la situación del hombre
primordial, constituyen apetencias comunes tanto del shamanismo primitivo, como
de los santos orientales y cristianos. Todas las técnicas ascéticas y
contemplativas y las iniciaciones esotéricas tienden a transformar al hombre, a
“curarlo” de la degradación temporal. El hombre “enfermo”, debe volver a nacer.
La filosofía de la India aporta una “medicina nueva” para el sufrimiento y la
angustia existencial. La “curación” está presente en todo el saber tradicional.
El ilusorio velo de la Maya debe ser desgarrado para acceder a la no-dualidad,
al centrum naturae de Boehme, o a la “vacuidad de los Maestros Zen. Los santos y
los místicos, los shamanes y los magos, guardan especialmente esa huella
primordial en las capas profundas de su psique.
Cuando
la fuerza del mito se transfiere a la memoria colectiva, junto a la experiencia
del éxtasis que realizan los shamanes, surge y se manifiesta la poesía. Poco a
poco el mito se torna legendario, pero sobrevive su encantamiento y su poder.
Si por un lado se ritualiza y sirve de sostén a los éxtasis místicos que
permiten revivir los comienzos y acceder al tiempo primordial en que los
arquetipos fundaron el mundo, por otro, comienza a poetizarse otorgando un
nuevo sentido a las formas descriptivas que se integran con invocaciones y
plegarias. Los hechos ejemplares se incorporan a la memoria popular que re-crea
las antiguas tradiciones v revive el pasado en un lenguaje significativo.
Para
el hombre caído, que ha perdido la facultad de aprehender la imagen real del
universo, la poesía es una vía más accesible que las técnicas del éxtasis, para
desarraigarse del tiempo y de la historia. Los lemas mágicos y místicos, las
fórmulas y los conjuros, se tornan poéticos al desasirse del ritual, y perduran
en multitud de epopeyas.
Como
el shamán, el poeta es también en alguna medida el “hombre diferente”, que crea
sobre la fugacidad y reactualiza el sentido profundo de su ser, mediante
palabras que describen vivencias y contenidos cognoscitivos que in illo tempore
posibilitan la aprehensión de lo real. Para él la destrucción y la muerte se
superan proyectándose hacia una realidad espiritual que estabiliza la vida y lo
libera de la prisión historicista. Como el especialista del éxtasis, el poeta
alienta una nostalgia de absoluto y accede a su modo en una indecible dimensión
intemporal.
A
través de todas las épocas, los poetas ambicionan vivenciar la Unidad y
evadirse del mundo sensorial y de los límites del yo. También ellos anhelan
descender a los abismos interiores para esbozar una respuesta a la angustia
existencial de la creatura prisionera en el tiempo. “La poesía es el arte de
construir la salud trascendental. El poeta, por consiguiente, es el médico
trascendental”, escribió Novalis. Es él quien se anticipa al conocimiento y
enfrenta la multiplicidad. Su función instauradora rescata, de la corriente
impermanente de las cosas, vivencias esenciales, momentos cósmicos y
expresiones anímicas que adquieren dimensión ontológica. Frente a las
apariencias, separado de la Naturaleza, el poeta lucha por superar esa “realidad”
que le ofrecen las categorías lógico-cognoscitivas. Su apetencia ontológica lo
impulsa hacia la realización de la Unidad, suprema vivencia poética que le
permitirá integrarse y recobrar su situación paradisíaca. Para ello, el poeta
traza su propio camino. Es un sendero en ciertos aspectos paralelo al del
místico. Sin embargo, la esencia invisible y omnipresente del Todo, vivida en
el ámbito del verso, no posee ni puede poseer la plenitud contemplativa que
adviene en los niveles mentales donde se aniquila totalmente el mundo sensible.
El poeta progresa hacia los niveles profundos de la psique y alcanza su último
grado en la deposición momentánea del “yo”. Es, como dice Baudelaire, "una
especie de exaltación angélica a través de la cual el alma entrevé los
esplendores situados más allá de la tumba”.
El
místico, en cambio, realiza una experiencia más orgánica e intensa y en la
pasividad del éxtasis trasciende el nivel parapsíquico, visionario o mediúmnico,
y progresa hacia el foco de la conciencia unitaria. Ambos, poesía y mística,
son actos de orden cognoscitivo; pero mientras el místico accede a la fuente
Intemporal del Ser, y permanece en ella realizando una suprema unión
existencial, el poeta, por las imágenes y el sueño, obtiene un contacto fugaz
con ese nivel incondicionado de la psique y construye con palabras y ritmos un
testimonio oscuro para ese desborde numinoso del alma.
El
poeta se impone, entonces, una riesgosa aventura. Debe internarse en lo más
profundo de su ser, pero sus métodos de acceso —a diferencia de las vías contemplativas
de despojo gradual— son ensayos anárquicos con “temporadas de infierno”. Su
testimonio escrito responde a la vida profunda, se nutre en los sueños y en los
automatismos inconscientes y, al tender los puentes más maravillosos entre los
objetos del Cosmos, ofrece una imagen fragmentada de esa realidad esencial que
escapa a la percepción ordinaria.
Como
dice Shelley, “crea de nuevo el universo, aniquilado en nuestro espíritu por
la repetición de impresiones, y arranca de nuestra vista interior la película
del hábito que nos oculta la maravilla de nuestro ser…
Desde
la antigua oposición entre “lo mágico platónico y lo racional aristotélico”,
la poesía padeció el predominio del espíritu lógico sobre la inspiración y el
entusiasmo. El orden “apolíneo” se impuso al furor “dionisiaco”, la razón a la
magia, la imitación a la creación y al éxtasis. Una sucesión de preceptivas esterilizó
al componente misterioso que pugnaba por liberarse de los clisés literarios. Al
margen de aislados precursores, hubo que esperar al siglo XVIII para asistir a
la revolución que lanzó a la poesía en el camino del conocimiento de sí misma y
de la aventura metafísica. Desde entonces, la rebelión se afirmó y las crisis
de purificación se acentuaron. La etapa del servilismo y la inocencia quedó
cerrada para siempre. La conciencia de gramático, que había pretendido sacrificar
a la poesía, tornándola, un mero artificio racional, se transformó al influjo
de imperativas exigencias. Los que consideraban a la poesía como un oficio
destinado a distraer o a cantar hazañas, fueron desplazados por hombres que
incorporaron la poesía a la vida y descendieron a los infiernos interiores
buscando liberarse de la angustia del tiempo. Los románticos alemanes
“entraron en el reino propio de las realidades poéticas” y Baudelaire y Rimbaud
la impulsaron más allá de la frontera del espíritu.
El
romanticismo se apoyó en intuiciones y alimentó el mito del sueño y de la noche.
Afirmó el irracionalismo y apeló a las potencias primitivas del alma; a las
zonas oscuras y elementales de la psique Los filósofos románticos rebelados contra
el iluminismo y el predominio de la Aufklárung, la venerada Razón, pusieron
su fe en una interpretación intuitivamente organológica o religiosamente
simbolista de la naturaleza. Reconocieron en la noche el símbolo de lo Absoluto,
de la imagen unitaria y animada de la realidad superior a la que sólo se llega
aniquilando las apariencias del mundo sensible. “Romantizar —escribió Novalis-
significa dar a lo común un sentido superior; a lo ordinario, un aspecto
misterioso; a lo conocido, la virtud de lo desconocido; y a lo finito, una
apariencia de infinito.” En la poesía vieron los “signos manifiestos” de ese
nivel superior de la realidad, que le negaban los sentidos ordinarios. La
poesía tomó entonces una tendencia absolutista y se tomó “progresivamente
universal”. El poeta, "verdadero mundo en pequeño”, es el que mejor
comprende a la naturaleza. Novalis encontró en la poesía el valor máximo, el
fluido universal, la única realidad del gran Todo. “La poesía es lo real
absoluto, esto constituye el núcleo de mi filosofía; cuanto más poética es una
cosa tanto más real es.” Consideró a la poesía como la corriente esencial que
representa a lo no representable, ve lo invisible y siente lo insensible. En
suma, resolvió en poesía todas las experiencias del espíritu. Como la de
Nietzsche, su cosmovisión fue eminentemente estática. “Sólo el artista puede
intuir el sentido de la vida.”
El
poeta se equiparó al demiurgo, capaz de emplear, a voluntad, el mundo sensible,
y la poesía se consideró camino seguro hacia el trasfondo originario anterior a
la división de lo objetivo y subjetivo.
Shelley,
en su famosa Defense of Poetry, escribió que “la poesía es verdaderamente algo
divino, es a la par el centro y la circunferencia del conocimiento, lo que
comprende toda ciencia y a lo que toda ciencia debe ser referida”. Nos permite
habitar un mundo, ante el cual, “este mundo que conocemos es un caos”, y al
arrancar de nuestra vista interior la película de los hábitos que nos ocultan
las maravillas del ser, “recrea de nuevo el universo, aniquilado en nuestros
espíritus por la repetición de impresiones”. Como dirá más tarde Heidegger, la
existencia humana es “poética” en su fundamento mismo; y la poesía —institución
verbal del ser— “es el nombrar que instaura los dioses y la esencia de las
cosas ”. Estas afirmaciones van a caracterizar a todo un movimiento filosófico
y poético cuya visión del mundo, derivada del pensamiento monista, constituyó
en último análisis un retorno a la cosmovisión oriental, en oposición al
dualismo doctrinario de Occidente.
El
romanticismo revivió la antigua cosmogonía mística, agregándole un principio
ético de acción y perfeccionamiento. A la experiencia de los antiguos brahmanes
de fundirse con el Ser infinito, situándose por encima del mundo en un universo
sin sentido, los metafísicos románticos la interpretaron asignando a lo
absoluto irracional, un principio optimista de armonía y de belleza.
Herder,
activo propulsor del Sturm und Drang, había postulado una concepción orgánica y
vitalista del cosmos, que fue perfeccionada por los filósofos y físicos
románticos.
‘El
universo es el resultado de una Inteligencia Infinita” y puede ser aprehendido
por medio de la experiencia interior. Es omnipresente y lo recorre un etéreo
flujo vital que se transforma en diferentes expresiones. La vida universal le
confiere vitalidad al individuo encerrado entre los límites del nacimiento y
la muerte. Pero esta vida momentánea, confinada a los límites del “yo” de los
sentidos, es un breve aleteo sobre el fondo de la vida cósmica. Novalis concibió
a la muerte como una fase de la vida, como el fin de la limitación, como
término y principio, como separación y enlace consigo misma. “La vida es
muerte y la muerte también es vida”, escribió Holderlin. Morir, para Oken, es acceder
a otra forma de vida. Lo esencial consistió en proclamar la inexistencia de la
muerte. Todo lo que muere se disgrega en el universo generador eterno de la
vida. Los conceptos de principio y término se deslíen. La vida infinita es el
substrato real del Todo sin tiempo, por eso, el individuo, de acuerdo con
Baader, “sólo vive en proporción a su identificación con el Todo, es decir, en
la medida en que una ek-stasis lo arrebata de su individualidad.
Este
misticismo natural, de profundo arraigo en el alma germana, se resolvió en un
panteísmo idealista, en que el conocimiento emerge como la actividad suprema.
La religión sería entonces una vivencia trascendente, un sentimiento de
dependencia, como afirmaba Schleiermacher, un estado inexpresable de impotencia
y pequeñez; de sujeción a una desconocida vida total, un “sentir absoluto”, que
no se halla en los dogmas ni en los cuerpos doctrinales, sino que se oculta en
el alma, el hombre es verdaderamente religioso cuando descubre en sí lo
infinito. “Se puede definir el romanticismo -señala Farinelli- como la
embriaguez de lo infinito.” Esa es, por otra parte, la actitud fundamental que
habrá de culminar con Hegel. Lo finito es ilusorio y sólo puede considerarse
real, en cuanto en él se realiza y se manifiesta lo infinito. Nicola Abbagnano,
al caracterizar a la filosofía del ochocientos, definió al romanticismo como un
clima, como una temperie filosófica cuya tendencia principal consiste en
reconocer como única y sola realidad al infinito y aceptar lo finito (el
hombre, el mundo, la historia) solamente como manifestación o revelación de lo
infinito.
Mientras
los filósofos románticos formulaban estas atrevidas concepciones y rematando
los hallazgos kantianos contribuían a cimentar la nueva doctrina de la naturaleza,
los poetas se lanzaron por la senda interior y uniendo en sus visiones
extáticas lo finito y lo infinito, abrieron a la poesía los mundos inquietantes
del ocultismo y de la magia. Lo esencial consistió en afirmar que la aptitud
religiosa del hombre puede y debe actualizarse. Lichtenberg y Moritz, Hamann y
Herder, Jean Paul y Jean Jacques, los pietistas y los ocultistas, todos en
diversos niveles y con más o menos fuerza constructora, comienzan de nuevo a
percibir el mundo como una prolongación de sí mismos, y su propio ser como
inserto en el flujo de la vida cósmica. En ese sentido, la Weltanschauung
romántica descubrió su afinidad con la doctrina de los Vedas. Por instinto, más
que por conocimiento, los pensadores alemanes del romanticismo como Lessing,
los hermanos Schlegel, Schleiermacher, Novalis y hasta el mismo Goethe se
sintieron arrebatados hacia esa tierra ideal poblada de arcanos y virgen de
investigaciones. Aun desconociendo muchos aspectos del Oriente que los
apasionaba, las correspondencias espirituales entre la revolución romántica y
el pensamiento de la India fueron singularmente notables.
Hagamos una pausa, podemos ver un excelente vídeo:
Continuemos.
La universalidad de la experiencia mística, fue la piedra de toque de esa similitud que atestigua la realidad del espíritu humano. Desde el sentimiento de lo Uno de que hablan los Upanishad al inescrutable Tao en Lao-Tsé y en Chuang-Tsé; desde los éxtasis de Filón y del sufismo hasta la suprema unión de Plotino, el mayor intento cognoscitivo del hombre se realiza en aquéllos que, desprendiéndose del “yo” creado por la acumulación de sensaciones adulteradas, experimentan los estados místicos de la conciencia. Partiendo de lo Uno, el misticismo especulativo racionalizó lo infinito en la visión del mundo que postula un universo viviente donde todo se corresponde por sutiles y misteriosos lazos. Esa primitiva Weltanschauung actualizada, sin duda, por la inmanencia de una intuición primordial, se reencontró en los órficos y pitagóricos y se introdujo en el alma religiosa de Occidente a través del misticismo alejandrino. A partir de entonces sus temas esenciales se propagaron como una tradición subyacente. A través de Proclo, el pseudo Areopagita fue discípulo de Plotino y, a través del Areopagita, lo fueron los grandes místicos medievales: Escoto Erígena, Eckhart y sus discípulos, los Gottesfreunde o “amigos de Dios”, especialmente Tauler, Suso y Ruysbroeck.
La universalidad de la experiencia mística, fue la piedra de toque de esa similitud que atestigua la realidad del espíritu humano. Desde el sentimiento de lo Uno de que hablan los Upanishad al inescrutable Tao en Lao-Tsé y en Chuang-Tsé; desde los éxtasis de Filón y del sufismo hasta la suprema unión de Plotino, el mayor intento cognoscitivo del hombre se realiza en aquéllos que, desprendiéndose del “yo” creado por la acumulación de sensaciones adulteradas, experimentan los estados místicos de la conciencia. Partiendo de lo Uno, el misticismo especulativo racionalizó lo infinito en la visión del mundo que postula un universo viviente donde todo se corresponde por sutiles y misteriosos lazos. Esa primitiva Weltanschauung actualizada, sin duda, por la inmanencia de una intuición primordial, se reencontró en los órficos y pitagóricos y se introdujo en el alma religiosa de Occidente a través del misticismo alejandrino. A partir de entonces sus temas esenciales se propagaron como una tradición subyacente. A través de Proclo, el pseudo Areopagita fue discípulo de Plotino y, a través del Areopagita, lo fueron los grandes místicos medievales: Escoto Erígena, Eckhart y sus discípulos, los Gottesfreunde o “amigos de Dios”, especialmente Tauler, Suso y Ruysbroeck.
El
pasaje de la Unidad a la multiplicidad de los seres y el del retomo de los
seres al seno de la Unidad indiferenciada, fueron siempre los problemas
—metafísico y ético— que determinaron la existencia de dos corrientes místicas
y paralelas que en muchos aspectos se confunden. El concepto trascendente e
inmanente que cada una de ellas asigna a la Divinidad, engendra distintas
actitudes.
Una
deriva en un misticismo quietista, la otra en un misticismo dinámico. La
primera acentúa la importancia del Ser Absoluto, lo concibe en eterno reposo
sin devenir ni movimiento. El hombre debe retomar a la Unidad, huir de lo
temporal hacia lo eterno, trascender las apariencias y anonadarse en lo
Absoluto. Es el misticismo de los Upanishads, de Sankara, de Lao-Tsé, de
Plotino y de Eckhart. La segunda es la actitud de Confucio. Admite el devenir y
el fluir heracliteano, se complace en la cambiante multiplicidad de lo Uno en
el mundo y busca participar en él y vivir sus transformaciones para hallar de
esa manera la senda del retorno a la Unidad. El místico temporalista, al
regresar de los niveles de la supraconsciencia, se considera un colaborador de
las energías creadoras, un vidente capaz de descifrar los signos, y actuar en
consecuencia interpretando los designios divinos.
Esta
mística de la extraversión (lo Infinito), opuesta a la mística introvertida de
la tradición agustina y medieval (lo Absoluto) es, por su aceptación del mundo,
fermento de conocimiento. Ella se perpetúa en toda la corriente esotérica que,
de la Gnosis y la Alquimia precristianas, se extiende a través de la Edad
Media hasta la filosofía de la naturaleza, en el Renacimiento, y de allí, siempre
por las mismas vías subterráneas, a la “ciencia romántica”. Sin embargo
-insiste Besset- se debe señalar que no se trata de dos corrientes netamente
distintas, sino, más bien, de dos tendencias cuya acción se ejerce, a menudo,
simultáneamente en la misma persona.
El
renacimiento florentino del siglo XV asistió a un despertar del misticismo
extrovertido. A la influencia alejandrina, especialmente de Plotino, Marcilio
Ficino y Pico della Mirandola sumaron su interés por la Cábala judía, la
astrología y la alquimia. El misticismo y la magia se identificaron en ese materialismo
teosófico que pretendía dominar a la naturaleza y dotar al hombre de poderes
para operar maravillas. Esas ideas penetradas de esoterismo y gnosticismo se
desarrollaron en Nicolás de Cusa, Gerónimo Cardan, Agripa de Nettsheim,
Paracelso, Giordano Bruno, Fludd y Boehme. Este último, puesto en boga por
Tieck dos siglos más tarde, fue leído con pasión por los pensadores románticos.
En su obra confluyen las dos corrientes místicas que hemos señalado, pero se
acentúa la perspectiva temporalista; por lo menos en lo que se refiere al
universo material.
Todos
parten de la Unidad Primitiva, de la raíz de toda existencia, lo que Boehme
llamaba el Ungrund, el abismo sin fondo y también la Matriz Eterna o el
Mysterium Magnum, y Eckhart, la Divinidad, Die Gottheit, distinguiéndola
cuidadosamente de Der Gott, o Dios.
Este
Ser indiferenciado es una aspiración, un impulso vital, un deseo inconsciente
que tiende a volverse consciente: la naturaleza innaturada que tiende a
naturarse. Una Unidad que se va diferenciando y multiplicando mediante
emanaciones sucesivas. El Ungrund —sin dejar de ser Uno— comienza por revelarse
a sí mismo. Suscita su antítesis; hace de sí mismo un espejo, se desdobla en
sujeto y objeto y como ya lo enseñara el antiguo Libro de las Mutaciones, la
existencia brota de la oposición de los contrarios. Para emplear las imágenes
boehmianas, la Matriz de los Mundos desarrolla en su seno la oposición entre el
Deseo inconsciente y la Voluntad consciente. De allí, de esa lucha de opuestos
se opera una síntesis que Boehme denomina la Sabiduría Divina: el Hijo de los
teólogos cristianos. Este nacimiento de Dios se reproduce eternamente y la
Divina Trinidad enseñada por la Iglesia es en el fondo una representación simbólica
de estas verdades místicas. Las tres personas son tres momentos del proceso
permanente de autorrevelación y autoconciencia del Abismo indiferenciado. El
Padre es Voluntad consciente; el Hijo, Sabiduría Divina y el Espíritu, la
Actividad de esa autorrevelación con la cual la Divinidad se crea a sí misma y
forma el mundo. Para la mística, el hombre como microtheos, por su identidad
con lo divino, es la revelación de todos los misterios, el principio del
conocimiento.
Sólo
se puede conocer lo Absoluto si lo Absoluto está en nosotros, en lo profundo de
nuestra alma. Se trata de una identificación de esencia entre el sujeto y el
objeto. El hombre puede conocer, mediante una “contemplación inefable”. El
conocimiento se identifica con la fe y se presenta como la actividad suprema.
La Sabiduría Divina omnipresente se toma consciente en el espíritu humano, y el
ser humano, imagen y símbolo del Todo, puede intentar su máxima experiencia y
alcanzar la última realidad espiritual que genera todas las mutaciones. “Sólo
el conocimiento de nosotros mismos, ese descenso a los infiernos, nos abre el
camino de la divinización”. Estas palabras de Hamann descubren la clave de la
gnoseología romántica. Conocer es descender en sí mismo, muriendo al mundo,
“elevándose hasta donde no hay cosa creada”, como decía Boehme. Sólo puedes
conocer a Dios, si tú eres Dios, si Dios está en ti. Tanto para el Misticismo
como para la filosofía de la naturaleza y la “ciencia” romántica, conocer algo
significa llegar a fusionarse con ese algo, siempre que lo conocido y el
cognoscente sean de igual naturaleza y partes del mismo complejo vital. Sólo se
aprehende el objeto en su ser verdadero cuando se intuye en él la misma vida
que advertimos en la experiencia de nuestro propio “yo”. Los simples —pensaba
Eckhart— imaginan que deberían ver a Dios, como si El estuviera allí y ellos
aquí, pero en realidad, Dios y el hombre son Uno en el conocimiento.
Pero
ese conocimiento no puede provenir de la actividad cognoscitiva común. Se
impone una elevación del alma que reduzca las apariencias múltiples, y
eliminando los opuestos conduzca al nivel de coincidentia oppositorum. La
conciencia debe modificarse, transformarse, situándose más allá de la dualidad
en el eje mismo del Ser: en consecuencia no puede comportar grados ni
transiciones. Como quería Nicolás de Cusa, quien busque lo infinito debe
desligarse de la multiplicidad fenomenal y realizar una comprehesio
incomprehensibilis, una inmersión en la misteriosa profundidad de la
conciencia del cosmos, para “volverse uno” y tornarse semejante a Dios. De ese
modo Dios nace en el alma del hombre. Se produce un renacimiento, que no es
otra cosa que el despertar de la conciencia en un nivel de supervigilia desde
el cual tal vez sea posible percibir toda la realidad. Para decirlo con el
lenguaje de la alquimia superior, se realiza la transformación del cuerpo
mortal de una imagen radiante y el hombre “caído” se reúne con Dios consumando
la Gran Obra Mágica.
La
unidad de la vida no admite límites ni separaciones. La vida está presente en
todo, entera e indivisa, tanto en los astros como en el más simple de los
elementos, igual en lo inferior como en lo superior. El Gran Todo es lo único
que vive. Esta certeza es la que movió a Novalis a expresar su fe en la unidad
de la existencia. “El universo es completamente análogo al ser humano en
cuerpo, en alma y en espíritu —escribió en los Fragmentos—, éste una
abreviación, aquél una elongación de la misma substancia.” El hombre es el
parvus mundus, el microcosmos, la imagen reducida pero fiel del universo, el macrocosmos.
La
antigua idea de que el hombre refleja y contiene el universo, de que es un ser compuesto que participa en todos
los niveles de la procesión divina, que reviviera Plotino y que Boheme tomara
de los cabalistas, cobró fundamental importancia en la filosofía romántica. La
concepción orgánica de la naturaleza extendió esta doctrina a todos los objetos
que componen el mundo, y al insistir en la diversidad infinita y en la unidad esencial
del universo, postuló la gran ley de las correspondencias, según la cual, el microcosmos
y el macrocosmos se relacionan y se enlazan por analogías de orden cualitativo
sólo aprehensibles por la intuición, capaces de conciliar lo múltiple y lo Uno.
William Blake, en el primer cuarteto de Auguries of Innocence, expresa esta
idea que “no es solamente la base del solipsismo romántico en todas sus formas
distintas, sino que es, por sí misma, el fundamento y la esencia de la estética
del romanticismo temprano”.
“Ve un mundo en un grano de arena
Y
un cielo en una flor silvestre.
Ten
el infinito en la palma de la mano
Y
la eternidad en una hora”
Esta
concepción tradicional no sólo admite la magia, sino que precisamente la
demanda. La magia, como afirmaba Pico y reconocía la filosofía natural del Renacimiento,
era la suma de toda la sabiduría sobre la naturaleza y la parte práctica de
toda ciencia natural. Si todos los elementos se responden enlazados por la
universal analogía, era posible actuar sobre todo partiendo de todo. Por medio
de la experiencia mística, el mago podría acercarse a Dios y restituir al
hombre los poderes soberanos que poseían antes de la degradación que le
impusiera la “caída”. Cuando en illo tempore el hombre se hallaba en relación
armoniosa con el cosmos, le era posible conocer contemplando por analogía en
sí mismo el substrato simple e indiscomponible de lo real. Era la Edad de Oro,
antes de la limitación en el tiempo y la percepción condicionada. La época
absolutamente mítica, intemporal: la época del superhombre dotado de mágicos
poderes integrado en la unidad primordial.
Los
románticos padecieron esa eterna Sehnsucht, esa oscura nostalgia que al
recordarle los orígenes, los impulsaba a utilizar a la poesía y al ensueño como
mágicos accesos al Paraíso Perdido. Los físicos románticos, los filósofos de
la naturaleza y especialmente los poetas, vivieron y “pensaron místicamente”
como decía Novalis, el más profundo de los integrantes del “círculo de Jena”.
Schleiermacher
postuló lo infinito como condición de vida para el arte y para la fe, ambas
provenientes de un origen común. Para él, como para los filósofos indios, la
religión fue una experiencia sentida y vivida; la percepción real de algo irracional,
cuestión de hechos y no de palabras. El arte sería entonces para la religión
lo que el lenguaje es para la ciencia. La religión y la poesía se fusionaban.
Ambas, como escribió Novalis, poseían la virtud de interrumpir el estado habitual,
manteniendo más activo en el hombre el sentido de la vida.
Schelling,
en quien la influencia de Boehme fue muy notable, intuyó una naturaleza
orgánica, una inteligencia universal desarrollándose eternamente hacia un
perfeccionamiento mayor. “La fuerza que piensa en mí, es tan eterna como
aquella que sostiene los planetas y las estrellas” había afirmado Herder.
Sankara,
el advaitista indio, campeón del monismo impersonal y absoluto, renació de
improviso en Fichte, cuya obra parangonada con la de aquél demostró que ambos
se hallaban unidos por una notable afinidad de pensamiento. Fichte sostuvo que
el mundo es la múltiple apariencia de una vida divina, de la cual veía en él
mismo un reflejo, y en ese sentido, su cosmovisión resultaba un eco de la
sabiduría lejana de los Upanishads: “Aquel que ve lo Uno en este mundo de
multiplicidad, aquel que en este mundo siempre cambiante ve a El que nunca
cambia, como el alma de su alma, como su propio ser, ése es libre, ha alcanzado
la meta.”
Todo
el romanticismo tendía hacia ese anhelo de unidad. Como afirma Beguin, su
grandeza consistirá en haber reconocido y afirmado la profunda semejanza de los
estados poéticos y de las revelaciones de orden religioso, haber puesto su fe
en los poderes irracionales y haberse consagrado en cuerpo y alma a la gran
nostalgia del ser desterrado.
Su
exploración del cosmos interior contribuyó a extender el misticismo, y el poeta
romántico, convertido en conquistador de verdades esenciales, preanunció la
aventura espiritual surrealista, y pugnando por acceder a un estado superior de
la conciencia y al Conocimiento total, atravesó las puertas que conducen a la
transformación psicológica.
Tieck,
Brentano y Amin, profetizaron el advenimiento de una época edénica, en la que
el poeta, dueño de la visión indivisa, pudiese dominar las fuerzas de la
naturaleza y trascender la barrera sensorial en busca de la reintegración
maravillosa. Los poetas aparecieron como artífices conscientes de esa conciliación
final, siempre que lograsen un estado de “exaltación angélica” semejante al
éxtasis de los místicos. En 1828, Franz Von Baader escribió que “todo auténtico
poeta es un vidente o un visionario” y Passavant anotó adelantándose a
Rimbaud:“el poeta es esencialmente un vidente; la poesía es profecía, visión
extática del pasado, del porvenir, de la totalidad”.
Poco después, Hoffmann
descendió a las azules cavernas del sueño. Como Nerval, no se contentó con
vivir en esa jungla encantada en la que lo acechaban las apariciones y se
alargaban los ecos y las sombras. Intentó dominarla, internarse por sus
fantásticas “picadas” siguiendo el rastro de la presencia perturbadora e
inefable. En su Kreisleriana, anticipó la estética de las correspondencias que
culminaría con Baudelaire y con Rimbaud. “No es propiamente en sueños, sino más
bien en ese estado de delirio que precede al dormir, sobre todo si he oído
mucha música, cuando percibo una especie de concordancia entre los colores,
los sonidos y los perfumes”. Pero Hoffman no fue el único en adelantarse, con
sus “sensaciones enlazadas”, a ese aspecto del simbolismo que en Francia se
llamó “audition colorée”. Brentano hizo referencia a la “luz de los sonidos”,
Eichendorff se preguntó si: “¿Acaso los colores no son sonidos y los sonidos no
son alas?”, y Tieck, para quien los “colores cantan”, preanunció las ambiciones
rimbaudianas de inventar el color de las vocales, escribir silencios y fijar
vértigos, en un esfuerzo sobre humano para hallar el lenguaje perfecto. “¿Por
qué no nos está permitido pensar en sonidos y hacer música con palabras y
pensamientos?”
Novalis,
por su parte, insistió en profetizar el advenimiento de un hombre superior
que, desarrollando las potencias secretas del alma, fuese dueño de su esencia y
dominara la naturaleza. Para él, el hombre es susceptible de evolucionar
psicológicamente y adquirir nuevas y sorprendentes facultades. “El prejuicio
más arbitrario -escribió-- es el que pretende que el poder de exteriorizarnos,
de hallarnos conscientemente más allá de los sentidos, nos ha sido negado. El
hombre puede en todo instante colocarse por encima de los sentidos.” Siguiendo
esa línea de pensamiento, Novalis habló de una “magia poética” capaz de realizar
milagros y experimentó la sensación de estar unido al cosmos por lazos
invisibles y de hallarse en el interior de los objetos que observaba. La vieja
fórmula Erites sicut Dei (Seréis como dioses), se actualizaba en la exclamación
del poeta: Dios quiere dioses. El ocultismo como filosofía y la alquimia
mística como práctica plena de desmesuradas ambiciones se expresaron a través
de sus Fragmentos. Novalis, como el adepto de la Obra Mística, exaltó la
radical purificación del ser mediante una ascesis regulada que permitiese situar
a la conciencia en un plano de pureza absoluta.
Anunciador
del superhombre, imaginó que el cuerpo debía ser puesto completamente en acción
por medio del espíritu. “Es extraño —dice uno de sus Fragmentos— que el
interior del hombre haya sido considerado de modo tan miserable y tratado tan
estúpidamente.” El poeta estimó necesario que la voluntad se proyectase sobre
aquellas partes del cuerpo que habitualmente se hallan sustraídas a su imperio.
Cuando
hayamos obtenido este resultado cada hombre será su propio médico y podrá
obtener el sentimiento exacto de su cuerpo; entonces y por vez primera,
sintiéndose realmente independiente de la naturaleza, logrará quizá hacer
renacer un miembro perdido, quitarse la vida por su propia voluntad y de esa
manera obtener aclaraciones auténticas con respecto a los cuerpos, las almas,
el universo, la vida, la muerte y el mundo de los espíritus.
En
este como en otros aspectos coincidió con el milenario pensamiento de la India
y con las postulaciones de la doctrina secreta. Al avanzar por el “camino
misterioso que se extiende hacia lo interior”; mientras se acentúa la
disolución del “yo” creado por los sentidos, se manifiestan al experimentador
diversos “poderes”. Es entonces posible adquirir el dominio de las funciones
neurovegetativas y de las facultades que el poeta atribuye a su hombre divino.
“Tendrá la facultad de separarse de su cuerpo cuando le agrade; verá, oirá,
sentirá lo que quiera y desde el punto de vista que desee.” Pero la meta final
no es ese nivel parapsíquico. El Hombre-Dios que ambiciona Novalis es el ser
transformado, “renacido” en un “cuerpo glorioso”, análogo al que poseía el
hombre antes de “la caída”. Un ser que acceda libremente al mu ido del espíritu
que “no está cerrado para el hombre” y que “siempre es visible”.
Aparentemente
tan desligado de la tierra, Novalis llegó a afirmar que el cuerpo humano es el
único templo del mundo. El poeta-místico logró entonces su equilibrio
perfecto. Ocupado en ensanchar su existencia hacia lo infinito, fue un poco ese
ciudadano del universo que él mismo profetizara, ese Hombre-Dios exteriorizado
conscientemente más allá de los sentidos, para el que la paridad entre el
hombre y el cosmos Se revelaba como una realidad. “No debemos ser sencillamente
hombres —escribió—, es preciso que seamos más que hombres . . .”, porque la
suprema tarea, como lo quería el maestro Eckhart, consiste en descubrir la otra
persona que habita el interior, aquel que las Escrituras llaman el Hombre
Nuevo, el Hombre Celeste, el Joven, el Amigo .
Las imágenes son pinturas del pintor checo Zdenêk Hajný.
Como siempre, espero que os haya sido útil e interesante.
Las imágenes son pinturas del pintor checo Zdenêk Hajný.
Como siempre, espero que os haya sido útil e interesante.
Muy buen post, gracias!! Me gusto leerte, voy a ver el documental. Me ayudo en una parte de un trabajo, dobre arte y misticismo. Estoy haciendo un repaso historico sobre la delgada linea entre misticismo,espiritualidad y arte....
ResponEliminaMuchas gracias por tu comentario. Me alegro de que te pueda haber servido, el libro de Eduardo Azcuy te lo recomiento mucho, así como los trabajos de Rafael Argullol.
ResponEliminaSi deseas compartir parte de tu trabajo, puedes hacérmelo llegar para publicarlo en el blog.
atentamente
Josep Eduard
Excelentísimo trabajo amigo te felicito, yo también estoy haciendo una investigación a modo personal sobre el romanticismo y su faceta mística era lo que me faltaba, gracias
ResponEliminamuy bueno el blog, excelente trabajo, yo tambien estoy investigando sobre el romanticismo, leyendo obras, etc, te felicito es genial me ilumino mucho! saludos
ResponElimina