dijous, de novembre 01, 2012

BEGUINAS Y MÍSTICAS EN LA EUROPA MEDIEVAL. 1ª PARTE.

“Un grupo de mujeres encontró el modo de ser libres en un mundo dominado por los hombres: las beguinas. Las beguinas quisieron ser espirituales pero no religiosas, quisieron vivir entre mujeres pero no ser monjas ni canonesas, quisieron rezar y trabajar pero no en un monasterio, quisieron ser fieles a sí mismas pero sin votos, quisieron ser cristianas pero ni en la Iglesia constituida ni, tampoco, en la herejía, quisieron experimentar en su corporeidad pero sin ser ni canonizadas ni demonizadas. Para hacer viable en su mundo este deseo personal, inventaron la forma de vida beguina, una forma de vida exquisítamente política, que supo situarse más allá de la ley, no en contra de ella. Nunca pidieron papado que confirmara su manera de vivir y de convivir ni se rebelaron, tampoco contra la Iglesia.”
“No se rebelaron pero parece que encontraron la rendija por donde escapar sin ser vistas”…
María-Milagros Rivera Garretas




Como veíamos en la entrada dedicada a Esclarmonda de Foix y al primer gran movimiento de reforma espiritual que conocemos com: Cátaro


la Edad Media, lejos de ser aquella época oscura y tenebrosa que ha difundido la tradición historiográfica, especialmente después del Renacimiento y de la Ilustración, constituye un largo período de luces y sombras que en su dialéctica, formuló las bases del mundo contemporáneo.
En la presente entrada, queremos aproximarnos de nuevo a aquella riquísima sociedad medieval, con la finalidad de traer al presente las voces de algunos de los que con gran esfuerzo y a riesgo de sus propias vidas, proclamaron la necesidad de realizar profundos cambios en la cosmovisión de su tiempo y en particular, en el papel que tenía la Iglésia Católica como principal garante del orden establecido.
Para ello, recogeremos el testimonio de unas mujeres excepcionales quienes, rompiendo con todas las normas impuestas -por el Orden establecido, la tradición y la Jerarquía eclesiástica- se dispusieron a vivir sus propias vidas, obedeciendo al único mandato de su conciencia: Las Beguinas.



Antecedentes: Movimientos de reforma en el cristianismo medieval 





Cuando la mirada del siglo XXI se posa sobre los últimos siglos de la Edad Media europea, advierte en seguida, una transformación en el campo de la experiencia religiosa. Un cambio profundo parece perfilarse en estos años en los que emergen nuevas formas de lenguaje y de representación, nuevas interpretaciones de los ideales de una espiritualidad pauperística y apostólica que buscan la expresión verdadera del antiguo paradigma de imitación de los apóstoles y de Cristo. El cambio nace lentamente con el progreso de la sociedad feudal en los siglos XI y XII, en el interior de los movimientos de Paz de Dios y de la Reforma de la Iglesia, y también fuera, en la paulatina aparición en escena de los laicos, llamados a participar en el fenómeno religioso de una forma nueva.
El modelo apostólico lo encontramos muy pronto en algunos monasterios. En los claustros reformados del Císter se empieza a hablar de él, a ponerse en práctica. Le acompaña una invitación a la introspección, al descubrimiento del «hombre interior», a la experiencia humana completa, carnal y espiritual, en el camino de la unión con Dios. Más allá de los claustros, la transformación es general en todo el Occidente. Incide con mayor énfasis allí donde la economía de beneficio triunfa con más fuerza: en la ciudad, en esos centros urbanos que se multiplican y se muestran económica pero también culturalmente cada vez más dinámicos, en esos espacios donde circulan cada vez más y más deprisa el dinero y las mercancías, pero también las ideas (L. K. Little).
Y es allí, en el seno de la abundancia, donde, a través de una inversión ritual y literal al mismo tiempo, aparece de pronto la pobreza. Pobreza literal y pobreza simbólica se inscriben en la cultura y en la espiritualidad de la época y se convierten en la verdadera vía para seguir a Cristo en este mundo. Como muestra el Sacrum Commercium, una obra escrita en círculos franciscanos en los años veinte del siglo XIII, para Dama Pobreza, esposa de Cristo, el mundo es el verdadero monasterio.

Isabel Guerra: Dama Pobreza


El crecimiento económico y demográfico que se había producido en los siglos XII y XIII quedó drásticamente frenado por la crisis, cuyas causas fueron:
  • Las calamidades naturales: el exceso de lluvias, con las consiguientes inundaciones, y la reducción de las horas de sol, perjudicaron a los cultivos. La sucesión de malas cosechas redujo la cantidad de alimentos disponibles y la población padeció hambre y desnutrición.
  • La peste negra: la epidemia llegó a Europa en 1348, transmitida por las ratas que viajaban en los barcos procedentes de Oriente, y sobre una población debilitada por el hambre resultó devastadora. Nuevos brotes de la epidemia se sucedieron posteriormente, de manera que, entre 1300 y 1400, Europa pasó de setenta y tres millones de habitantes a tener sólo cuarenta y cinco.
  • Las guerras: los ataques de mongoles y turcos en el Este y, sobre todo, la guerra de los Cien Años (1337-1453), que enfrentó a Francia e Inglaterra y afectó también a España y los Países Bajos. Además, se sucedieron los conflictos entre los numerosos estados alemanes y entre las ciudades italianas.

El siglo XIV parece el fin de la Edad Media pues Felipe el Hermoso ya no está al servicio de la Religión, sino que la considera una pieza más en sus intereses políticos; o la Iglesia se sirve del Estado o el Estado se sirve de la Iglesia; el péndulo no deja de oscilar de un extremo (clericalismo) al otro (laicismo).
La intromisión de eclesiásticos en los asuntos temporales, incluso con la fuerza de las armas, es una eterna tentación como recuerda el Evangelio con las espadas en el Cenáculo y en Getsemaní y con otros pasajes.
A mitad del primer milenio, el papa san Gregorio I Magno (+604 con 64 años) había aceptado la petición del Emperador de dirigir la defensa de Roma frente al ataque de los longobardos. Desde entonces, puede considerarse rey de todas las iglesias particulares regidas por obispos-príncipes que tienen el poder temporal sobre los pueblos de Europa.




La confusión mental identifica la Institución religiosa (comunidad de discípulos de Cristo) con la sociedad (civil) que queda absorbida y enterrada. La praxis posterior querrá abolir la dimensión democrática de la sociedad (civil y religiosa) que buscará rebrotar de una manera u otra. La Iglesia, como un Estado plurinacional, consagra el rígido centralismo y el régimen monárquico absolutista. La sociedad ha sido anestesiada y los laicos en la Iglesia se ven como un peligro.
Al estrenarse el segundo milenio, el papa Gregorio VII (+1085 con 65 años), elegido en 1073, prohibió al poder secular -bajo pena de excomunión- dar obispados, lo que provocó la protesta unánime de todos los señores feudales. El emperador Enrique IV de Alemania le consideró subversivo y revolucionario. Unas semanas después ese Papa redactó 27 tesis sobre su concepción del poder pontificio, llamando la atención dos de ellas: “tiene facultad para deponer a los emperadores” (n. 12) y “puede desligar a los súbditos del juramento de fidelidad prestado a los inicuos” (n. 27). Idea enteramente nueva fruto de su personal interpretación del Evangelio (Jn 21,17 y Mt 16,16-20) discurriendo así: “si la Sede Apostólica tiene facultad para juzgar de las cosas espirituales, con mayor razón la tendrá sobre las temporales, que valen menos. Todo lo que hay dentro de la Iglesia, está debajo del Papa; luego los reyes y emperadores están sometidos al Papa”.
Mientras en 1291 cae San Juan de Acre en manos turcas, Europa está ensangrentada y agitada con conflictos sociales. Pelean por el trono imperial Alberto de Austria, enemigo del francés Felipe IV el Hermoso, y Adolfo de Nassan. Francia lucha contra Inglaterra por la Gascuña y Aquitania. En el sur de Italia pelean angevinos, amigos del papa Bonifacio, contra aragoneses-sicilianos, amigos de los Colonna. Venecia, Génova y Pisa luchan por la hegemonía oriental. En la Toscana pelean güelfos y gibelinos. 







Los güelfos son partidarios de la burguesía ciudadana (la aristocracia del dinero) y se imponen a la vieja aristocracia de la sangre o vieja nobleza feudal (los gibelinos). Dante, de vieja familia noble, opta por los nuevos güelfos. Con el tiempo, éstos se rompen en dos: los “blancos”, burgueses industriales que perderán en Florencia ante los “negros” y al que pertenece Dante; por eso le condenarán a una multa y a dos años de cárcel por lo que nunca regresó a Florencia desde que se fue a Roma como embajador. Los “negros” son obreros y artesanos que se unen a los gibelinos, o sea la vieja aristocracia feudal.
Además se dan ataques contra los eclesiásticos en Dinamarca, Portugal, Inglaterra y Francia.
En el segundo milenio siguen apareciendo sectas que revitalizan ideas antiguas pues las personas mueren, pero las ideas no. Son ideas antiguas pero con algunos ingredientes o apariencias nuevas.
Como siempre ocurre, surgen “profetas” que denuncian los pecados y exigen conversión pues objetivamente la cosa es escandalosa. Son tiempos en que abundaban obispos y prelados, orgullosos de su origen noble, deseosos de aumentar sus rentas y prebendas, ávidos de poder, con escasa formación doctrinal y descuidada vida interior. Muchos miembros del clero, alto y bajo, llevaban una mediocre vida espiritual, cuando no escandalosa, viviendo público concubinato e incumpliendo sus funciones pastorales. En el vértice de la Iglesia la situación era también lamentable. 








El desprestigio de los eclesiásticos era tal que en 1502 Erasmo podía decir, con regocijo, que el mayor insulto para un laico era llamarle “clérigo” o “monje”. La pena es que esos profetas se dejan atrapar por la soberbia y se pasan, meten en el saco de alguna verdad sus propias miserias. La pena es que los otros no se atreven o no pueden separar el trigo de la cizaña, dejan todo dentro del saco, anatematizan todo y no tienen agallas para mirar, analizar, seleccionar, probarlo todo y quedarse con lo bueno.



Los “fratricelli” o espirituales





Los “fraticelli” (frailecillos) fundados por fray Angelo, amigo de los ermitaños agustinos de la Marca Ancona. Los "fratricelli" o espirituales son místicos visionarios que, influidos por Joaquín de Fiore, enseñan que la Iglesia romana, carnal y pecadora, ya ha cedido a la Iglesia del Espíritu Santo que ellos representan. Llevan hábito gris (lana no teñida) como san Francisco por lo que los franciscanos “normales” cambiaron al marrón: no por infidelidad, sino por prudencia, para que la gente supiera quién era quién.
Es una secta devenida de los franciscanos a la muerte del fundador. Al poverello de Asís se le prohibió admitir a los apostólicos en su Orden en la que enseguida brotaron dos ramas: los espirituales o rígidos y los relajados o conventuales que mitigaban la pobreza material como fray Elías, el sucesor de Francisco y quien mandó construir el santuario de Asís. Los rígidos estaban convencidos que la construcción del edificio era una traición al espíritu de Francisco. La Santa Sede presionaba a favor de Elías pues no concebían una institución sin bienes patrimoniales.
El Concilio de Vienne (1311), el que abolió a los Templarios, renovó un canon del Concilio II de Lyon permitiendo a los mendicantes predicar y confesar. Impulsó crear cátedras de hebreo, árabe y caldeo en París, Oxford, Bolonia y Salamanca para mejor estudiar las Sagradas Escrituras. Prohibió que los musulmanes pudieran dar culto público en los estados cristianos. Algunos cátaros supervivientes podrían muy bien haber sido admitidos entre los espirituales o ”fratricelli”.
El Papa Juan XXII, les dio alas, sin embargo los “fratricelli” cayeron en desgracia, se les persiguió y condenó.




Fray Dolzino

El contexto histórico de ese momento es cuando el Papa vive en Avignon y la Iglesia sufre el llamado Cisma de Occidente. Avignon es una ciudad enclave entre Languedoc, Provence y Francia, comprada por el Papa en 1348 con toda la comarca. Juan XXIII fue obispo de aquí antes de ser Papa y Angelo Roncalli adoptó precisamente ese mismo nombre para zanjar la polémica de si había sido papa o antipapa. Benedicto XII construirá el "Palacio de los papas" en donde vivieron los 7 hasta Benedicto XIII. Llegó a ser una ciudad de 40.000 habitantes (se dice que 32.000 eran "pobres clérigos").
Lugar cómodo para recaudar de todos lados. Los papas aquí se hicieron centralistas, recaudaron mucho más que nunca y se reservaron derechos como el nombrar obispos, repartir prebendas, traslados, etc. Llegaron a recaudar 300-500 mil florines anuales que entonces era 1/5 de la renta del rey francés, 1/4 del rey inglés, 1/2 del duque de Borgoña. Los contribuyentes protestaron y el gallego Álvaro Pelayo denunció la codicia de los recaudadores. Por el proceso de Roma en 1466 contra los rebeldes del Lacio parece que desaparecieron.





Guillermo de Ockam


Un insigne miembro fue Guillermo de Ockam (+1349 con quizá 64 años), conocido en la Historia de la Filosofía y otras áreas culturales. En asuntos políticos era tan radical que parece razonar a navajazos y dice que no existe ni la sociedad, ni la ciudad de Dios, ni pamplinas, que sólo existe el individuo. Filosóficamente era nominalista y padre de la contemporánea Filosofía del Lenguaje. Es considerado como uno de los padres de la nueva ciencia que surge en el Renacimiento, precursor de los movimientos democráticos, inspirador de la teología revolucionaria protestante.
También entre los dominicos -los domine cani o perros de Dios, como los solía llamar el pueblo llano- creados para expurgar la supuesta herejía cátara mediante la recién creada Inquisición, surgieron algunos más radicales que como los “fratricelli” eran partidarios de las reformas a ultranza.






Los franciscanos espirituales se revelaron reactualizando en esto a Joaquín de Fiore (+1202 con 72 años), abad cisterciense en Calabria que dejó la Orden para fundar la Congregación florense, aprobada en 1196. Dante, en su canto XII del Paraíso, lo coloca entre santo Tomás de Aquino y san Buenaventura. En el Renacimiento influirá en Savonarola, Nicolás de Cusa. 
En aquellos años, Luis de Baviera, enemigo de Avignon, fue coronado Emperador del Sacro Romano Imperio Germánico en el Capitolio romano, depuso a Juan XXII mientras acogía a los franciscanos espirituales e hizo elegir al antipapa Nicolás V: el franciscano Pedro de Corbara. Los espirituales excomulgaron a los antipapales alemanes e italianos. Su pobreza será después difundida por Ockam que huyó en 1327 y se enseñará abiertamente en La Sorbone.
Ockam, igual que el averroísta Juan de Jaudúm, niega la potestas que se había otorgado el Papa sobre el Imperio y sobre el Concilio. La jerarquía eclesiástica estaba dividida entre los que propugnaban y defendían un estatus relajado y de riqueza que habían logrado los clérigos, y los que abominaban esta situación y exigían –sin tanto radicalismo como los “fratricelli”- las reformas oportunas para ajustarse al Evangelio.

Los Husitas

Juan Pablo II, ante el Congreso histórico-teológico que estudiaba el antisemitismo y la Inquisición, y en la propia Chequia en 1990 y 95, pidió perdón por la actitud de los eclesiásticos con Jan Hus (+1415 con 43 años), quemado vivo en la hoguera en 1415, 







cumpliendo la sentencia del Concilio de Constanza. En el primer viaje dijo que “no se puede negar la integridad de vida y el empeño por la educación y la formación moral de la nación que caracterizaron a Jan Hus (...) encomiendo a los expertos y en particular a los teólogos checos, determinar qué papel le corresponde en la Iglesia como reformador”. En el segundo viaje afirmó: “Yo, Papa de la Iglesia de Roma, en nombre de todos los católicos, pido perdón por todas las injusticias infligidas a los no católicos a lo largo de esta dolorosa historia”. Fue el papa Martín V (+1431) quien decretó la represión, elegido para superar el cisma de Avignon y aniquilar a los conciliaristas.
Juan Hus vivió cuando en la Iglesia había dos o tres papas, durante el cisma de Avignon y protestó por el escándalo de las indulgencias cuando en 1412 el papa Juan XXII lanzó una guerra contra el rey de Nápoles y ofrecía el perdón completo de los pecados a quien le apoyara.
Recogió las ideas del inglés Wyclef (+1384 con 60 años); ambos empezaron movidos por un sincero deseo de reformar la Iglesia pues veían que la Iglesia romana había tocado fondo en la corrupción. Pero al toparse con un muro inexpugnable, no pocos optaron por lo radical, prescindir de la autoridad jerárquica, sólo la Biblia, etc. (un siglo antes que Lutero) aunque algunos, más moderados, sólo exigían la comunión con las dos especies para los laicos y la predicación libre del Evangelio.

Los “hermanos moravos” o Unitas fratrum





El pequeño remanente que quedó tras la extinción de los husitas, viendo que no podían meterse en política, optaron por esconderse en la vida privada. Guillermo fue el fundador del nuevo grupo de la Hermandad de los “hermanos moravos” o Unitas Fratrum para iniciar la nueva Iglesia; al ser perseguido huyó a las montañas del Señorío de Riechenau.
Este nuevo grupo de los “Hermanos moravos” o Unitas fratrum es la fusión de la “Unidad de hermanos” con la secta “Jednota Bratrská” fundada por Pedro Chelcicky (+1460 con 70 años), un rico propietario de Bohemia que, inspirado en los valdenses, arremetía contra la Iglesia oficial que la consideraba corrompida por lo temporal desde Constantino. Decían que el culto a la Virgen y a los Santos es una aberración así como la Exposición del Santísimo y la esplendidez de la Liturgia. Propusieron huir de la ciudad al campo y consideraron pecado mortal hacer la mili, ser político, vestir elegante y divertirse. Veían a la Ciencia como inútil y peligrosa y sólo el trabajo manual es algo digno.
Buscaron a un valdense para que les ordenara tres obispos suyos. A los ricos se les exigía la pobreza radical, entregar a la Hermandad sus propiedades privadas. Aceptaban la confesión pública de los pecados y vivían la comunión eucarística de las dos especies (calicistas o utraquistas). Como los calicistas les negaron los sacramentos, crearon sus propios clérigos. Para sus pastores se exigía la pobreza y el celibato, creando un Comité de Vigilancia para que fuera realidad. Su única ley son las Bienaventuranzas y para ellos no existe ni juramento ni violencia. Hacen vida comunitaria y apostolado en las familias y entre profesionales.
En la década de los 90 se habían roto en dos y el grupo pequeño (su jefe se llama Amós) se aferraba a los estrictos 6 mandatos de las Bienaventuranzas. El grupo grande, en 1500 eran unos cien mil en 400 comunidades pero su segundo jefe ya empezó a mitigar y con el tercero se infeccionaron de “Reforma”. En 1535 redactaron un credo luterano, en 1624 conocieron el exilio y en el 28 -con la recatolización de Bohemia y Moravia- se hicieron clandestinos y se exiliaron a Polonia, Silesia y Hungría. Con su absorción en la Reforma, duraron 167 años.
Algunos de Moravia, resucitados por Christian David en 1722, se establecieron en el monte Hut con permiso del conde Zinzedorf: son los llamados Hernutitas. Artesanos pietistas que atraían a oprimidos. Era una teología de la cruz y el amor al prójimo para dar solución a problemas sociales. En el 27 fundaron un orfanato y desde el 82 escuelas-internados con importantes pedagogos (verbigracia  Schleiermacher). Las hermanas servían a necesitados y refugiados.




Johan Amos Comenio (+1670 con 78 años), moravo, obispo-presidente de los "Hermanos moravos", escritor y pedagogo, tenía una teoría completa de la Pedagogía armonizando las teorías de Platón, Agustín, Descartes, Bacon, Calvino, Luis Vives. Melanchton, etc. Entendía que el hombre es un microcosmos que refleja el Universo a quien Dios, como ideas innatas, sólo le pone los primeros principios. La experiencia es fundamental para razonar y diseñó un plan de enseñanza desde la más tierna infancia hasta la Universidad. Fue un revolucionario de la Pedagogía pues ya utilizaba los audiovisuales, defendía la necesidad de educar a la mujer, que es más sutil a veces que el hombre, proponía que no hubiese castigos corporales y no le parecía bien que se agotara al alumno con demasiadas horas de clases, de estudio y de tareas para casa.

Los antonianos

En el siglo XIX un tal Unternäshser fundó los “Antonianos”, otro grupo de disidentes suizos cuyo líder se llamó Hijo de Dios y decía haber venido a completar la obra imperfecta de Jesús, a suprimir todos los tribunales de la tierra y a cancelar todas las deudas. Fue condenado a prisión pero luego se le encerró en un asilo de locos, donde murió en 1824.



El Bosco: "Las Tentaciones de San Antonio, obsérvese la Tau azul sobre la casulla del santo. Para ver las relaciones de El Bosco con éstos movimientos de reforma espiritual, véase:



Un grupo también así llamado fue la medieval Orden de la Tau u Orden de los caballeros de san Antonio, enigmática, fundada en Egipto tomando el nombre de san Antonio abad y cuando la Europa medieval era asolada por una extraña epidemia, laignis (fuego sagrado).
Las crónicas dicen que se gangrenaban las extremidades (pies, piernas, manos, brazos); en los casos graves, el tejido se tornaba seco y negro y las extremidades, momificadas, se caían sin hemorragia alguna. Fue en el siglo IX cuando 9 caballeros franceses del Delfinado quisieron ir a por el cuerpo de san Antonio pues en Occidente corría la noticia de los milagros que obraba al emperador de Oriente desde que descubrieron su sepultura en el desierto. En 1095 el papa Urbano II aprobó su constitución. Eran laicos con hábito negro y la tau azul en el pecho hasta que en 1218 el papa Honorio III les obligó a hacer los votos monásticos.
Juan de Baltazar, un caballero abisinio o pretendido príncipe etíope, relata la fundación de la Orden en un librito publicado en Valencia en 1609, editado por Juan Vicente Franco. Dice que la Orden había sido fundada en Etiopía en el 370 por el emperador etíope Juan “el santo” para pelear contra los arrianos del momento y con el espíritu de san Antonio abad.
Parece ser que el posterior emperador Juan Felipe VII obligó a sus fieles a tener tres hijos varones para preservarla y darle crecimiento. Esta misteriosa Orden etiópica llegó a tener un convento en cada ciudad, un total de casi 2.500 conventos. Blas Antonio de Ceballos asumirá las tesis de Juan de Baltazar en su libro publicado en Madrid en 1686.
La Orden estuvo asociada al hospicio de san Stefano dei Mori en la ciudad del Vaticano y en el emblemático pueblo Castrojeriz, del Camino de Santiago, tuvieron el primer convento español, promovido por Alfonso VII de Castilla en 1146. El convento, hoy en ruinas, tenía un buen santuario y un hospital especializado en la curación del “fuego sagrado”.

Los unitarios





Los unitarios que dicen promocionar las verdades universales recibidas de los profetas y maestros de la humanidad y sintetizadas de manera inmortal en la herencia judeo-cristiana en el principio del amor a Dios y a los hombres. Al defender la unicidad de personas divinas, niegan la Trinidad por lo cual se les tiene como no cristianos.
Ahora los anabaptistas son los más radicales entre ellos pues niegan toda investigación intelectual religiosa y acaban afirmando cosas que no están dichas en la Biblia. De ellos han surgido grupos exóticos como el movimiento menonita del que forman parte los amish, los huteritas, los hermanos de Cristo, etc. Como los amish, hay grupos que no creen en el bautismo de los niños; grupos así ya existían en el cristianismo primitivo y medieval. Su exótico modo de vida puede conocerse por la película "Único testigo" que trata de ellos. En 1536 el sacerdote holandés Menno Simons dejó la Iglesia católica y asumió las ideas anabaptistas dando lugar al movimiento menonita. Huyeron a América en busca de libertad pues en Europa eran perseguidos.
Los universalistas parecen movimientos intelectuales procedentes del humanismo español de J. Valdés y Miguel Servet, quien el 27 de octubre de 1553, a la edad de cuarenta y dos años, fue quemado en la hoguera. En medio del humo de las llamas, gritó sus últimas palabras: "¡Oh Jesús, Hijo del Dios eterno, ten piedad de mí!." Murió después de una hora y media de tortura. Farel, un colega de Calvino, señaló que el cambio del orden de una palabra, el adjetivo "eterno" antes "de Dios", para decir “Hijo eterno de Dios”, le habría salvado. Por lo tanto, los moribundos gritos de Miguel Servet eran "un último gesto de desafío hacia aquellos hombres y una confesión a Dios" 




Miguel Servet en la hoguera


y del humanismo italiano de Padua, Venecia y Vicenza. En Venecia hubo un foco anabaptista y fueron expulsados de la ciudad en 1550 por lo que Camilo Renato huyó a Suiza y Francesco Stancaro se fue a Polonia como profesor de la Universidad de Cracovia cuyo rey Segismundo (1548-72) era tolerante. Los Jesuitas empezarán después ahí la recuperación católica pues había muchos nobles y teólogos infectados.
Todo hubiera acabado si no fuera porque llegó Fausto Socino quien organizó en Rakow una comunidad y en Florencia disfrutó 12 años del patronazgo de Isabel de Medici hasta 1574, en que tenía 40 años. Acosado por calvinistas y por la inquisición, huyó a Polonia. En 1562 había escrito un Catecismo que copiaron los ingleses "latitudinarios", los de la antigua tradición biblística inglesa. De allí saltaron a USA radicalizándolo el predicador Chauning formado en Europa en la escuela de Kant y Fichte. Quedó allí como movimiento ético natural de donde brotaron los universalistas.
Los universalistas son una secta, una “denominación” dirán ellos, y fuera de lo común pues no todos los grupos piensan igual, ni siquiera están todos de acuerdo en si Dios existe. Unos son cristianos, otros judíos, otros budistas. Es una religión a la carta y puedes cambiar de teología sin cambiar de comunidad. Algunos que niega la eternidad del infierno y reactualiza la apocatástasis de Orígenes de la restauración universal de todo en Dios.

Los hermanos del libre espíritu




Así se llamaron a los “heréticos” o “vagabundos alemanes” imitadores de los cátaros, quizá llamados beggini en el norte de Francia, en Bélgica y Renania pues así se citan por primera vez en una crónica de Colonia (1209) englobando cátaros, panteístas y quietistas del norte de Francia.
Exaltan la pobreza voluntaria y viven de limosna. Son panteístas o quietista que buscan la inocencia perdida del paraíso y la deificación formal: entonces el alma ya no puede pecar, es libre, y practican la libertad de espíritu y de la carne (el amor libre). Después del Concilio de Vienne (1311), el que suprime a los Templarios, la Inquisición los hace desaparecer.
En el sur europeo (Italia, Catalunya y Provence) se llama “beguinos” a los “espirituales” franciscanos y sus sucesores los “fratricelos” cuando se les condena en 1317. También se llaman así a los monjes del mundo y sus afiliados. Son místicos visionarios influidos por Joaquín de Fiore. Enseñan que la Iglesia romana (carnal y pecadora) ya ha cedido a la Iglesia del Espíritu Santo. Llevan hábito gris (lana no teñida) como san Francisco por lo que los franciscanos cambiaron al marrón: no por infidelidad, sino por prudencia, para que la gente supiera quién era quién.





El Juicio de Wyclif, líder de los begardos ingleses, obra de Madox.

Los begardos son “religiosos laicos” belgas y renanos que cuidan enfermos, dementes y apestados. Usan conventos abandonados o viejos. Tienen casas separadas para hombres y mujeres, aunque algunos (belgas, holandeses y en Koln) son sólo masculinos y trabajan telas: llamados tejedores o begardos. En s. XV desaparecen con la crisis industrial.
Como señala el inefable Menendez Pidal, en su "Historia de los Heterodoxos españoles:

Los delitos de los begardos era los siguientes: creer que eran tan puros que no podían pecar, que una vez llegado, como ellos, a la perfección se puede conceder al cuerpo todo lo que pida, que en ese estado no se está sujeto a ninguna obediencia humana, que es posible llegar a él en esta vida, que el alma perfecta está sobre las virtudes, así que no tiene que practicar ninguna, etc.
«Estos hipócritas se extendieron por Italia, Alemania y Provenza, haciendo vida común, pero sin sujetarse a ninguna regla aprobada por la Iglesia, y tomaron los diversos nombres de Fratricelli, Apostólicos, Pobres, Beguinos, etc. Vivían ociosamente y en familiaridad sospechosa con mujeres. Muchos de ellos eran frailes que vagaban de una tierra a otra huyendo de los rigores de la regla. Se mantenían de limosnas, explotando la caridad del pueblo con las órdenes mendicantes». (Menéndez y Pelayo, M., Historia de los heterodoxos españoles, tomo I, Editorial católica, Madrid, 1978, página 518)


Caso aparte lo constituían sin duda los ermitaños, que llegaron a convertirse durante el siglo XII en una verdadera "categoría socio religiosa" (Chelini). Dos notas definían la condición eremítica: el individualismo y la temporalidad, por lo que en principio la incidencia social de esta peculiar forma de "fuga mundi" no tendría por qué haber sido grande. 
Si queréis ampliar el significado de los ermitaños podéis ver:

http://terraxaman.blogspot.mx/2010/01/el-simbolismo-del-ermitano-luz-en-las.html


Sin embargo, los ermitaños, personajes de compleja personalidad (a menudo antiguos milites desengañados con la carrera de las armas), partidarios de alcanzar la salvación buscando el abrigo de lugares apartados, podían intentar cualquier cosa menos pasar desapercibidos. La pobreza de su vestimenta y alimentación, su fama de taumaturgos y el rigor mismo de su espiritualidad, no podían sino despertar la admiración de las masas y la búsqueda de su compañía. El intento de estos ascetas por preservar su intimidad mediante el deambular periódico, favorecía por el contrario su prestigio, expresado en predicaciones tan informales como multitudinarias. 




Lejos de suponer una amenaza contra el orden establecido, estos predicadores ambulantes (Wenderprediger), rodeados del fervor popular, ejercieron un positivo papel en aras de la reforma. Por otro lado, las más importantes experiencias eremíticas laicas derivaron, una vez finalizada su estricta fase penitencial, en la creación de nuevas órdenes. Tales fueron los casos de Roberto de Abrisel (muerto en 1117) con Fontevrault y de Esteban Muret (muerto en 1124) con Grandmont, por ejemplo. 

Las Cofradias



Los mismos ideales de paz y fraternidad que habían dado origen en el medio rural a los movimientos de paz y tregua de Dios fundamentaron a nivel urbano las asociaciones conocidas como hermandades o cofradías. Para la gran masa de ciudadanos, deseosos de realizar personalmente el ideal de la vida apostólica, la gran ventaja de las cofradías radicaba en que, al tiempo que colectividades laicales con finalidad religiosa, eran también comúnmente asociaciones profesionales.
Muy numerosas en zonas como Flandes, Bélgica, Lombardía, etc., las cofradías se caracterizaban desde el punto de vista espiritual por sus prácticas religiosas colectivas, reguladas de manera explícita en sus estatutos. Generalmente esta clase de documentos, redactados a menudo en forma de sermón, inciden siempre en destacar toda una serie de virtudes corporativas (amor, caridad, paz, solidaridad, etc.) cuyo cultivo era en el fondo la finalidad de la propia sociedad. Su no puesta en práctica era causa de apercibimiento, e incluso de expulsión, siendo juzgada por una asamblea de cofrades siguiendo el modelo de los capítulos monásticos.
Las cofradías estaban situadas bajo la advocación de un santo patrono, que coincidía obviamente con el gremial. En torno al santo se celebraba una vez al año la fiesta de la corporación, que incluía entre sus ceremonias la misa y el ágape comunitarios. En ocasiones la hermandad poseía una capilla propia, atendiendo los cofrades a su mantenimiento mediante cuotas destinadas a la compra de cirios, servicio de capellanía, etc. Los funerales por los miembros ya desaparecidos eran sin duda momentos especialmente propicios para reafirmar el espíritu de cuerpo.


Hildegarda de Bingen (1098-1179)








Pero antes de ocuparnos de esta eclosión de místicas -las beguinas- de los siglos XIII y XIV nos encontramos con una mujer excepcional que llena el siglo XII: Hildegarda de Bingen (1098-1179). Hildegarda es de familia noble, sus padres, cuando tiene ocho años, la encomiendan a una mujer, Jutta de Spouheim, para que la eduque y la críe. Cuando Hildegarda tiene 14 años, Jutta y la niña viven como reclusas junto a un monasterio benedictino, en el que permanecen hasta la muerte de Jutta.
De la primera parte de la vida de Hildegarda apenas sabemos nada. Vivió en la obediencia, desarrollando un ansia de saber profunda. En torno a ellas se han ido agrupando una serie de mujeres y cuando muere Jutta, su maestra y animadora, Hildegarda toma las riendas de la comunidad y, entonces, aparece una mujer hasta entonces desconocida: fuerte, poderosa, ellos dirían que viril, porque cuando a una mujer había que decirle que era algo grande, había que decirle, como hemos visto, que era como un hombre. Pronto funda un monasterio propio.
Era una mujer poderosa, tiene un gran carácter y sabe llevar y perfectamente entender a sus monjas. Ella entiende a sus monjas y sus monjas la entienden a ella. Empieza a destacar inmediatamente como guía espiritual. Tiene un espíritu fino, delicado y es capaz de percibir los estados por los que iban pasando sus monjas y las personas que acuden a ella en busca de consejo.
Pero Hildegarda, además, vive desde niña en un estado visionario, compatible con su conciencia normal, no es pues un estado extático en que ella pierda la conciencia, sino la capacidad de acceder a otro nivel de realidad en donde contempla un universo simbólico que después es capaz de interpretar. Cuenta que, cuando tenía tres años, tuvo una gran visión pero era tan pequeña que no se atrevió a decir nada
A los tres años de edad vi una luz tal que mi alma tembló, perro debido a mi niñez nada pude proferir acerca de esto. A los ocho años fui ofrecida a Dios para la vida espiritual y hasta los quince años vi mucho ... a mí me sorprendía mucho el hecho de que mientras miraba en lo hondo de mi alma mantuvieran también la visión exterior.





Cuando fue contando lo que le pasaba se sorprende de que a los demás no le suceda lo mismo; Jutta le pidió que tuviera mucho cuidado con las visiones - siempre sospechosas en la mística cristiana, tanto por carecer de una línea tradicional de maestros capaces de interpretarlas, como por la dificultad real de distinguir las visiones auténticas de todo tipo de fenómenos puramente psicológicos - , ella obedece y se calla, pero cuando llega ser abadesa sus visiones empiezan a ser fuertísimas, imperativas; la obligan a hablar, de hecho ella interpreta las enfermedades que la afligen como una señal de que no debía de seguir callando. No sabe qué hacer y pide ayuda a un monje del Cister. Este monje se da cuenta que allí ocurre algo diferente de lo normal y, efectivamente, le pide, por favor, que escriba.
Envía sus escritos a S. Bernardo y ante su ardor espiritual éste dice que hay que escuchar a esta mujer guiada por el Espíritu. Hildegarda es llamada por el papa Urbano II para que pueda exponer sus visiones ante el Concilio. El papa queda entusiasmado con esta mujer, la autoriza a exponer su doctrina, y empieza para Hildegarda una intensa etapa de vida pública, y de numerosa correspondencia a través de la cual aconseja a obispos y reyes. No contenta con exponer lo que ve, arremete contra el clero. Se da cuenta que el clero no es lo que tenía que ser: no es precisamente la vida espiritual lo que caracteriza a una buena parte del clero de su época, sino la preocupación por el poder y, sobre todo, por la riqueza. Hildegarda los ataca con gran dureza y esto, aunque tras la aprobación del Papa tienen que soportarla, le creó grandes enemistades.
La vida de Hildegarda es, por lo tanto, una mezcla de vida activa y de vida contemplativa. Hildegarda monja, vive en el monasterio, pero tiene presentes y conoce perfectamente los problema políticos de su tiempo, interviene incluso para intentar poner fin al cisma creado por Federico I al nombrar, por su cuenta, a cuatro papas. El papa le pide que predique, y ella sale, habla, y predica. Además tiene fama de hacer milagros y curaciones y acuden a ella enfermos de todas partes.

                                 


Hildegarda dicta sus visiones - y la explicación de mismas - a un monje que debe suplir sus deficiencias gramaticales, pero consciente de su carácter profético revisa minuciosamente que recojan sus palabras con absoluta fidelidad. Fruto de este trabajo son sus obras, en latín, Scivias (Conoce los caminos), el Libro de los méritos de la vida y el Libro de la obras divinas, a las que hay que añadir sus libros sobre botánica, medicina, basada en los principios curativos de la naturaleza y sus composiciones musicales.
Sus visiones, enmarcadas siempre en distintas manifestaciones luminosas - «la luz que veo no pertenece a un lugar. Es mucho más resplandeciente que la nube que lleva el sol ... se me dice que esta luz es la sombra de luz viviente»6 - son una exposición simbólica de la doctrina tradicional de la Iglesia, y especial de la Historia de la Salvación, que le permiten penetrar en el sentido profundo de las Escrituras:
En el año cuarenta y tres del curso de mi vida temporal, en medio de un gran temor y temblor, viendo una celeste visión, vi una gran claridad en la que se oyó una voz que venía del cielo y dijo. “... Proclama estas maravillas escribe lo que has aprendido y dilo” Y ... vino del cielo abierto una luz ígnea que se derramó como una llama en todo mi cerebro, en todo mi corazón y en todo mi pecho. No ardía solo era caliente, del mismo modo que caliente el sol todo aquello sobre lo que poner sus rayos. Y de pronto comprendí el sentido de todos los libros, de los salmos, de los evangelios ...7
Sus visiones contienen también revelaciones proféticas que hacen referencia a los periodos de división que, poco después de su muerte, atravesaría la Iglesia.
Baste recordar el pleito de Hildegarda con los prelados de Maguncia por haber sepultado en el monasterio el cadáver de un caballero excomulgado. El clero de Maguncia le conmina a que exhume el cadáver y lo saque del recinto monástico. Hildegarda, anciana de 80 años, se niega. Los jerarcas amenazan con la excomunión tanto de ella como de su comunidad. El problema se plantea como un conflicto entre obediencia y conciencia. Hildegarda se mantiene impertérrita amparándose en el mandato divino para que no lo haga. Y la comunidad cae bajo la pena del interdicto: se prohíbe la comunidad cantar el Oficio Divino. El dolor de Hildegarda fue enorme, pero no rectificó. En una carta dirigida a los jerarcas sorprende ver que no plantea la defensa de su postura en una falta de culpabilidad por hecho cometido, sino en la injusticia y la desproporcionalidad de la pena a ellas aplicadas. Como un acto de poder, Hildegarda respondió con la autoridad que le daba su conocimiento de la voluntad de Dios.




Hildegarda fue visionaria, música - compuso admirables obras, basadas en lo oído durante sus visiones - , médico, teóloga, pero, sobre todo, fue una mujer del amor. Hildegarda vivió el amor profundo y eso es lo que le hacía tener ese poder en todas las demás ciencias y en todos los demás conocimientos. Su biógrafo, Theorich de Echternach, narra así su muerte: «Sobre la habitación en la que la luz virgen entregó su alma a Dios en el primer crepúsculo de la noche del domingo, aparecieron en el cielo dos arcos brillantísimos y de diversos colores que se ensancharon por un gran camino extendiéndose por la tierra en cuatro partes ... En el vértice allí donde los arcos se cruzaban surgió una clara luz en forma de círculo lunar que se ensanchó tanto que pareció apartar las tinieblas de la noche de la habitación ... debe creerse que Dios, con este signo mostraba con cuanta claridad había iluminado a su amada en los cielos»



Las Beguinas.






Las beguinas son una comunidad femenina de mujeres laicas, activas y contemplativas, sin monasterios ni regla común ni casa-madre, dedicadas a la beneficencia y a la labor intelectual. Solteras y viudas, sin votos, como las “beatas” españolas y las “humiliatas” lombardas. Viven en casas amontonadas y cercadas, unas 100 a modo de ciudad, con enfermería, calles, plazas, iglesia particular, noviciado y convento para las que quieran vida comunitaria.
Nacen en Bélgica en 1170 cuando las mujeres piadosas no llegan a caber en los monasterios y se conforman con casa propia o en la de sus padres. Fueron fundadas por el sacerdote Lambert Le Bègue, crítico con el clero y que falleció en 1180 acusado de herejía. El cardenal Protector, en 1216, obtuvo la aprobación del papa Honorio III. Se extendieron por Holanda, Alemania, Austria, Polonia, Francia, Italia y España. En Bélgica y Renania llegan a ser el 5% de la población femenina urbana. En Gante, uno de los tres beguinatos ¡tuvo 800 miembros! Se dedican a obras de misericordia y a trabajos manuales del textil (apresto de telas). La mística beguina.
El movimiento de beguinas y begardos estuvo ligado al Císter y las órdenes mendicantes
Entre las escritoras de Europa, las beguinas aparecen como un sorprendente revulsivo contra los prejuicios acerca de la presencia (y la potencia) autorial femenina en la escritura. En concreto, Hadewijch de Amberes y Hadewijch II confían al despojamiento del mundo visible y a la fuerza de la inteligencia su búsqueda de infinito, lo que, a mi ver, las eleva como un eficaz antídoto contra el mito de la sensibilidad femenina. De ahí que dedique a estas autoras los cuatro próximos artículos de la serie.
La mística renano-flamenca, en la que se localiza el movimiento de beguinas y begardos, estuvo ligada al Císter y las órdenes mendicantes. Apoyada en la obra de San Bernardo en el siglo XII (en especial, sus comentarios al Cantar de los Cantares) y en su discípulo Guillermo, abad de Saint-Thierry, se difundió por Flandes, Alemania y el nordeste de Francia en los siglos XIII y XIV.



Los beguinatos proporcionaron un espacio social y económico a mujeres nobles y burguesas solteras y viudas, que no podían ejercer un oficio en el sistema feudal y veían denegado su acceso a los conventos por falta de dote, por no ser de clase alta o por la negativa de las órdenes religiosas a habilitar más conventos a pesar de la afluencia de vocaciones. Al tiempo, dieron salida a unos intensos deseos de renovación de la Iglesia que tienen su paralelo en los franciscanos y humiliati de Italia. Ofrecían una vida de oración, trabajo y austeridad, sin votos perpetuos ni clausura, bajo la guía de una maestra. Más tarde, admitirían mujeres pobres; algunas incluso mendigaron y llevaron una vida errante (lo que era mal visto por sus compañeras).
Aunque contaron con la protección de una parte del clero, las instituciones eclesiales persiguieron este movimiento, que lesionaba su aspecto feudal, pues defendía una cierta independencia religiosa del individuo y participaba en la apertura del saber teológico a los laicos, arrancándolo del latín clerical y vertiéndolo a las lenguas vulgares. Una divulgación que costó la hoguera a Margarita Porete y la condena a muerte del Maestro Eckhart.




A mediados del siglo XIII, a la mujer sólo se le reconocía autoridad en el ámbito sagrado por medio de la inspiración del Espíritu Santo; sin embargo, las damas podían realizar estudios de muy alto nivel. De ahí que las beguinas, casi todas de origen noble, unieran a sus experiencias espirituales una firme cultura teológica y metafísica. Hildegarda, abadesa de Bingen (próxima a este movimiento cultural sin ser ella misma beguina); la priora Beatriz de Nazaret y las beguinas María de Oignies, Matilde de Magdeburgo, Lutgarda de Tongres, Yvette de Huy, Margarita Porete, Hadewijch de Amberes, Isabel de Schönau… son las genuinas “madres” literarias y teológicas del Maestro Eckhart, Ruusbroec y Jan van Leuwe; inventan un lenguaje místico que heredarán Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. 


Guilaume de Saint-Thierry

La unión de doctrina y experiencia (que les enseñó la obra de Guillermo de Saint-Thierry, Hugo y Ricardo de San Víctor y Thomas Gallus) motivó que las beguinas fueran llamadas “maestras”, frente al discurso puramente racional de los escolásticos, “lectores de las Escrituras”.

Su meta espiritual, que se convierte en el tema básico de su literatura, era trascenderse en Dios, reduciendo la importancia de los mediadores y las virtudes (pero sin renunciar a las obras de misericordia). A la vez, son ortodoxas: se resisten a la corrupción eclesial y a la herejía. Incorporaron un elemento nuevo: el retorno del alma a su realidad original en Dios. Apoyada en su voluntad de amor, el alma debe despojarse de todo apego por el mundo, hasta separarse de su ser propio, creado, para poder recobrar su ser verdadero, increado (lo que era antes de salir a la creación), y hacerse “Dios en Dios”.
Aniquilada, no desaparece, sino que se reencuentra en un estado más elevado, anterior a su escisión, a su quiebra y desequilibrio en partes que se desconocen entre sí. Las beguinas aspiran a una re-integración del alma, a ser por amor a Dios y de Dios “lo que Dios es” por naturaleza –pero siempre sabiendo que una cierta cuantía (el más) de Su Esencia no se nos revela. Esa unión en éxtasis la viven como alegría irresistible, risa, danza... y la expresan en una escritura poética llamada por sus contemporáneos “arte del justo amor”, ya que transfiere a formas estéticas las vivencias espirituales de gozo, carencia o contradicción.




En su papel de escritoras, las beguinas partían de obstáculos graves y básicos: como laicas, se las juzgaba incompetentes en temas religiosos; como mujeres, debían hacerse perdonar el uso de la autoridad (autoría) al escribir. Sortean estos problemas alegando el mandato de la inspiración divina. El flamenco, francés y alemán encuentran en las obras maestras de las beguinas su primera expresión literaria en temas de espiritualidad; ellas crean, con los trovadores y Minnesänger, la materia y la lengua literaria de las literaturas centroeuropeas.
Funden por primera vez los símbolos trovadorescos con la mística nupcial del amor a Dios: el Alma noble acepta las pruebas impuestas por Dios, la Dama Amor (‘amor’ es femenino en flamenco), en el marco de una metafísica del ser y una teología de la Trinidad. Hacen nacer el lenguaje de la revolución espiritual del siglo XIII: el camino espiritual como preñez y maternidad, la soledad del alma con Dios, su nobleza divina, su libertad… Añaden la mística especulativa del Ser, que les llega de San Agustín y los Padres de la Iglesia alejandrinos, pero realzan sus temas al traspasarlos a una lengua vulgar poética y abstracta, que alterna la condensación, la alegoría, las repeticiones, la afirmación y la negación para transcribir y dar a comprender una experiencia que en su cumbre trasciende razón y palabras.





La beguina mística más famosa es sin duda Hadewych de Amberes (hacia 1240), autora de varias obras en poesía y en prosa. En Amar el Amor escribió:
Al noble amor / me he dado por completo / pierda o gane / todo es suyo en cualquier caso. / ¿Qué me ha sucedido / que ya no estoy en mí? / Sorbió la sustancia de mi mente. / Mas su naturaleza me asegura / que las penas del amor son un tesoro.
En Alemania aparece como cumbre de la mística del amor Matilde de Magdeburgo (1207-1282), 






con su escrito La luz que fluye de la divinidad. Mal vista por la jerarquía eclesiática tuvo que buscar refugio en el convento de Helfta.
Como escritoras, las beguinas encontraron el obstáculo de ser laicas y mujeres, pero alegaron el mandato de la inspiración divina. En este sentido, las beguinas rivalizaron con el poder eclesiástico y su patriarcal, al considerar la experiencia religiosa como una relación inmediata con Dios, que ellas podían expresar con voz propia sin tener que recurrir a la interpretación eclesiástica de la palabra divina.
Entre las beguinas más ilustres vale la pena recordar a María de Oignies,





 a Lutgarda de Tongeren, 





Francisco de Goya: Santa Ludgarda



a Juliana de Lieja 








y a Beatriz de Nazaret, 







autora de Los siete grados del Amor. 
Se considera que las beguinas, junto con los trovadores y Minnesänger, fundaron la lengua literaria flamenca, francesa y alemana. Participaban en la apertura del saber teológico a los laicos, arrancándolo del latín clerical y vertiéndolo a las lenguas vulgares. La traducción de obras del místico alemán Johannes Eckhart y la divulgación de su propia obra le costó la hoguera en 1310 a Margarita Porete, autora de El Espejo de las Almas Simples.La condena de Margarita fortaleció a los enemigos de las beguinas y a instancias del Papa Clemente V fueron condenadas por el Concilio de Viena en 1312, que decretó que "su modo de vida debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios"; pero esta sentencia fue mitigada por Juan XXII en 1321, quien permitió que las beguinas continuaran con su estilo de vida, ya que "habían enmendado sus formas".
Posteriormente las autoridades eclesiásticas tuvieron frecuentes roces con las beguinas y begardos. Durante el siglo XIV los obispos alemanes y la inquisición condenaron a los begardos y varias Bulas se emitieron para someterlos a la disciplina papal.


Hans Holbein: Retrato de una Beguina

El 7 de octubre de 1452 una Bula del papa Nicolás V fomentó el ingreso de las beguinas a la orden carmelita. Para colmo, Carlos el temerario, duque de Borgoña, decretó en 1470 que gran parte de los bienes de las beguinas pasaran a manos de las carmelitas. De una u otra forma se presionó a las beguinas a ingresar a una comunidad de monjas o a disolverse. En el siglo XVI la desconfianza en las beguinas creció, pues fue frecuente que se unieran a la Reforma, especialmente al anabaptismo.
En el siglo XVIII más medidas se tomaron para refrenar a las beguinas. Sin embargo, aún había beguinas en Bélgica en el siglo XX.
Las beguinas no se casaron, eludiendo de este modo el contrato sexual y la heterosexualidad obligatoria, sin ser mujeres públicas ni privadas y sin hacer voto de castidad.
Jamás estuvieron subordinadas a los hombres, ni como esposo ni como guía espiritual ni religioso. Pertenecían principalmente a la clase media y popular de las ciudades, pero también había aristócratas y campesinas. Vivieron de sus rentas, si las tenían, y de su trabajo en la industria, la artesanía textil, la enfermería, el copiado de manuscritos, la enseñanza de las niñas, la asistencia a personas moribundas como “acabadoras” de la vida o mediadoras de la muerte, entre muchas otras tareas.
Las beguinas “viajaron mucho, independientemente del tópico de género femenino, muy repetido por la historiografía, que las hubiera preferido quietas.” Quedan bastantes testimonios de los viajes de las beguinas. Peregrinaban, viajaban a veces solas o en parejas o en pequeños grupos, se alojaban en los monasterios y pedían limosnas al salir y durante todo el recorrido.





La literatura mística de las beguinas comenzó a desarrollarse a mediados del siglo XIII, sobre todo gracias a la rica producción literaria de Hadewichj de Amberes, autora de El lenguaje del deseo y de varias obras en poesía y prosa, entre ellas varias cartas dirigidas a amigas de toda Europa.
Sus contemporáneos les tenían mucha admiración pero al mismo tiempo había quienes les reprochaban vivir fuera de la Iglesia, vivir juntas, sus ropas, sus oficios… de hecho, todo servía para acusarlas y condenarlas. El Papa Clemente V dijo “su modo de vida debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios.”
Eran mujeres muy eruditas y dicha erudición despertaba los recelos de la Iglesia, que pretendía el monopolio de lo divino y lo humano.

Su actitud mística es una síntesis del amor cortés, de la mística nupcial y de mística especulativa. La síntesis entre mística nupcial y mística especulativa pudo llegar hasta los místicos del Siglo de Oro español, y en especial a san Juan de la Cruz, por un doble camino. Por una parte se especula con la posibilidad de que hayan sido las beguinas uno de los elementos que dieron origen en el siglo XV a la rama femenina de la Orden del Carmelo, por otra parte la mística renana llegó a Juan de la Cruz a través de la obra de Herp y de una traducción latina realizada en 1548, y dedicada a Felipe II, de una especie de antología del pensamiento renano que circulaba bajo la forma de una pseudo-obra de Tauler.




«Hablar de amor cortés es hablar de mitología caballeresca, de un código de honor y lealtad ... de cabalgadas en las que el amor persigue y es perseguido a su vez; se trata de una búsqueda, de pruebas, en castillos, desiertos y tierras devastadas ... es también la historia simbólica de los relatos del Graal ... con una nueva síntesis espiritual que integra elementos cristianos, orientales y hermetistas de enorme riqueza. »
Son gente culta que ha leído las novelas de caballería y del amor cortés que entonces circulaban por Europa. Aplican su formación caballeresca a la exposición de su mística, de ahí que tuvieran tanta fuerza en la exposición y encontrasen fácil resonancia en sus contemporáneos, familiarizados con la actitud caballeresca. Entendían perfectamente a los "fideli d’amore" y entendían perfectamente la función de la dama para atraer y formar el amor del caballero. En un principio la Dama Amor - en ocasiones dama pobreza - ejerce el papel de la dama de las novelas de caballerías y es mediante la consagración a ella como el místico acaba conquistando la cima, después la dama es Dios mismo que atrae y gratifica con su presencia y a cuyo amor y unión definitivos se aspira. Sus escritos son pues, en el fondo, novelas de Amor.




Bernini: Beata Ludovica Albertoni

En la mística nupcial, basada en el Cantar de los Cantares, la unión mística es descrita como una boda espiritual, en la que amante y Amado se funde, sin confundirse, en el momento del éxtasis: «Dios y el hombres están separados el uno del otro. Cada cual conserva su propia voluntad y su propia substancia. Tal amor es para ellos una comunión de voluntades y un acuerdo de amor.» Mística que se ha dicho corresponde a una actitud arquetípicamente femenina, sin embargo, es desarrollada, entre otros, por hombres como Orígenes y san Bernardo aunque algunas de nuestras compañeras del camino recurrirán con especial énfasis a sus símbolos.





La mística especulativa o mística del ser, hace hincapié en dejar de lado toda multiplicidad, para finalmente superar la dualidad sujeto-objeto y alcanzar la unidad, llegando a ser lo que Dios es o, en expresión de Guillermo de Saint - Tierry: “El hombre llega a ser una sola cosa con Dios, un solo espíritu, no sólo por la unidad de una voluntad que quiere lo mismo que Él, sino por una virtud más profundamente verdadera cuando no puede querer nada distinto ... Como el Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo ... el hombre de Dios merece llegar a ser, no Dios, pero sí lo que Dios es; llegando el hombre a ser por gracia lo que Dios es por naturaleza”.
Nótese, por una parte que la expresión “lo que Dios es” nos remite claramente a una visión de la esencia del Ser en la que se puede adivinar la existencia de una Realidad que está más allá del hombre y del propio Dios, a la que distintos aludirán con términos como “Divinidad”, “desierto de la Deidad”, “abismo de la Deidad” o el “abismo sin fondo”. Por otra parte, frente a la participación de la naturaleza divina a la que se refiere san Pedro en su epístola II, Guillermo se sitúa en la línea de la teología romana basada en Pablo que habla de una filiación por adopción, y por tanto por gracia. No obstante conviene recordar que la figura de “hijo adoptivo” a la que se refiere Pablo se encuadra dentro del derecho romano - y la práctica habitual en el imperio romano - en que lo que determinaba la filiación era el hecho jurídico de la adopción y no el hecho biológico de la paternidad, siendo los derechos del hijo adoptado (biológico o no) superiores a las del mero hijo biológico.





Angela de Foligno

Esta mística se basaba en un conocimiento profundo de la divinidad nacido de un anhelo amoroso que las conducía a un tipo de sabiduría diferente a otro tipo de sabiduría cualquiera. Cuando un ser humano se deja llevar por ese anhelo, anhelo que a veces no sabe explicitar, se lanza a una búsqueda de su esencia en la que su “yo” desaparece y alcanza la unificación con el Origen. Dios nos ha pensado desde la eternidad, cada uno de nosotros tiene una imagen preeterna que vive en Dios, lo que luego Eckhart llamará la “parte increada del alma". Todos nosotros tenemos una parte última, definitiva, escondida, oculta, a veces tan oculta que se oculta a nosotros mismos, en la que Dios se manifiesta tal cual es, pero llegar hasta allí, llegar a ese momento oculto del alma, a esa situación, a esa ciudadela escondida, es la labor de una vida. La vida entera no es nada más que la búsqueda de ese lugar escondido donde Dios se manifiesta.
¿Y que se produce en ese lugar escondido?: el encuentro de la parte increada del hombre y de Dios. Lo que ocurre es que ese es un largo proceso, un largo proceso de aniquilación, de anonadamiento. Si el hombre no llega allí solamente con esa realidad última creada por Dios, no puede percibir lo que se esconce en el “hondón” de su alma. Tenemos que morir a nosotros mismos, tenemos que dejar de ser nosotros mismos para llegar allí, es un proceso de retorno a la fuente en que el hombre ha de despojarse de todo aquello que ha adquirido en el viaje de venida. Refiriéndose al viaje de vuelta dice el Dr. Nurbakshs, que une a su condición de maestro sufí la de doctor en Medicina y Psiquiatría: «Para alcanzar la perfección espiritual, el ser humano ha de perder, uno por uno, y en orden contrario, todo aquello que ha adquirido desde su infancia a su madurez ... Mientras el primer semicírculo el viaje de venida representa el atravesar las diferentes etapas de la perfección de la autoconsciencia ... el segundo semicírculo el viaje de retorno representa un viaje a través de las diferentes etapas de la conciencia del corazón ... y el viajero que viaja por este camino ha de ser libre de toda atadura.»21 Todo el proceso espiritual del hombre es un proceso de rompimiento con su ego, de rompimiento con lo que impida avanzar.




Las beguinas hablan de una mística de fruición y de una fruición de la esencia. Fruir significa disfrutar, gozar plenamente de una cosa, y gozar plenamente de la unión significa dos cosas: que Eso que busco, el objeto amado, ha estado desde siempre allí esperándome, y significa también que ese yo que creo que soy ha de morir, para dar origen a ese yo que en el fondo verdaderamente soy, aunque todavía no lo perciba con claridad o incluso a veces lo ignore. Para que se produzca el encuentro, tiene que haber un yo profundo que Es, que elimina al que no-es, frente a Dios uno no-es nada, o, mejor dicho, es pura nada.
Esta es la mística de las beguinas y ésta es la mística de la esencia. Es la mística del encuentro de dos realidades que están llamadas a encontrarse o, mejor dicho, a reencontrarse desde la eternidad.




La mística de la esencia recupera, en parte, para Occidente la doctrina de la “divinización” conservada y desarrollada por la Iglesia de Oriente. La doctrina de la divinización (theosis) - increíblemente marginada, excepto en la mística especulativa, por la teología de Occidente hasta el punto de que es casi imposible encontrar el término en los diccionarios de teología y de mística - ha sido ampliamente desarrollada por los Padres Griegos y ha permanecido viva en la teología - y la experiencia - mística de la Iglesia de Oriente. La doctrina de la divinización establece una clara simetría entre la participación de la naturaleza humana por parte de Dios en Cristo y la participación de la naturaleza divina a la que el hombre está llamado. Es la conocida formulación de Máximo el Confesor (580-662): «El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios», o en las ya mencionadas palabras de san Pedro: para eso nos ha creado, para que participemos de su naturaleza divina. En este contexto hay una clásica exégesis de los versículos del Génesis: Dijo entonces Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza ...”Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, que es interpretada como una doble participación de la naturaleza divina. Hay una primera participación expresada por la palabra “imagen” que hace referencia al estado del hombre, “icono de Dios” antes de caída - o del viaje de venida en términos neoplatónicos - y una segunda asunción de la naturaleza divina expresada por la palabra “semejanza”, que inicialmente está en el hombre en potencia, como una semilla, para que pueda ser desarrollada y alcanzada por el hombre que triunfa en su viaje de retorno; a ella se referiría san Juan cuando dice: Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es.




Maestro Johan Eckhart

Esta actitud, aparentemente más masculina, y de la que, durante mucho tiempo se ha considerado al Maestro Eckhart y sus discípulos como principales representantes, se encuentra especialmente desarrollada en estas mujeres que efectuaron una magistral síntesis con las otras actitudes reseñadas y que sin duda tuvieron un gran influjo en el pensamiento del gran Maestro alemán. De hecho hoy se sabe, entre otras cosas, que la obra de Matilde de Magdeburgo (1208-1282/97) fue una de las lecturas predilectas de Eckhart en su noviciado, que éste estaba en París durante el proceso de Margarita de la Porète (1260-1310) y que algunos sermones del maestro recogen expresiones de Margarita; por otra parte en alguna edición de la obra de la “desconocida” Hermana Katrei, se la denomina como “la hija que el Maestro Eckhart tenía en Estrasburgo”.
Estas mujeres eran hijas de su tiempo. Muchas de ellas segundonas de las casas, que no tenían un matrimonio concertado, vírgenes y solteras por su propia situación social. Como tenían ansias de una vida espiritual profunda, de una vida espiritual auténtica, y al mismo tiempo un profundo interés cultural, hasta entonces casi reservado a las monjas, empezaron a reunirse en pequeños grupos a estudiar las Escrituras y a escribir sus propias experiencias. Esto ocasionó un cierto revuelo. La iglesia no las veía con muy buena cara, no las podía controlar, no tenían constituciones. Ellas hacían votos, pero hacían votos internos en su pequeña comunidad. Votos temporales y votos en función de su grado de entrega: votos de pobreza, votos de castidad, votos de obediencia.





El motivo fundamental era reunirse para la oración y para el estudio y, poco a poco, dándose cuenta de las necesidades de entonces, las beguinas empiezan a realizar algún servicio externo: cuidaban de los enfermos, cuidaban de las parroquias mal atendidas, pobres y miserables, cuidaban al párroco, limpiaban la casa, atendían a los ornamentos litúrgicos, pero siempre en la ocultación, en lo escondido. Las beguinas resultaron ser una fuerza espiritual profunda.
El mero hecho de la existencia de las beguinas significaba para los eclesiásticos una clara denuncia de su postura. Si ellos eran ricos, las beguinas eran pobres; si la iglesia hacía hincapié en el poder, las beguinas hacían hincapié en la espiritualidad; si el alto clero fomentaba la vida de lujo, la vida del poder, la vida del dominio, las beguinas destacaban por su la austeridad y por la profundidad de la vida interior; si la iglesia oficial hablaba de ortodoxia las beguina hablaban de experiencia.
Las beguinas resultaron ser una especie de moscardón incómodo que a la iglesia le sale durante dos siglos seguidos, era nuevo que las mujeres laicas, no sometidas a ninguna regla monástica, fueran capaces de alcanzar un grado de desarrollo teológico tan profundo y, sobre todo, una cosa llamaba la atención: vivían lo que pensaban. Había una coherencia perfecta entre su vida y lo que dicen. Esa vida y esa coherencia interna las hace muy fuertes, muy poderosas. La coincidencia entre vida y pensamiento es la más alta muestra de la sinceridad: «La sinceridad es el cimiento de la senda espiritual y la han definido así: “Muéstrate tal y como en realidad eres y se interiormente tal como muestras ser” ... La base del sufismo no es otra cosa que la sinceridad.». Cuando una persona vive realmente lo que dice y dice lo que vive, no hay nada que pueda contra ella”.
A finales del siglo XIII llegaron a ser más de doscientas mil beguinas. Hubo algunos que las atacaron, pero hubo otros que se dieron cuenta de la importancia que tenía este movimiento en la iglesia.





Surge así, de forma casi espontánea, la pregunta del franciscano Lamberto de Ratisbona : He aquí que, en nuestros días, en Brabante y en Baviera,el arte ha nacido entre las mujeres.Señor Dios mío ¿qué arte es ese mediante el cual una vieja comprende mejor que un hombre sabio?
Me parece que esta es la razón de que una mujer sea buena a los ojos de Dios: en la simplicidad de su comprensión, su corazón dulce, su espíritu más débil, son más fácilmente iluminados en su interior, de modo que, en su deseo, comprende mejor la sabiduría que emana del cielo, que un hombre duro que en esto es más torpe.
¿Cómo es posible que una mujer sea capaz de percibir de Dios algo que los hombres sabios no? y, entonces, este franciscano hace un estudio precioso de la feminidad: la mujer está más preparada para entender porque es receptora por naturaleza y, al ser receptora, es dulce y, al ser dulce, es capaz de percibir la dulzura de la unión.
También hay algún que otro cardenal que defiende y protege a las beguinas. Por ejemplo el cardenal de Vitry que dice de ellas: «Su nombre debe ser conservado y su voz transmitida. Mujeres audaces y bienaventuradas que nos recuerdan por qué y para qué hemos nacido». Esto, dicho en el siglo XIII acerca de las mujeres, nos parece, con los prejuicios de hoy, una cosa inaudita.
Las beguinas cumplieron una misión importante: formar, educar, cultivar. Muchas de ellas volvían al mundo, sus votos eran temporales, vivían una temporada y salían; otras entraban cuando eran mayores y al revés. Fue una fluidez, una libertad, que no daban las órdenes religiosas. Era una capacidad de vivir el amor libremente sin porqué, que dirá Beatriz de Nazaret (1200-1268), una monja cisterciense formada por las beguinas. Desde Flandes, en el norte de Francia y en Alemania, este movimiento se extendió por toda Europa; aunque su presencia fue especialmente importante en Centroeuropa, hay noticia de beguinas en Cataluña y en el reino de Castilla. Entre las primeras, cabe destacar, entre otras a: Brigida Tarrés. 





Los orígenes de la casa de reclusión de Santa Margarita, a la que se refiere el primer documento, se remontan a mediados del siglo XIV y, a lo largo de cien años, estuvo siempre habitado por mujeres.
Se inició cuando a él se retiró una joven de la burguesía barcelonesa, cumpliendo así su voluntad de llevar una vida espiritual sin estar sujeta a ninguna obediencia. A su muerte vivió allí sor Sança, compañera de santa Brígida, junto con otra beguinal lamada Teresa; y después otras mujeres, siempre en número reducido. Cuando Brígida entra a formar parte de esta genealogía la reclusión se convertirá en una comunidad.
Brígida era hija de Ángela y del caballero Francesc Terré. Pertenecía, pues, a la burguesía barcelonesa. El año 1426 su madre, junto con sus dos hermanos, le dieron ante notario cuatro mil sueldos de propiedad con la pensión anual de 36 libras en concepto de la parte legítima y otros derechos que le correspondían. Esto garantizaba no sólo que pudiera vivir de su propio patrimonio sino también el futuro de su comunidad. Efectivamente, pocos años después, concretamente en el 1431, Brígida otorgó testamento y dejó la renta de que disponía a las mujeres que vivían con ella en la reclusión: su madre Ángela, que se había retirado allí al quedarse viuda, sor Ginabreda, sor Eulalia y la vecina Joana. Esta comunidad, que progresivamente se irá ampliando, fue conocida con el nombre de las Terreras, es decir, con el apellido feminizado de Brígida.
Las mujeres que formaban la comunidad de las Terreres vivían –y habían vivido- como dice Brígida en su súplica, en santa conversación, una expresión que nos revela la importancia de la palabra en la comunidad. Una palabra que comporta un significado relacional y que podemos entender en el sentido de la comunicación y la transmisión de conocimientos entre ellas, así como en el de relación directa y no mediada con la divinidad.
Brígida Terrera se dirige al Consejo de Ciento para que tome bajo su guarda y protecciónla reclusiónde Santa Margarita, en la que vive con otras mujeres dedicadas al servicio divino, sin estar sometidas a ninguna obediencia. La reclusión se inició cien años antes, cuando se recluyó una doncella, después de cuya muerte vivieron allí sor Sança, compañera de santa Brígida y después otras mujeres.
Resolución sobre la casa de las reclusas para que de aquí en adelante estén bajo custodia de la ciudad.
El mencionado lunes del mes de noviembre, reunidos en la casa llamada del Consejo de XXX los honorables consejeros junto con el consejo de Cien Jurados, celebrado a 16 días del mes de noviembre para proveer las súplicas hechas aquel día en dicho Consejo. Y en este Consejo fue expuesta una súplica de sor Brígida que vive en la reclusión de Santa Margarita, la cual fue del tenor siguiente:
A las grandes sabidurías y muy honorables señores nuestros, consejeros y Consejo de Cien Jurados de esta ciudad de Barcelona. Con tanta humildad como puede, expone sor Brígida, indigna e inútil servidora de Jesucristo, la cual, por espacio de treinta años continuos ha estado, está, y estará tanto como viva, en el propósito de ser reclusa en la reclusión de Santa Margarita de dicha ciudad, lugar dado y propio al servicio de Dios, edificado desde más de cien años por cierto honorable ciudadano de la mencionada ciudad en el cual una doncella hija suya, inspirada por el Espíritu Santo, se recluyó y allí acabó gloriosamente sus días. Y después se recluyó en él una muy devota mujer llamada sor Sança, compañera de Santa Brígida, y después otras, las cuales, en santa conversación durante todo el tiempo de su vida, ha continuado loablemente el servicio divino. Que tanto ella como las otras que vivieron en la reclusión no están bajo ninguna obediencia ni bajo ninguna sujeción sino que continúan voluntariamente su buen propósito. Y como por malicia del tiempo se pudiera suponer que algunas, por sugestión diabólica y con el consejo de algunas que las visitan, podrían vacilar y escandalizar a las otras según la experiencia ya ha demostrado y aun demuestra, este abuso cesaría si están sometidas a alguna sujeción. Por tanto, dicha sor Brígida suplica con tanta humildad como puede que recibáis y aceptéis la casa de la mencionada reclusión, así como a ella y a sus compañeras, en especial guarda y protección de la Ciudad. Y nombrar sucesivamente alguna persona devota que las visite y que, con el conocimiento y asentimiento de los muy honorables consejeros, saque de ella a aquellas que lo merezcan y admita a otras que son dignas por su devoción y que según sus posibilidades se puedan mantener, ya que no tienen nada propio sino las caritativas limosnas que voluntariamente les hacen los devotos ciudadanos y habitantes de la ciudad. Y por las obras iniciadas por el honorable ciudadano y por loable continuación de muchos otros, el salvador de todo el mundo, por intercesión de la Purísima Virgen Madre suya y por devota súplica de la singular patrona y abogada de esta ciudad Santa Eulalia, prosperará aquella y a sus ciudadanos y habitantes los preservará de todos los inconvenientes e infortunios y les dará en la gozosa ciudad del paraíso la gloria deseada.
Otra de ellas fue Elisabet Cifré:





La familia de Isabel, que provenía de Pollença, vivía en la calle de San Miguel, cerca de la iglesia de San Antonio. Fue la menor de cinco hermanos, tres chicas y dos chicos, uno de los cuales fue monje franciscano.
Ya desde muy pequeña manifestó su interés por la vida espiritual y por las letras. Dotada de una gran inteligencia, parece que ella misma se fue abriendo paso en el camino del conocimiento. En cuanto a la vida espiritual, ya de antemano sus vivencias religiosas no estuvieran mediatizadas por nadie: se dirigió directamente a Dios y será a través del camino de la oración que tomó las decisiones que determinaron su vida. Así, ante la duda de qué forma debería adoptar su dedicación a la espiritualidad, Isabel inició un período de oraciones que duró nueve meses, terminado el cual hizo la opción personal de renunciar al matrimonio y hacerse beguina . Esta opción se produce en un momento en que la presión eclesiástica era cada vez más fuerte para institucionalizar las formas autónomas de religiosidad femenina laica, lo que otorga a su decisión un valor de gran independencia personal.
Su vida de intensa espiritualidad estuvo caracterizada por ayunos, penitencias y actos de devoción, pero, muy especialmente, por visiones y revelaciones divinas. Valoraba la oración por encima de toda forma penitencial. Frente a la oración vocal, Isabel primaba la mental, con la que su alma se transformaba y recibía todo tipo de gracias divinas: éxtasis, raptos, visiones y profecías. Porque en su calidad de visionaria, la beguina une la de profetisa, que le permite predecir acontecimientos relacionados con su familia o con la ciudad de Palma.



El amor al prójimo tuvo una presencia importante en su vida, de modo que, de acuerdo con uno de los rasgos más significantes del movimiento de las beguinas, la acción aparece indisolublemente unida a la contemplación. Ella materializó este amor en toda una serie de tareas: atención y compañía a los enfermos, asistencia a las mujeres en el momento del parto, curaciones milagrosas ... Además, su elevada espiritualidad le otorgó una autoridad que era reconocida por los diferentes estamentos de la sociedad que la rodeaba, por lo que tanto los Jurados de la ciudad como los particulares se dirigen a la beguina en demanda de consejos, por resolver asuntos tanto de carácter público como de carácter particular. Esta serie de tareas sociales que Isabel desarrolló, culminan en la actividad que desplegó al frente de la Casa de la Crianza.
La Casa de la Crianza era una escuela situada en la calle Monti-Sion, en el centro de la ciudad de Palma. Fue fundada en el año 1510 con el objetivo de que se educaran doncellas, hijas de familias destacadas de la ciudad. Isabel fue su directora entre el año 1510 y el 1542 y logró que la institución disfrutara de un gran prestigio. Poco tiempo antes de morir, la beguina hizo donación de todos sus bienes a la Cofradía de la Crianza.
Cuando murió en mayo de 1542, su cuerpo fue enterrado en la capilla de San Bernardo de la catedral de Palma.

La historia nos dice que en siglo y medio existieron unas doscientas mil beguinas, de ellas conocemos nada más que pequeños núcleos o lo escrito por algunas mujeres que nos han dejado algo de sí mismas.
La Iglesia oficial pronto empezó a mirar con desconfianza a estas mujeres, porque eran libres, no estaban sometidas ni a una regla ni a un marido - como dijo un eclesiástico -, porque ponían en evidencia la miseria moral y espiritual del mundo clerical y, de forma muy especial, porque expresaban sus experiencias místicas y su doctrina en lengua vulgar y podían ser entendidas por todo el mundo. A pesar de contar con frecuencia con la protección de la orden cisterciense y en ocasiones de algunos obispos, las beguinas empezaron a ser perseguidas, a algunas no les quedó más remedio que ingresar en monasterios convencionales, otras tuvieron que sumergirse y aparentemente desaparecer, alguna se encontró con la hoguera de la Inquisición28, si bien el movimiento continuó durante siglos en Centroeuropa, pero con mucha más prudencia en sus manifestaciones exteriores. Su actitud y su experiencia, sin embargo, han llegado hasta nosotros y hoy parecen recobrar un nuevo atractivo, tanto por su doctrina basada en una mística experiencial como por su forma de vida absolutamente moderna en un mundo que ama la libertad y huye de los encorsetamientos institucionales.

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