dimarts, de gener 31, 2017

TODA LA TIERRA ES UNA TUMBA: APROXIMACIÓN A LA ESCULTURA FUNERARIA./1


“Toda la tierra es una tumba y nada se escapa a ella,
nada es tan perfecto que no caiga y desaparezca...
lo que fue ayer, ya no es hoy,
y lo que vive hoy, no puede esperar a ser mañana”
Nezahualcóyotl




“Desde los 15 latidos por minuto del corazón de una ballena hasta los más de 1000 del corazón de un colibrí, parece haber una relación entre el tamaño del cuerpo y el número de pulsaciones del motor que nos da la vida. Los seres del reino animal viven en el tiempo, un equivalente a mil millones de latidos de su corazón. 
La naturaleza fue extremadamente generosa con el ser humano. Le  concedió  vivir  tres  veces  más  de  lo  que  por  su  tamaño  y  sus  latidos le hubiesen correspondido. 
Sin  embargo  esto  nunca  le  resultó  suficiente.  Desde  el  principio de  su  recorrido  por  el  mundo,  el  deseo  de  seguir  viviendo,  de inmortalidad,  le  ha  caracterizado  y  hecho  concebir  casas  para  la  vida  después  de  la  vida.  Esperando  y  confiando  en  que  la  hubiese.  Deseando  seguir  rodeado  de  las  formas,  números  y  proporciones  que  le  acompañaron  durante  ese  siempre  corto  recorrido  vital.  Deseando  seguir  aprendiendo  y  entendiendo  el  mundo  a  través  de  la  ciencia,  filosofía  y  el  arte.  Deseando  continuar entre sus seres queridos. Deseando... deseando... deseando...”


A lo largo de las páginas de éstos mis/vuestros blogs, he dedicado algunas entradas e reflexionar sobre el tema de la muerte. Entre ellas, podéis ver las siguientes:

http://terradesomnis.blogspot.com.es/2008/10/eros-y-tanathos.html

donde se explica con todo detalle el proceso físico-químico y biológico de la muerte cómo fenómeno natural.

http://terradesomnis.blogspot.com.es/2007/02/els-camins-de-lart.html

en ella podréis observar las relaciones del romanticismo y la muerte.

o ésta otra donde se recoge un significativo texto más filosófico de Paul Brunton sobre que es la muerte y los caminos post mortem.

http://terradesomnis.blogspot.com.es/2007/01/textos.html

Pero el tema es infinito y en otras muchas entradas encontraréis información sobre la muerte, los ritules funerarios...
En la entrada de hoy, quisiera ceñirme a la relación entre la muerte y un fenómeno que aunque parece nuevo, en realidad no lo es, el "Dark Tourism" o Turismo de cementerios que lleva a millones de visitantes a los principales cementerios del mundo; además aprovecharemos para preguntarnos sobre el porqué de éste interés "aparentemente macabro", visitaremos el más bello cementerio del mundo, prestando atención a algunas de sus mejores obras de arte, y finalmente, daremos una descripción de los más destacados símbolos de la estatuaria funeraria. Comenzemos. 
En  la  incansable  lucha  contra  la brevedad  de  nuestro  ser,  vivimos  conscientes  de  ella  y  luchando  cada  día,  con  más  fuerza  y  menos  esperanza,   para   entender   después   de   vivos,   que   somos   solamente   capaces de legar un recuerdo tristemente finito a quienes nos seguirán en esa  lucha  y  en  esa  irremediable  brevedad  de  la  vida  del  hombre,  de  su  gloria, de su poder... de su poder excepto, frente a la muerte. 
Qué  razón  han  tenido  aquellos    -escultores-    que  de  forma  a  veces  tierna  y  a  veces  brutal,  nos  recuerdan  con  su  obra,  que  la  muerte  es  lo  único  que  a  todos  nos  iguala.
Y eso que, una de las vías de acceso para encontrar la razón de nuestra existencia es el de explicar este evento, por unos temidos y por otros deseado: La Muerte. Diariamente nos enfrentamos con ella. En la medida en que el hombre observa la finitud de la vida en otros, se pregunta el porqué de la muerte y recapacita en la propia, tratando de evitar su horror a través de pactos para alargar su existir. Siempre ha tratado de llegar a entender el sentido de la Muerte, de conocer sus mecanismos de operación, y sin embargo no hemos llegado a aprehender este fenómeno tan complejo.
El evento Muerte se puede ver a partir de su intrincada red de formas, y ángulos de aproximación a ella, pero, ¿qué es la muerte?, ¿por qué morimos? La biología trata de responder a estas preguntas dentro de su campo de estudio: La Vida. El hombre al ser un organismo de reproducción sexual, tiende a tener un ciclo: nacimiento, maduración, reproducción sexual, envejecimiento y muerte. Este ciclo puede ser roto por accidentes en cualquiera de sus fases, y por tanto, no cumplirse en su totalidad, aunque pueda terminar en el último estadio.
Así, la muerte puede presentársenos de diferentes formas, ya sea como un hecho biológico determinado genéticamente para los organismos pluricelulares de reproducción sexual, a partir del rompimiento del continuo ciclo de vida, o por el cese de funciones vitales.
En el caso del Fenómeno Humano, debido a su complejidad biopsicosociocultural, se entretejen una serie de relaciones en torno al deceso, tomando un abanico de matices el hecho biológico, el deceso, convirtiéndose en un complejo biopsicosociocultural, la muerte. Le propiciamos espacios, tiempos, creencias y devociones, humanizándola, todo ello para que el miedo al fin, nuestra consciencia de finitud, sea paliado y aceptemos nuestra perennidad.
La muerte es una parte inamovible de la vida y a lo largo de la historia ha tenido una importancia crucial en la formación de las sociedades a través de sus rituales, costumbres, religiones e incluso conflictos. Los lugares de enterramiento y los materiales que acompañan al fallecimiento de una persona se han convertido también en lugares de importancia, de culto y recuerdo a los allegados.
Y como testigo de esto, en el desarrollo de la humanidad han venido desarrollándose diversos espacios que han querido mantener la memoria de los que ya no están viva entre sus contemporáneos y descendientes y el planeta se ha ido poblando de lugares de enterramiento de más o menos importancia según la categoría social de los fallecidos.
Las distintas culturas han ido construyendo sus sitios de descanso eternos, con sepulturas bajo tierra, grandes monumentos funerarios o espacios para enterrar a una gran masa de población. Y estos lugares –paradójicamente- de enterramiento, aunque muchas veces los propios turistas no sean conscientes, se han convertido en verdaderos destinos de turismo cultural porque reúnen arte, historia y antropología, algunas de las más importantes inquietudes que llaman al visitante cultural, como hemos visto anteriormente. Espacios de enterramiento pero también espacios que conmemoran a personajes importantes en su fallecimiento y que generan un flujo turístico importante a nivel mundial. Algunos de los edificios o monumentos más conocidos y visitados internacionalmente están directamente relacionados con la muerte. El gran monumento indio de mármol blanco, el Taj Mahal, 




es sin duda una de las obras arquitectónicas más bellas del planeta, reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO e incluso considerada como una de las nuevas Siete Maravillas del Mundo, y atrae cada año a millones de turistas. Pero el Taj Mahal no es más que un grandioso mausoleo que el emperador musulmán Shah Jahan mandó construir en el siglo XVII para perpetuar la memoria de su esposa favorita y donde descansan los restos de ambos personajes. Siglos antes, la civilización egipcia ya edificaba grandes estructuras de ingeniería para enterrar a sus faraones y dotarlos de riquezas que les acompañaran en su nueva vida. Esta cultura levantó las Pirámides de Guiza, 



conocidas mundialmente y visitadas por un elevado número de turistas, que, en definitiva -según creen algunos especialistas-, es una vasta necrópolis con el protagonismo central de las tumbas de los faraones Keops, Kefrén y Micerinos. Sin embargo, no fueron los únicos monumentos relacionados con la muerte que esta civilización dejó en Egipto; las tumbas reales 




del conocido como Valle de los Reyes es otro de los grandes ejemplos.
Con todo, el turismo cultural que genera Egipto no sólo se caracteriza por reunir arte, arqueología, historia e, incluso, ingeniería, sino que sus grandes focos de atracción cultural están directamente relacionados con la muerte.
Como en Egipto, también se construían templos funerarios con formas piramidales en otras partes del mundo. La cultura tolteca, o la maya dejaron importantes monumentos de este tipo en América, que hoy también son reconocidos recursos culturales capaces de impulsar la visita turística de un gran número de personas. Ejemplos de ello son las tumbas localizadas en las ruinas de la antigua ciudad de Tikal, en Guatemala, o el Sitio de Copán, en Honduras o Teotihuacan cerca de México capital. En el lado opuesto del mundo, las dinastías chinas construyeron grandes panteones como el Mausoleo de Qui Shi Huang, más conocido por albergar la extensa colección de los guerreros de terracota de Xi’an, o las Tumbas de la Dinastía Ming en las proximidades de Pekín, un relevante foco turístico nacional, en el primer caso, y un complemento cultural a los grandes monumentos de la capital, en el segundo.
Todas las culturas y religiones han dejado vestigios de sus enterramientos que aún perduran. En los inicios de la fe cristiana se empezaron a excavar catacumbas, construcciones subterráneas dedicadas a albergar un gran número de tumbas en las paredes de los túneles que discurrían bajo las ciudades. Quizá, las más conocidas son las de Roma, 



que ya se han convertido en un atractivo peculiar en la capital italiana y complementan a la monumentalidad del antiguo Imperio y las obras del Renacimiento. También son famosas las de París, aunque estas datan de siglos posteriores. El fallecimiento de personajes de gran relevancia para el Cristianismo y la veneración a sus restos provocaron durante la Edad Media el surgimiento de las grandes rutas de peregrinación. Las ciudades que guardaban los restos mortales de éstos se convertían en verdaderos centros culturales a los que llegaban personas de todo el mundo, y muchos siguen siendo hoy grandes destinos de turismo religioso y cultural. Uno de los ejemplos más populares es la ciudad gallega de Santiago de Compostela y su catedral, lugar donde se suponía que yace el apóstol Santiago en torno al cual se generó el gran itinerario cultural europeo de peregrinaje, el Camino de Santiago. Europa también cuenta con una numerosa variedad de monumentos relacionados con la muerte construidos a lo largo de su larga historia, desde los edificios funerarios griegos y romanos hasta los enterramientos de grandes reyes, emperadores y personalidades de los últimos siglos. En España, por ejemplo, proliferaron durante el Gótico, el Renacimiento y el Barroco, grandes obras arquitectónicas y también sepulcros que llenaron iglesias y catedrales. Así, la Capilla Real de Granada, que alberga los restos mortales de los Reyes Católicos, Juana la Loca y Felipe el Hermoso; la Sacra Capilla del Salvador, en Úbeda, como panteón funerario del que fuera secretario de estado con Carlos I, Francisco de los Cobos; el sepulcro de Juan II de Ribagorza, emplazado en el Monasterio de Montserrat; 





o el panteón con las tumbas reales de España en el Monasterio del Escorial, son hoy parte del atractivo monumental de estos destinos de turismo cultural.
Más moderno, del siglo XVIII, es el Panteón de París, que alberga un buen número de sepulturas de personalidades como Voltaire, Victor Hugo, Émile Zola o Marie Curie. La Ciudad del Vaticano se vertebra en torno a la Catedral de San Pedro, que alberga los restos mortales del apóstol y donde también se ubican las tumbas de los Papas. Más recientemente, tumbas de presidentes y sus monumentos memoriales, lugares donde han sucedido masacres o desastres y, en definitiva, lugares que se siguen relacionando con la muerte también están adquiriendo relevancia dentro del turismo cultural por haberse convertido en foco de atracción de curiosos y turistas con diversas motivaciones. En la actualidad, son los cementerios los que están tomando protagonismo como recursos culturales, monumentales y turísticos.

Los cementerios como lugares de visita

“Terreno, generalmente cercado, destinado a enterrar cadáveres”. Así es como define el Diccionario de la Real Academia Española la palabra “cementerio”. Este término deriva de la palabra griega koimetérion que significa “dormitorio” o lugar de reposo, ya que se consideraban espacios donde los cuerpos dormían hasta el momento de su resurrección. En la presente entrada también se utilizarán términos sinónimos como “necrópolis” o “camposantos”, si bien esta última es más propia de la religión cristiana.
Los cementerios tal y como hoy los conocemos comienzan a construirse en el siglo XIX. Anteriormente, desde la Edad Media, las inhumaciones se realizaban en conventos, iglesias y ermitas, tanto en la periferia como en el interior de los cascos urbanos. Las ideas ilustradas e higienistas que se popularizan en el siglo XIX rechazan la coexistencia de vivos y muertos en las ciudades, sobre todo en una época de deficiencias sanitarias y en la que las enfermedades se propagan rápidamente. Es por ello que se prohíben las sepulturas en las iglesias y se piensa en la creación de espacios abiertos comunitarios donde enterrar a las personas en lugares apartados de los pueblos y ciudades, en las afueras. Estos recintos, que reúnen gran variedad de sepulturas, desde tumbas en la tierra a grandes mausoleos pasando por nichos, criptas, capillas, hipogeos y panteones, además de columbarios y cinerarios para los cuerpos cremados y osarios, suelen ser espacios cercados donde se aglutinan las sepulturas o más abiertos con aspecto de parque, donde la naturaleza y los verdes se entremezclan con los enterramientos.
Desde una visión antropológica, en los cementerios se producen rituales de enterramiento y despedida de los fallecidos y rituales de memoria y homenaje a los que ya están enterrados. En principio, estos lugares no fueron concebidos para la visita cultural y turística y aún hoy la sociedad los sigue relacionando fuertemente con la muerte y el descanso eterno. Este factor es evidente pues estos espacios no han perdido sus funcionalidades básicas; sin embargo, “no se debe confundir el respeto a los muertos con la difusión del patrimonio funerario”.



Los cementerios reúnen diferentes valores que los hacen ser espacios de fuerte atractivo cultural. En primer lugar, son reflejo de la sociedad a la que pertenecen y a sus prácticas funerarias. Además, aglutinan interesantes elementos arquitectónicos y escultóricos. Por último, es el lugar donde permanecen las historias y las vidas de las personas yacentes. Es por ello que se convierten en fuentes de conocimiento histórico, artístico y social, lugares donde puede desarrollarse la actividad turística cultural.
Aunque se están logrando progresos, gran parte de la población aún no reconoce los valores culturales de los cementerios y siguen acumulando tradiciones, tabús, prejuicios y supersticiones relacionadas con la muerte. Esto repercute en que el patrimonio funerario sea un gran desconocido y no sea valorado por su importancia social, histórica y cultural. Para ello se debe seguir trabajando, recuperando estos espacios para la ciudad ya sea “como parques públicos, como museos al aire libre y, con fines pedagógicos, como lugares de estudio idóneo. En la actualidad ya hay numerosos ejemplos de cómo las administraciones han apostado por crear rutas culturales, visitas guiadas y otros productos turísticos y culturales en sus cementerios, aumentando la oferta y generando el interés de una creciente demanda por esta temática. Se pretende dar la vuelta a la visión tradicional de los camposantos, pasando de lugares de muerte a lugares de vida ligados a la propia historia y cultura de la ciudad, musealizando los recintos y difundiendo sus valores.
Los cementerios son fuente de cultura y conocimiento y reúnen valores tanto artísticos como históricos y antropológicos, por lo que pueden ser interpretados como verdaderos museos al aire libre. Y es que a lo largo de su historia han ido acumulando gran cantidad de patrimonio funerario, convirtiendo a muchos en verdaderos cementerios monumentales. Pero no dejan de ser, además, recintos donde permanecen enterradas las personas que han contribuido al devenir de la historia de sus ciudades y, a veces, personas cuya relevancia traspasa las fronteras del municipio y adquieren importancia a niveles supralocales. 
Historia y patrimonio que conviven con las propias tradiciones funerarias y las costumbres sociales y que, en ocasiones, se entremezclan con la naturaleza y la disposición del espacio para configurar un atractivo paisaje. Como si fueran centros histórico-artísticos, los cementerios reúnen las condiciones suficientes para ser focos de atracción cultural de índole similar: necrópolis monumentales dentro de ciudades monumentales. Los cementerios tienen un valor antropológico innegable formado por las costumbres y prácticas relacionadas con la muerte, las ideologías, cultos, devociones y tradiciones funerarias que se reflejan finalmente en los grupos escultóricos e inscripciones. Por tanto, son centros con interesante patrimonio inmaterial, referido este a los rituales de la muerte, las costumbres funerarias, los enterramientos en las diversas sociedades y a lo largo de la historia. Los cementerios fueron y son creados como espacios emocionales y sagrados. En relación con este último aspecto podemos identificar también valores religiosos pues acaban revelando la identidad religiosa del pueblo o de varios en un conjunto regional. Por ejemplo, en Europa podemos observar cementerios católicos, protestantes, anglicanos, ortodoxos, judíos y civiles, principalmente. También inmaterial es la historia que reúnen, la suya propia y la de sus personajes. La construcción del cementerio, su ubicación y sus características nos hablan ya de la historia de la ciudad, de cómo los antiguos lugares de enterramiento llevaron finalmente a la creación de este espacio y de la situación social que se vivía en aquel momento. Recuerdan la historia más reciente y trágica de las regiones que han ido sufriendo epidemias, hambrunas, revoluciones o guerras, por ejemplo. Son, además, lugares que mantienen viva la memoria de lo que no se quiere o debe olvidar como sociedad, preservándola para trasmitirla a generaciones futuras. Concretamente, a la memoria histórica contribuyen, entre otros, las fosas comunes que se incluyen en los cementerios, como el Fossar de la Pedrera en el de Montjuïc en Barcelona, 



y las zonas dedicadas al enterramiento de civiles o combatientes extranjeros que perecieron en la batalla fuera de sus fronteras. Asimismo, los cementerios militares, como el de Arlington en Estados Unidos o el alemán de Cuacos de Yuste en España, forman parte de la memoria y la historia del siglo XX y sus conflictos.
Pero también está lleno de historias de las personas que descansan en sus sepulturas, tanto anónimas como ilustres, un gran número de vidas que contribuyeron de una manera u otra a conformar la identidad de cada localidad, que formaron parte de su historia. De hecho, muchos camposantos son identificados solamente por las personalidades que descansan entre sus paredes, ya sean intelectuales, científicos, artistas, escritores, políticos, y en ocasiones se generan pequeñas peregrinaciones para honrar su memoria. La propia ubicación, el diseño del recinto y el manejo del espacio también le dotan a los cementerios de valores urbanísticos y arquitectónicos. Los valores artísticos vienen dados a través de su propia estructura, con la arquitectura de los panteones y del propio recinto, los grupos escultóricos que acompañan a las sepulturas, los mausoleos, las áreas verdes y espacios ajardinados y las iglesias o templos que incluyen en su interior, en definitiva, el patrimonio material de los cementerios. Muchos reflejan muy bien la evolución estilística a través de los siglos, los sucesivos estilos y corrientes artísticas, ya sean románticas, neoclásicas, neogóticas, neomudéjares o modernistas, por ejemplo, y la evolución en la moda y los gustos. Además, en numerosas ocasiones intervinieron importantes arquitectos y escultores para realizar las obras que funerarias de los más pudientes, generalmente, reflejando la vida, la muerte y los logros de los ciudadanos.
En los cementerios que hoy conocemos, los principales monumentos conmemorativos eran erigidos normalmente por la burguesía del siglo XIX y principios del XX. Ejemplo de ello fueron los indianos que regresaban enriquecidos a España, principalmente a Cataluña, Asturias y Cantabria, donde no sólo se construían grandes mansiones para vivir sino que también ordenaban levantar monumentales panteones, sepulcros y mausoleos en las áreas más importantes del cementerios para su descanso eterno y para que su estatus social prevaleciera sobre el resto, glorificando su propia biografía. A través de sus mausoleos, la burguesía “manifestó su afición a la arquitectura sepulcral aristocrática, aspirando a su ennoblecimiento social”.
La arquitectura y escultura sepulcral de estas épocas están repletas de elementos simbólicos y alegorías a la muerte y la vida, además de aspectos propios de cada estilo artístico utilizado, como la abundancia de naturaleza y las peculiares líneas del modernismo catalán. Dentro del arte es posible señalar también la literatura ya que estos espacios han servido de inspiración de varios escritores y poetas que los han incorporado a sus obras. Así, Paul Valery habla de los cementerios marinos, Balzac sitúa la “Comedia Humana” en el parisino Père Lachaise, el catalán Salvador Espriu utiliza el de Arenys de Mar o Sinera como escenario de sus poemas, y el de Glasnevin aparece reflejado en el “Ulises” de James Joyce. Por otro lado, existen epitafios interesantes desde el punto de vista literario, poético y humorístico. La conjunción del arte funerario, el espacio urbanizado, la ubicación en el entorno y la naturaleza, se encuentre ésta en el interior o en el exterior, acaban otorgando valores paisajísticos al conseguirse una belleza armónica e integrada en muchos casos.
Ejemplos de ello son el camposanto de Casabermeja, Málaga, a modo de típico pueblo blanco andaluz, el cementerio del bosque de Estocolmo o Skogskyrkogården, 






las necrópolis marineras que se sitúan frente al mar, o los tradicionales enterramientos norteamericanos en los que largas hileras de lápidas o cruces de mármol blanco se disponen en un gran espacio de césped. Como vemos, los cementerios reúnen tanto patrimonio material, por sus obras escultóricas y aspectos físicos, e inmaterial, tanto por la historia, la antropología y las prácticas funerarias. Juntos forman el llamado patrimonio funerario. Y a través de todos estos valores antropológicos, artísticos, arquitectónicos, urbanísticos e históricos, “la sociedad puede entender y respetar la muerte, profundizar en el conocimiento de las religiones y los diferentes usos y costumbres, descifrar la historia desde otro punto de vista, valorar el patrimonio y concienciarse sobre la necesidad de su protección”.
La Asociación de Cementerios Significativos en Europa (2014) también considera que por ser uno de los patrimonios tangibles e intangibles más significativos del continente se deben proteger, difundir sus valores. Así como las grandes colecciones de pintura o escultura llenan los tradicionales museos o los centros monumentales de las ciudades son planificados como museos abiertos, los cementerios también son susceptibles de ser considerados como tal. El patrimonio funerario y sus valores hacen que estos espacios sean musealizables y entendidos como verdaderos centros de cultura. Para ello es necesaria la implantación de herramientas y estrategias de interpretación tales como creación de rutas, señalización, disposición de rótulos explicativos, actividades culturales, visitas guiadas, investigaciones, recreaciones históricas y adopción de nuevas tecnologías, entre otras.




El término turismo cultural, y la cultura en general, abarca un amplio espectro de actividades susceptibles de generar el suficiente interés para que las personas deseen visitar un determinado lugar. Y cada día, esta tipología de turismo es más amplia y desarrollada. Así, podemos encontrar no sólo las tradicionales ciudades monumentales sino también el folklore, las tradiciones, las fiestas, los restos arqueológicos, las gastronomías, las artes, la música y el cine, las industrias, el paisaje… Una larga lista que resulta en una extensa variedad de recursos turísticos.
En un momento donde el turismo cultural se sigue ramificando y derivando en subtipos de turismo, ya sea este arqueológico, artesanal, artístico, creativo, de festivales, gastronómico, histórico, industrial, musical, literario, religioso, militar, de memoria o patrimonial, es importante centrar la mirada en unos recursos poco habituales, aún muy desconocidos, pero que reúnen interesantes valores culturales: los cementerios.
Entre arte, patrimonio, historia y paisaje, los cementerios se están convirtiendo en focos de atracción de turistas con diversas motivaciones y se configuran como auténticos museos al aire libre. Sin embargo, gran parte del público necesita aún despojarse de tabús y prejuicios asociados con la muerte y la concepción de los cementerios como lugares oscuros, de miedo, lugares que sólo visitarían los más atrevidos y, quizá, los más raros. Estos prejuicios no les permiten apreciar los valores que estos espacios reúnen, y muchas veces no se dan cuenta de otros lugares de enterramiento ya se han convertido en grandes destinos turísticos, desde mausoleos musulmanes a tumbas piramidales de antiguas civilizaciones.
Actualmente los investigadores se preguntan si el “Dark Tourism”, o Turismo Oscuro, es una necesidad del individuo en las sociedades modernas. ¿Es que la sociedad actual está ya saturada de tanta tecnología y de vivir toda clase de experiencias tempranas, que ya sólo el halo de la muerte y el sufrimiento les produce placer?
El "dark tourism" surge en las sociedades modernas y occidentalizadas debido a la necesidad que tienen las persones en determinados momentos de su vida, de mirar cara a cara a la muerte.
Aunque determinados sitios turísticos, atracciones o exposiciones relacionadas con la muerte se presenten y comercialicen bajo una capa educativa, de entretenimiento o como un recuerdo histórico, en realidad atraen a la gente porque las personas están ávidas de "consumir la muerte" como si fuera una mercancía.
Al fin y al cabo, apuntan los profesores de la Universidad de Lancashire, los seres humanos -conscientes de su mortalidad- han realizado rituales relacionados con la muerte desde hace miles de años. Es decir, experiencias místicas necesarias para encontrar el sentido de la vida.
Sin embargo, en las sociedades modernas y laicas -donde el individuo tiende a apartarse de la religión- este tipo de rituales o mecanismos de confrontación con la muerte cada vez son más escasos, recuerdan Stone y Sharpley en su artículo.
"En otras palabras, la muerte se ha vuelto invisible y de este modo, ausente del dominio público", explican ambos autores.
Pero como resultado de esa "ocultación" o "secuestro de la muerte" por parte de los gobiernos y las instituciones, dicen estos expertos, surgen nuevas formas de consumo dentro de la cultura popular. 




En suma, hoy en día el consumo de 'dark tourism' habría venido a substituir -de manera inconsciente- aquellos rituales mágicos milenarios donde los individuos de la tribu debían mirar cara a cara a la muerte para encontrar un sentido a sus cortas y azarosas vidas. 
Pero... A pesar de todo lo que venimos diciendo, muchas personas, aún muestran una firme resistencia a visitar un cementerio. Uno de los grandes interrogantes que asaltan la mente humana, es, ¿por qué, al escuchar la  palabra cementerio o “tener” que visitar alguno de ellos    -sobre  todo  a  ciertas  horas  del   día  -  produce  en  algunas  personas,  escalofríos, temor o rechazo.  Es decir, qué pensamiento atávico se guarda en  lo  más  profundo  de  la  mente  humana  en  relación  al  lugar  en  donde  todos, tarde o temprano estaremos  “reposando” para siempre. 
¿Qué  idea,  impresión  o  sentimiento  guarda  el  hombre  en  relación  a la  muerte?  Todo  parece  indicar  que  la  respuesta que  prevalece  sobre  otras, es que, de alguna manera al visitar un cementerio, vamos a conocer la que será nuestra última morada; sitio al cual, inexorablemente, vamos a llegar.  Se suma a todo esto, por supuesto, el miedo a las almas perdidas, el  temor  a  lo  desconocido,  ó  el  espanto  de  enfrentarnos  a  nuestra  propia  muerte. 
Es  por  ello,  que,  a  pesar  de  saber  que  allí  yacen  los  cuerpos  de muchos seres amados, familiares y amigos, en ocasiones, más de los que tenemos entre los vivos, seguimos resistiéndonos al hecho de darnos una vuelta por los camposantos.

El arte funerario

La  última  manifestación  de  amor  de los  vivos  por  sus  muertos,  se  ha expresado  en  nuestro  devenir  histórico,  a  través  del  arte  funerario.    Arte, que  ha  sido  arropado  de  hermosas  expresiones  como  la  música,  


la literatura, la pintura, 




la arquitectura, y por supuesto, de la escultura, la cual ha tenido una presencia singular en las iglesias y sus panteones.
Investigar y escribir sobre un cementerio se tiene de mal gusto, muy  a  pesar  del  ánimo  del  autor  que   busca  las  soluciones  a  los problemas  que  el  tema  le  plantea.  ¡Bien  sabemos  que  se  duda del  equilibrio  mental  de  quienes estos  sitios  frecuentan!,  porque para la mayoría de la gente no tiene caso e incluso es insultante, remover los recuerdos aletargados de la muerte...  La  ausencia  de  monografías  sobre  tumbas  modernas  y  el hecho de que los arquitectos actuales no suelan mencionar, o no  quieran destacar, las tumbas y los panteones que han construido ya  sea  por  pudor,  pues la  muerte  inquieta  siempre,  o  no  es  de  caballeros, o porque consideran que se trata de obras menores o indignas...
El  ajuar  funerario  nos  desvela  cómo  vivían  los  hombres  del pasado, al tiempo que la propia organización espacial de la tumba refleja  con  claridad  la  concepción  que  se  tenía  del  hogar  de  los vivos.  




Lo  que  sabemos  de  la  vida  remota  procede  siempre  de  la  tierra. Sólo la tumba, la casa para las almas, nos demuestra cómo era la casa de los vivos.
Aunque sería interesantísimo estudiar todos los elementos artísticos conjuntamente: Mausoleos, epitafios, decoraciones, esculturas; por razones de espacio y de interés personal, en la entrada de hoy me ceñiré exclusivamente al estudio de la ecultura funerària y en especial a la que se desarrolló en Europa desde los primeros años del S.XIX y los 40 del S.XX, es decir principalmente a los estilos romántico, art nouveau o modernisme y Art Decó, con breves referéncias a algunos períodes anteriores y estilos posteriores, a la espera de disponer de mayor información al respecto.
Fieles  testigos  de  nuestras  visitas  las  bellas  esculturas  que  nos “escoltan”  en  los  largos  recorridos  dentro  de  los camposantos.  Cómplices dolientes  que  resguardan  celosas  el reposo  del  difunto.  Suelen  evocar  al muerto en sus derrotas, triunfos y virtudes. Colman los cementerios ya sea dobladas de dolor, erguidas, o sobre la tumba, en actitud de arrobamiento, orante o recostadas sobre un muro o una tumba. 
Postradas  ahí  reposan,  fieles  al  lado  de  aquél  cuyo  sueño eterno abrigan,  mismo  que  seguramente  se verá  interrumpido  por  la  destrucción  parcial o total del monumento.  Ahí, ven pasar “la muerte” víctimas del sol, del viento, del frío, del vandalismo, del abandono...y del olvido. 
Presentes ante el dolor penetrante,  pero pasajero, que permanece en los cementerios, aisladas de todo calor humano.  Figuras cercanas y a la vez abandonadas y olvidadas como el recuerdo de los deudos. Son dolientes regocijadas o esquivas, producto de la inspiración del artista que comercia  con  la  percepción  del  dolor, del  duelo,  de  la  tristeza  y  aún  de  la alegría que produce el último viaje.
Desde  el  modelado  hasta  la  fundición,  o  el  labrado  de  la  piedra,  el escultor  se  encuentra  en  todo el  proceso  que  da  vida  a  una  pieza monumental  pero  la  importancia  de  estas  piezas,  que  requieren  largos procesos  de  creación  en  manos  de  artistas,  es  que  le otorgan  identidad  a una  ciudad  y  se  vuelven  puntos  de  referencia  urbana,  cuya  estética quedaría presente en esa rama de las bellas artes, siendo este arte el que busque  el  eslabón  que  funja  como  alianza  con  nuestros  muertos,  por  ser un sello de fe, de sentido de trascendencia o una forma de tocar la vida en la muerte, con las manos.




Es   así   como   el   final   del   siglo   XIX   trajo   consigo   dos estilos fundamentales  en  el  arte  escultórico:  El  Romanticismo  “...nos  damos cuenta  de  que  la  muerte  era  la  compañera  inseparable  de  la  vida  en  el siglo  XIX.  ...La  vida  y  la  muerte  son  inseparables,  pero  una  de  las características  del  siglo  XIX y no digamos ya el S.XX, fue  la  muerte  de  gente  muy  joven.  Y  ahí  es donde  se  origina,  a  nuestro  entender,  una  parte  de  la  obsesión  del Romanticismo en la muerte.
Ciertamente el cementerio es el lugar del dolor, convertido con el tiempo  en  melancolía,  “una  reacción  a  la  pérdida  del  objeto  amoroso,  a  la  que  no  sigue  la  transferencia  de  la  libido  a  otro  nuevo   objeto,   sino   el retraimiento   del   yo,   narcisistamente   identificado con el objeto perdido”... Existe pues una empatía con el objeto que representa al difunto, relación que algunas veces se convierte en “agalmatofilia” (amor por las estatuas)...
Podríamos decir coloquialmente que el arte funerario (las tumbas y las efigies)  llenan  el  vacío  provocado  por la  muerte  y  mantiene  la  ilusión  de  que el difunto no ha sido devorado por el tiempo. La presencia de éste, de algún  modo,  se  mantiene,  aunque  sea  con  tristeza  y  esa tristeza  no  pudo ser  mejor  representada  sino  a  través  del  estilo  del Art  Nouveau estilo  que,  arropado  en  las  líneas  sinuosas  y  onduladas,  atrajo  hacia  si mismo,  mayor   teatralidad:  “Los  cementerios  más  lujosos  se  transfiguraron en    templos    del    romanticismo    decimonónico,    con    sus    estructuras neoclásicas, sus rosetones y figuras art Nouveau que estimularon ese halo de tragedia y misticismo que implica este género de lugares”.
De entre la multitud de cementerios que reunen gran cantidad de Belleza, destacan el de Père Lachaise y Montmartre en París y los Monumentale de Milán y el Cementerio Staglieno de Génova, al que dedicaremos una atención especial.

Cementerio Staglieno de Génova


En  opinión  de  Luis  Carandell, un  experto  funerario...”el  más bello cementerio del mundo es el de Staglieno en Génova Italia”.

“La muerte y la belleza son dos
cosas profundas que tienen tanto de
azul como de negro y parecen dos
hermanas, terribles y fecundas, con
un mismo enigma y similar misterio”.
Víctor Hugo



La ciudad de Génova, situada al nordeste de Italia, capital de la región de  Liguria,  cuenta  con  uno  de  los  espacios  mortuorios  más  grandes  e importantes   del   mundo:   El   Cementerio Staglieno,   auténtica   fortaleza dedicada  a  honrar  a  sus  muertos  por medio  de  un  sinfín  de  esculturas,  tumbas,  capillas, mausoleos,  criptas, nichos,  y  artes  decorativas.   
Fascinante  testimonio  histórico  y  artístico  del  bello  puerto  de  Génova,  poseedor de: ...una  superficie  de  330.000  metros  cuadrados,  alojando  a  más  de  2,000.000  de  sepulturas.  Cuenta  con  117,600  tumbas,  de  las  cuales 290 son capillas en el interior de las galerías y 468 nichos.




Actualmente  en  el  interior  del  cementerio  existen  distintas  áreas reservadas   a   credos   como   el   de    Protestantes,      Hebreos, Ortodoxos  Griegos,  Musulmanes  y  una  sección  destinada  a  los Anglicanos (tanto militares como civiles).
Antes  de  la  creación  de  este gigante  de  mármol,  debieron salvarse muchos  obstáculos,  tanto  administrativos  como  de  cimentación. 
Años más tarde, aparecerían en escena dos arquitectos, el primero llamado Carlo Barabino (1768-1835)   quien,   después   de   haber   sorteado   años   de   trámites   y  obstáculos,  a  dos  semanas  de  ser  aprobado  el  proyecto  del  nuevo cementerio,  muere  a  causa  de  una  epidemia  de  cólera.    El  segundo, Giovanni  Battista Resasco  (1799–1872),  discípulo  de  Barabino  sería  el encargado  de  darle  seguimiento  al  proyecto  de  cementerio  Staglieno (1835) mismo que fue inaugurado de forma oficial en el año de 1851. 




Es de destacar, el lugar elegido para la creación de esta colosal obra: ubicada a un costado del río Bisagno, el que divide actualmente en dos a la ciudad de Génova. Son de imaginar los problemas  que debieron sortearse en un lugar de por sí húmedo  -hay que recordar que Génova es un puerto- con  la  presencia  de  un  afluente  y  sus  posibles  repercusiones,  en  los cuerpos en descomposición y en las construcciones de gran peso, erigides para honrar a los difuntos.  
Al parecer todos esos inconvenientes fueron tomados en cuenta por el equipo de los arquitectos Barabino y Resasco, ya que hasta el día de hoy podemos  observar  la  buena  conservación  y mantenimiento  en  tumbas datadas en el siglo XIX:




...Entrando por la majestuosa Puerta de ingreso que se asoma al torrente  del  Bisagno  se  encuentra  la  estatua  de  la  Fe,  



una  obra en  mármol  blanco  de  nueve  metros  de  altura,  realizada  por  el  escultor   Santo   Varni.




Sobre   la   colina   posterior   se   alza   la imponente   obra   arquitectónica   del   Templo   de   los   Sufragios (Panteón):  estructura  de  planta  circular  de  veinticinco  metros  de  diámetro  cuya  altura  desde  el  pavimento  al lucernario  es  de veintitrés  metros  y  medio.  




En  su  interior  se  conservan  los  restos mortales   de   ciudadanos   ilustres.
A   lo   largo   de   los   muros perimetrales  se  extienden  las galerías,  verdaderos  y  auténticos cofres de obras escultóricas. 





Este  auténtico  museo  al  aire  libre contó  a  principios  del  siglo  XX  con  nuevas áreas   o   “porticatos”   (pórticos):   el   porticado   Montino,   poseedor   de espléndidas  muestras  de  obres Modernistas  y Déco.




“El  Sagrario  de  los Caídos”  construido  durante  la  Primera Guerra  Mundial,  y  por  último  en  el año  de  1955  se  crea  el  porticato  “San  Antonio”.   
Conocedores  los genoveses,  del  legado  cultural  del  Cementerio  Monumental  de Staglieno, han  establecido  diferentes  itinerarios temáticos  -debido  a  la  variedad  y  la extensión  del  lugar  -  que  el  visitante  podrá  escoger  entre  los  recorridos llamados:    “El    Resurgimiento”,    “Los    Ángeles”,    “La    Caridad    y    la Beneficencia”, y “Las Emociones”.
A diferencia de otros cementerios que han optado por edificarse en terrenos  planos,  parte  de  éste  ha  sido  construido  en  las  faldas  de  una  colina,    por  lo  que,  una  fracción  del  recorrido  se  lleva  a  cabo  en  un  plano horizontal  y  otro,  accediendo  a  través  de  rampas  o  escaleras  que  van mostrándonos   “terrazas”,   sitios   que acogen   soberbios   ejemplares   de escultura, arquitectura y artes decorativas. 
Zonas   muy   arboladas,   hermosos  parajes   naturales,   caminos empedrados, otros más modernos pavimentados, siempre rodeados de un ambiente   sereno   y   sobrio,   en   donde   los   diferentes   tonos   de   verde acompañan  nuestros  pasos,  tanto  en  desniveles  como  en  escaleras,  que  hacen  recordar  la  similitud  que  este  cementerio  italiano  tiene  con  otro  de igual fama: el Père Lachaise de la ciudad de París. 
El sugerente resultado del entorno   natural   acompañado   de la   configuración   de   los monumentos y de la arquitectura es el resultado de la nostalgia siempre presente y de la atmósfera de eterna evocación.
Desde su entrada se perciben las dimensiones y grandiosidad de este cementerio Italiano, cuya fama trasciende sus fronteras.
A  pesar  de  poseer  una  entrada  señorial,  el  cementerio Staglieno tiene como principal acceso el ala izquierda del recinto, en donde una sèrie de florerías flanquean el costado derecho de la barda frontal, que nos guia a la primera sección del camposanto. 
Llama la atención el constante mantenimiento y restauración que se tienen  sobre  techos,  nichos,  tumbas, mausoleos  y  criptas.  El  llamado “Gigante  de  mármol”  a  pesar  de  sus  más  de  150  años  de  vida,  se encuentra rodeado de  tecnología de punta, esto es: elevador para acceder a las zonas más altas, pedestales  con computadora que  permiten  ubicar  las  distintas  tumbas,  pequeñas  luminarias  a  manera de  velas  encendidas  las  24  horas del día, otorgando al espacio un ambiente de recogimiento y misterio. 



 
En  el  entorno  predominan  la  limpieza,  el  orden  y  el  silencio.    El respeto  al  lugar  es  evidente:  a  pesar de  existir  tumbas  centenarias,  éstas  se  encuentran  dignamente  conservadas, alguna  de  ellas  ya  con  la  lápida quebrada por los efectos del paso del tiempo de las raíces de los árboles, pero sin perder la dignidad de lo que es la llamada “última morada”. 
Las  estatuas,  eternas  compañeras de  los  visitantes,  observan  el paso  del  tiempo  incólumes.  A  pesar de  haberse  encontrado muchas  de ellas expuestas a la intemperie, es  notable el buen estado de conservación de las mismas.
Caminando   pensativos   a   lo   largo   de   los   caminos   del cementerio,  atravesando  las  zones   arboladas  y  los  diversos  y largos  porticatos,  personajes  como  Nietzsche,  Maupassant,  Mark Twain, Hemingway y muchos otros fueron encantados por la experiencia de sentirse solos en este espacio....y las nuevas generaciones  sucumben  a  la  misteriosa  atmósfera.  El  mismo  Ernest  Hemingway  admirado  por  la  belleza  del  lugar afirmaba  que:  “...es  de  una  atmósfera  absolutamente  única,  una  de  las  maravillas  del  mundo.”
Las  zonas  denominadas  “porticatos”  han  sido reservadas  para  personajes ilustres,  con  alto  rango  social,  por  lo  que muchas de las más bellas escultures se encuentran ubicadas en esta zona. 
Bajo  los  porticatos  se  encuentran  los  columbarios,  áreas  de  techos altos,  con  respiraderos  y  tragaluces  que  permiten  en  algunos  espacios prescindir de la luz artificial.
Una  monumental  escalinata  nos  permite  llegar  a  la  “Capella  dei Suffragi”, un templo de forma circular que llama la atención por su cúpula dórica, asemejando al Panteón romano. Desde esas alturas, casi a los  pies  de  la  capilla,  se  puede  contemplar  con  una  mayor perspectiva  la imponente estatua de la Fe, obra en mármol blanco de 9 metros de altura realizada por el escultor Santo Varni (1807-1885). 
De  igual  manera,  la  dimensión  del  lugar  puede  ser  apreciada subiendo a espaldas de la capilla en donde se cruzan a nuestro paso una serie  de  pequeñas  capillas,  y  otras,  que  por  sus dimensiones  podríamos llamar  auténticas  parroquias,  construidas  para  el  resguardo  de  los  restos de familias genovesas burguesas, que con el paso del tiempo han decidido mantener la tradición de reposar todos, en un solo sitio.



Las  construcciones  se  aprietan  unas  con  otras, luchando  por  encontrar  sitio  en  el  prestigioso  recinto  funerario  y descollar  entre  las  edificaciones vecinas,  todo  ello  a  costa  de desvirtuar  y  ahogar  la  claridad de  su  trazado.  Estas  grandes necrópolis  son  un  perfecto  reflejo  de  la  sociedad  de  la  época  y constituyen un valiosísimo catálogo de arquitectura. Ahora bien en la  ciudad  de  los  muertos,  a  diferencia  de  la  ciudad  de  los  vivos, cada edificio en sí, literalmente un monumento, no una " máquina de habitar ", si no "una máquina de  conmemorar”, y así el espacio en el que se asientan se convierte en una ciudad " monumental ", una ciudad de la memoria. 
La  edad  dorada  de  la  generalidad de  los  cementerios,  fueron  los siglos  XIX  y  principios  del  XX,  cuando  las  ciudades  empezaron  a  habilitar nuevos  sacramentales  alejados  del  centro,  los  cuales  se  fueron  llenando de  capillas  familiares,  de  grandes  mausoleos,  túmulos,  jardines  interiores, románticas y llorosas estatuas. 
El  siglo  XIX  fue  el  siglo  del  triunfo  de  los  cementerios.  Los cementerios   empezaron   a   formar   parte   de   los   elementos   esenciales  en  la  planeación  de los  pueblos  y  ciudades.  En  muchos  casos  ellos  fueron  y  son  ejemplos  de  escultura  y  arquitectura  extraordinarios,  sobre  todo  en  Italia.  No  hay  duda  de  que  Italia  durante  el  siglo XIX  y  el  XX,  destacó  de  manera  excelsa  en  el  arte  funerario,  especialmente  en  ciudades  como  Turín,  Milán,  Bolonia,  y  Génova.  En  otros  casos  hay  mezclas  afortunadas  de  paisaje,  jardín y  una  sepultura  adornada  por  monumentos.  Durante  el  siglo  XIX  el  gran  crecimiento  de  la  burguesía  aseguró  que  esta  clase  fuese  conmemorada  y  que  compartiera  las  nuevas  ciudades y  jardines  funerarios  con  los aristócratas    que    alguna    vez    controlaron    los    grandes    monumentos   arquitectónicos.   No   puede   haber   duda   de   la   importancia cultural del cementerio.
El cementerio Staglieno  no fue la excepción. Durante el siglo XIX y principios  del  XX  fueron  los  artífices italianos,  auténticos “doctores  en piedras”  Antonio   Canova   (1757-1822),   Leonardo   Bistolfi   (1859-1933),  Giulio  Monteverde  (1837-1917),  Ettore  Ferrari  (1848-1929)  entre  otros escultores, quienes trabajaron los materiales (piedras  y  metales) de forma magistral  permitiendo  inscribir  el  pensamiento  místico  que  marcó  este  período  del  arte,  en  la  materia  inerte,  dando  cabida  a  un  sinnúmero  de obras,  con  diferentes  estilos,  teniendo  por  norma,  superar en  belleza  y  manejo de la técnica al anterior encargo.
Las   columnas   dóricas   y   sus ángeles   regordetes   rodeados   de rocallas   están   presentes   por   doquier.   Asimismo,   la  presencia   del Romanticismo  es evidente tanto en el terreno plástico como en el literario, a  través  de  sus  inquietantes  y  sugestivos  epitafios. 
El Decadentismo y Simbolismo se  muestra  de  forma  trágica, sensual  y  fatalista.  Sus  musas, casi  todas  ellas  lánguidas mujeres  jóvenes  arrobadas  por  el  dolor,  yacen en posiciones sugerentes, enmascarando un erotismo por demás evidente.  A través del tul de sus ropajes se muestran más los esplendores de la vida terrena y material, que el abatimiento espiritual.
El Art Nouveau  con sus líneas sinuosas y sus lozanas doncellas con abundantes y onduladas cabelleras;  y por supuesto diversos ejemplos del Art Déco funerario con su línea recta bien definida, la elegancia de la figura estilizada y el espléndido manejo del material (piedra o metal) deseoso de dar el efecto acerado, brillante, liso y pesado. 
Digna  de  mención  es  la  destreza en  técnica  que  tuvo  Leonardo Bistolfi, quien creara escuela y tuviera alrededor suyo, discípulos deseosos de alcanzar la pericia del maestro.
La  influencia  de  Bistolfi  no  se  limitó  a  Turín;  él  dominó  la escena   de   la   escultura   italiana   durante   las   primeras   tres décadas  del  siglo  XX,  gracias  a  su  estilo  artístico  y  a  su personalidad. Fue aclamado por el dominio que tenía sobre los cuerpos    desnudos    masculinos  contorsionados    en    obras  oficiales, arquitectónicas y escultóricas de esos años...
Este  gran  artista,  fue  contemporáneo de  otro  maestro  del  cincel  y  que  hasta  nuestros  días  sigue  ejerciendo una  poderosa influencia  en  el campo  del  arte  y  que  en  su  momento  fue  considerado  como  toda  una autoridad dentro del  arte funerario: Augusto Rodin (1840-1917).
Fueron estas poderosas personalidades, las que dictaron las reglas a seguir en el campo de la escultura funeraria europea, y el camposanto de Staglieno es  la  mejor  prueba  de  ello.
Por  doquier  puede  uno  observar  esculturas  realizadas  bajo  estilos que  van  desde  el  Neoclásico,  pasando  por  el Realismo,   el Simbolismo, Decadentismo, Art  Nouveau... hasta  llegar  al Art  Déco. 


Las  estatuas  más bellas,  se  siguen  unas  tras  otras;  las  dolientes,  magistralmente personificadas manifiestan el dolor y la pérdida del ser querido, por el cual es muy difícil no sentir empatía ante su desconsuelo. 
De entre todas ellas, quizás la más apreciada, la que acoge al mayor número de visitantes y que ha sido copiada y reproducida hasta la saciedad en casi todos los países de Europa y América es:

El ángel seductor

Los  ángeles,  todos,  arrebatan  el corazón  debido  a  su  presencia espiritual  suave  y  serena.    Sin embargo,  es  justo  señalar  que  es  la representación  escultórica  de  un  ser alado,  el  que  captura  la  atención  del visitante  por  sobre  todos  los demás  en  el Sacramental  de  Staglieno:  el famoso ángel de Giulio Monteverde creado en 1882  para la tumba del Sr. Francesco Oneto, forma plástica muy lograda, inscrita bajo un estilo Simbolista /Decadentista/Nouveau. 




Monteverde “vistió” con diferentes atributos a este bellísimo espíritu celestial, antiguamente representado por un ser andrógino, el cual exaltaba las virtudes del difunto sobre el sepulcro: Esta  es  la  tumba  que  mejor  ejemplifica  la  “inquietud”  que  estaba  emergiendo  en  el  imaginario  colectivo  acerca  de  la  muerte en los últimos años  de la octava década del siglo XIX...
La  muerte  empezó  a  ser  vista  mucho  más  como  un  misterio,  como  fuente  de  una  profunda  ansiedad  y  como  un  evento  que  provocaba  gran    temor.    Esta visión    sobre    la    muerte, eventualmente se volvió parte del periodo decadentista.
Y de igual manera, la connotación cristiana sobre ese ser espiritual, candoroso, que nos guiará al paraíso gracias a la fe mostrada en vida, será substituida  a  partir  del  estilo  Nouveau   o   Liberty en  un  ángel  sensual, provocador e imperturbable: El sensual Ángel que Monteverde, un  escultor oficial, sensible a los  sentimientos  de  la  época, colocó  en  la  tumba  del  rico banquero  Franceso  Oneto,  representa  el  punto  de  no  retorno con respecto a la tradición. El clásico genio o ángel tutelar que hemos    visto    reproducir muchas    veces    en    tumbas    y    monumentos  en  las  necrópolis,  ahora  toma  la  forma  de  un  ser  femenino,  perdiendo  todas  las  connotaciones  cristianas  de consuelo, representado por un ser inmóvil que guarda distancia frente a los demás, con una expresión imperturbable.



Este  bellísimo  ángel  con  atributos notoriamente  femeninos  y  con fuerte  carga  erótica,  resulta  un  halago  a  los  sentidos  y  nos  remiten  a  diversos episodios de la historia del arte.
Imágenes  animadas  por  el  deseo  del  espectador,  humanos  enamorados,  excitados  sexualmente  por  estatuas...,  constituye  un   lugar   común   persistente   en    nuestra   tradición   literaria:   y recibe el nombre agalmatofilia (amor a las estatuas). 
El  motivo  es  amplio,  ambiguo,  se  fragmenta  en múltiples historias y ofrece una pluralidad de modos de lectura: desde   Narciso   enamorado   de   su imagen   hasta   Pigmalión seducido  por  su  propia  creación,  desde  aquellos  amantes  arrojados  con  desesperación  a  las  estatuas  funerarias  de  sus  amores fallecidos, confrontando el Eros y el Thanatos, la vida y la muerte...
Como buen entendedor y censor de los gustos de la sociedad de la época,  Monteverde  despojó  de  su  misterio  sublime  a  estas  criaturas celestes,  otorgándoles  una  humanización  que  hace  recordar  al Eros  y  Thántatos.
Encontramos    (en    el    ángel    de    Monteverde)    evidentes    componentes eróticos unidos con los de la muerte, los mismos que han  estado  presentes  en  el  arte  sepulcral,  los  cuales  habían  sido    escondidos    por    el    realismo    burgués.... la    imagen    profundamente   sensual   tuvo  un   enorme   éxito   entre   los   conocedores   de   la   época.   




Fue   reproducida   en   múltiples   ocasiones,  por  el  mismo  Monteverde  y  por  imitadores,  los  que  pueden    encontrarse    con    diferentes    variedades,    en    los    principales cementerios Italianos, Franceses, Alemanes y en el de las Américas.
Es  un  ángel  mundano,  provocador,  ambiguo  -que  transitó  en  la época  de  su  creación  entre  el  misterio  y  la  indecencia-  obliga  a  entender cuáles eran los gustos de la época, marcados por el positivismo, y por una crisis  de  identidad  de  la  sociedad  burguesa,  la misma  (familia  Oneto)  que faculta  al  escultor  Monteverde,  a  crear  un  monumento  funerario  con  esas características  tan  innovadoras:  un  ángel  del  silencio-muerte-resurrección realizado con gran maestría, el cual parece más haber sido fundido en mármol con el que fue hecho, que labrado en piedra. 
No ofrece consolación alguna, sólo medita sobre el misterio del más allá (la cultura del misterio muy difundida por los Prerrafaelistas ingleses) a través de una actitud mundanamente provocadora. 

Dolientes

Así  como  llama  la  atención  de  los visitantes  esta  bellísima  imagen  angelical,  de  la  misma  manera,  las figuras  de Dolientes  -uno  de  los motivos  iconográficos  funerarios  más  recurrentes  durante  el  siglo  XIX  y  principios  del  XX-  hacen  de  su  presencia  en  el  Staglieno   una  experiencia  inolvidable:    “Estas  representaciones   adquieren  diversos  matices:  desde las  figuras  femeninas  que  se  postran, abatidas,  ante  los  féretros  ...hasta las  que  aparecen  hincadas,  rezando,  con  lo  que  se  aporta  al  descanso eterno de el alma del finado”.
Las dolientes, que representan el dolor más profundo por la pérdida del ser querido, han ido sublimando la expresión de sufrimiento a lo largo de los años y esto puede ser contrastado observando  los diversos estilos con los que cuenta el cementerio Genovés. 



Así  podemos  observar  dolientes  con  expresión  de  delicadeza  y dulzura,  muy  al  estilo  de  Antonio Cánova  (1757-1822);    es  conveniente abrir  un  paréntesis  para  señalar  que  el   maestro  veneciano,  artífice  en labrar la piedra, revolucionó  la escultura y fue uno de los que mejor recreó los  modelos  antiguos,  cuyos  elementos  del  neoclasicismo  fueron  muy apreciados en monumentos funerarios.
De  igual  manera  las  creaciones  sentimentales  del  Romanticismo están  presentes  por  doquier.  El  deseo  de  perpetuar  en  los  vivos  el  recuerdo (casi fotográfico) por sus muertos, sigue inalterable. Las escenas de gran realismo como el de la muerte que despide al vivo (a), es frecuente. 
Aunque  en  la  mayor  parte  de  los  casos  más  que  insistirse  en  la  muerte,  se  insiste  en  la  realidad.  Las  dolientes  durante  éste  periodo  poseen una belleza clásica, casi todas ostentan perfiles grecorromanos y poses de dolor reprimido: La introducción del sentimiento, combinado con una atención al detalle objetivo que se incrementa exponencialmente fue lo que cambió   a   la   escultura   en   el   periodo   romántico.   Vemos elementos de estas dos tendencias en la escultura funeraria de los  1840’s  en  adelante.    Mucho  de  este  crédito  pertenece  a Lorenzo Bartolini (1777-1850) quien en el clima de un ardiente debate  estético  se  dice  que  revolucionó  la  escultura  italiana debido  a  la  preferencia  de  la  representación  de  “la  belleza 
natural”   del   Renacimiento,   sobre   “la   belleza   ideal”   de   los Griegos.




Un notable ejemplo, en términos escultóricos, lo constituye Ia tumba del  químico  Luigi  Burlando  (1920), hecho  por  Pietro  da  Verona  cuya doliente,  una  bella  mujer  joven  yace  desnuda  sobre  una  roca,  cuya  larga  cabellera,  junto  con  su  brazo,  cuelgan  sobre  su  costado  derecho;  una  camelia  (quintaesencia  del  siglo  XIX  y  símbolo  de  la  elegancia y delicadeza) que ha visto su mejor tiempo pasar, reposa a un lado del cuerpo. 
Aunque  lo  más  llamativo  de  esta  obra  es  la  sonrisa  de  la  doliente,  cuya  expresión  no  es  más  que  –  según  Sandra  Berresford  -  una  mueca “post-orgásmica” (sic).
La   iconografía   funeraria   más   antigua   (Egipto)   nos   muestra hermanadas  la  figura  femenina  con  la  de  la  flor,  es  decir,  las  dames dolientes  de  los  funerales  aparecen  aspirando invariablemente  el  aroma  de una única flor: el nenúfar. Pero con el paso del tiempo se han venido  agregando  al  imaginario  mortuorio, un  sinfín  de  flores.
Además   de   las   flores,   las   dolientes   suelen   presentarse   con inscripciones,   alegorías   y   demás   símbolos   en   las   que   se   funde   el  sentimiento  de  lo  pasajero  de  la  vida  (Vanitas )  con  la  melancolía  de  los  familiares ante la ausencia del ser querido.


El Realismo


El  realismo  en  la  escultura  trajo consigo  una  transposición  de  los  eventos  cotidianos  a  la  piedra.  El  deseo  era  que,  como  una fotografía quedara plasmada la escena fúnebre del difunto. 
Entre   1850   y   1870,   el   Realismo   penetró   en   la   escultura funeraria  en  el  centro  y  norte  de  Italia.  El  estilo  se  caracterizó 
por representar de manera asombrosa  detalles y características en  los  vestidos  hechos  con  una  increíble  fidelidad,  siendo  el epítome  de  este  arte    los  escultores  figuratives   o  realistas  del Staglieno...
No hay que olvidar que el Realismo fue equiparado con  los  valores  nacionales  y  cívicos  del  Renacimiento.  Los cementerios  de  Turín,  Génova,  Florencia  y  Milán  tuvieron  una  función pública y privada de despertar y expandir la unificación de Italia.
Como  muestra  de  ello  son las  obras  de  Lorenzo  Orengo  (1838- 1909) con la escultura de Caterina Campodónico (1881) y la que Giovanni Battista Villa (1832-1899) hizo para Pienovi (1879).




La primera es una de las esculturas más visitadas en el cementerio de  Génova.    Se  trata  de  la  figura de  una  dama  anciana que  se encuentra  erguida,  ligeramente  agachada, pensativa,  tomando  entre  sus manos un rosario, vestida al estilo de la época, en la cual, ni el más mínimo detalle escapó al escultor.  Además de la buena impresión que deja en el visitante  observar  la  escultura  de  una  anciana  bien  ataviada,  crece  aún  más  su  figura,  al  conocer  su  bella  historia  de  amor,  al  trabajo,  a  la confianza de sí misma y por supuesto, a su fe.
Esta  es  la  tumba  de  la  vendedora  de  avellanas,  una  figura  muy  popular  en  el  país  y  en  las  celebraciones  tradicionales.  Mientras  ella vivía y con el dinero que ganaba de la venta de sus avellanas comisionó  al  escultor  Lorenzo  Orengo  a  la  construcción  de  su  tumba. Orengo era uno de los más acreditados escultores dentro de  la  sociedad  burguesa  de  Liguria además  de  ser  considerado emblema   del   realismo   burgués ...
La   orgullosa   vendedora   de avellanas quiso ser representada con los símbolos de su trabajo, un  rosario  hecho  de  avellanes,  una  barra  de  pan  y  un  buñuelo,  con  la  misma  suficiencia  que  hace  al  rico  ser  retratado  con  los emblemas de su poder y posición social.




Son de admirarse los pequeños detalles y la minuciosidad con las que trabajó el maestro Orengo, como la factura de los encajes que bordean el vestido de la señora Campodónico. La claridad con que pueden observarse las venas que saltan por el esfuerzo de cargar su pesado rosario con dos hogazas de pan, habla de la técnica tan lograda del artista italiano. 
El  brillo  que  aún  resplandece  del  anillo  nupcial  y  de  los  aretes  que  cuelgan de los lóbulos de sus orejas, los flecos del chal  que caen sobre su pecho,  la  gran  trenza  anudada  sobre  su  cabeza,  los  zapatos  que  asoman  debajo de la gran falda. 



Resulta    interesante    conocer    historias    como    la    de    la    Sra.   Campodonico, dama italiana de finales del siglo XIX cuya obsesión terrena no  obstante  su  vida  modesta  como  vendedora  de  avellanes ,  fue  el  hecho  de pertenecer después de su muerte a la burguesía a la que en vida sirvió. 
Es  el  caso  de  esta  humilde  vendedora  de  avellanas,  singular,  pues  cuenta  su  historia  que  dedicó  el  fruto  del  trabajo  de  su  vida  entera  a  preparar  los  ornatos  de  su  última  morada,  mandándose  confeccionar  la  hermosa  escultura  que  adorna  su  tumba,  misma  que  fue  encargada  al  renombrado y afamado escultor de la época, Lorenzo Orengo.
Llama la atención el método de integración que no discrimina lo mejor, de lo mejor y agrupa de manera armoniosa al más prestigiado cementerio de  Milán,  el  talento  de  un  artista  famoso  y  menos  notorio,  pero  no  menos  importante,  la  poesía  de  quien  escribiese  su  epitafio,  composición  poética breve,  escrita  exprofeso  para  la  señora,  vendedora  de  avellanas,  por  el poeta Gian Battista Vigo: 




“Vendiendo baratijas en los Santuarios de Acquasanta, de  Garbo  y  de  San  Cipriano,  desafiando  la  intemperie,  me  he procurado los medios para transcurrir mi vejez y también aquellos para inmortalizarme  mediante  este  monumento,  que  yo  Caterina Campodonico (llamada la “paesana”) me hice hacer mientras aún estaba viva.”
Es  claro  que  las  grandes  tumbas  y  las  grandes  estatuas  no  fueron hechas sólo para los ricos y poderoso, y la muestra es esa “...con la misma previsión  con  la  que  aseguró  su  propio  monumento  funerario,  de  igual  manera  comisionó  al  poeta  Gian  Battista  Vigo  un  epigrama  para  su  tumba”.
El  otro  monumento  funerario  que  se  guarda  bajo  el  estilo Realista  o  Figurativo  es  el  de  la  tumba  Pienovi,  hecho  por  el  escultor Battista  Villa.





En  esta  obra  podemos contemplar  una  mujer  joven  doliente,  la  cual  se  encuentra  levantando  por  última  vez,  la  sábana  con  la  que fue cubierto su difunto esposo: El monumento fue inspirado por la pena y el abatimiento de una viuda,  Virginia,  representada  de  forma  dramática  y  verista.  La joven  mujer  se  muestra  en  el  acto  de  levantar  la  sábana  con  la que  ha  sido  cubierto  su  esposo,  de  esa  manera  por  última  vez  podrá   ver   su   rostro.   Este   es   uno   de   los   mejor   conocidos emblemas  de  Realismo  burgués: una  fotografía  exacta  de  la  escena   que   repetidamente   ocurre   en   todas   las   recámaras  visitadas por la muerte.
La  joven  viuda  expresa  en  su  rostro  el  abatimiento,  el  dolor  e impotencia  de  ver  a  su  esposo  muerto  sobre  la  cama.  Pareciera  que  la  doliente   quisiera   expresar   algo,   pues   la   boca   aparece   entreabierta  conteniendo el dolor. 




Con la mano derecha levanta ligeramente la sábana, y  con  la  izquierda  parece  estar  tocando  la  mano  derecha  del  difunto. 
La  iconografía  funeraria  nos  dice  respecto  del  significado  que  las  camas tienen para este arte:  La  cama  ha  tenido  un  papel  en  la  escultura  funeraria  desde tiempo inmemorial, ya que ha sido vista como un lugar en donde se  duerme...un  ciclo  completo  tiene  lugar  en  la  cama,  desde  la  concepción hasta la muerte...ahí hubo amor, sueños...ambas, la cama  y  la  tumba  fueron  un  teatro  en  donde  se  conjugó  la  unión... Mientras que el tema de la cama ha sido usado desde el Neoclasicismo hasta el Art Deco, el número de camas durante el siglo  XIX  es  relativamente  pequeño  si  uno  interpreta  cama  en 
stricto  sensu.  En  mayor  número  aparece  el  cuerpo  recostado  sobre  un  sarcófago...esta  escena en  contraste  con  la  intimidad de la recámara, tiende a asumir un rol más formal.
Otras tumbas impresionantes de éste cementerio son: la  tumba  “Scorza”  (1931)  realizada  por  Edoardo  De Albertis  (1874-1950)  





en  la  que  podemos  contemplar  tres  mujeres  jóvenes  de gran volumen, ataviadas con vestidos largos que semejan a una seda  pesada  o  lamé.  Uno  pudiera  imaginar  que  están  bailando  (la  danza de  la  muerte)  ya  que  las  tres  se  en cuentran  entrelazadas  por  las  manos, con sugerentes movimientos corporales. 
Los  tipos  físicos  son  iguales,  es  decir  jóvenes  con  cuerpos  largos  y  acinturados que emulan la belleza clásica, piernas torneadas, largas y pies descalzos.    El  peinado  es  semejante  en  las  tres:  recogido  hacia  atrás  en  largas trenzas. 
La expresión de su rostro es similar en las figuras de la izquierda y de  en  medio,  no  así  en  el  de  la  figura  de  la  derecha.    El  rostro  de esta “doliente” muestra estar absorta besando con gran delicadeza la mano de la doliente del fondo.  




Esta  última  figura  trata  de  liberarse  de  sus  “captoras”  realizando  un  movimiento corporal que enfatiza el rechazo a ser llevada por las otras dos dolientes. El escultor De Albertis retoma un tema ya antiguo imprimiendo el nuevo   estilo  Déco  en   la   escultura   funeraria,   mostrando   con   ello   la   capacidad de revitalizar cualquier tema de épocas precedentes. 
El escultor genovés De Albertis fue un escultor prolífico. Se cuentan más   de   30   esculturas   firmadas   por   él,   en   la   necrópolis   genovesa,   ejecutándolas  con  gran  fuerza  plástica  y  éxito,  bajo  diferentes  estilos,  desde  el  Simbolista,  Liberty  o   Nouveau,  pasando  por  el  Déco.  Hombre  culto,  formó  parte  de  la  élite  artística  cultural  de  la  época,  manejando  lo  que alegóricamente se denomina la “bella muerte”:  Entre  los  griegos  existía  la  bella  muerte.  Era  aquella  que  el  guerrero,  todavía  en  su  juventud,  conquistaba  en  el  campo  de batalla. Su heroicidad y su belleza juvenil perduraban más allá de su  muerte.  Su  cuerpo  era  venerado,  era  embellecido  y  se  le  otorgaban honras fúnebres que transformaban en bella su precoz muerte como bravo guerrero. El enemigo, en ciertos casos, no se contentaba con matar a su rival: destruía de diversas maneras su cadáver  como  un  intento  de  exterminar  toda  belleza  en  esa  muerte y en ese cuerpo.
Otra  bella  doliente  esculpida  por  De  Albertis,  es  la  tumba  Ammirato (1917),  




la  cual  preludia  al  Art  Déco.  La  tumba  es  un  bello  ejemplo  del Simbolismo con  un  evidente  desarrollo  hacia  un  estilo  geométrico  más  moderno.  Partidario  de  los  preceptos  de  la  Secesión  de  Viena,  puso  en  práctica las nuevas pautas a seguir en esta escultura:  El   arte   en   los   cementerios   continuó   obviamente   hacia   la   revolución  Futurista  ocurrida  desde  la  segunda  década  del  siglo  veinte en adelante. Esto no quiere decir que haya sido insensible hacia  otras  tendencias  modernas.  La  influencia  de  la  Secesión  Vienesa se dio en la arquitectura y en las artes decorativas en los cementerios  del  norte  de  Italia  y  en  algunas  ocasiones  en  la  escultura.
Se  trata  de  una  mujer  joven  (doliente)  abatida  por  la  pena  y  el desconsuelo.  Se  encuentra  sentada  desnuda,  cubriéndose  el  rostro  con  las  manos,  seguramente  llorando  la  ausencia  del  ser  querido. 



  
Doblada  sobre  sus  rodillas  cae  su  abundante  cabellera,  casi  hasta  sus  pies.  El  largo  y  ondulado  Cabello,  -  elemento  propio  del  estilo Liberty o Nouveau  -  es  ahora  recortado  en  las  puntas,  de  forma  simétrica.  El volumen  de  la  escultura  está  marcada  por  una  incipiente  geometrización  que   señala   el   advenimiento   de   nuevos   estilos:   “...   a   un   paso   del   Expresionismo  puede   observarse   a   esta   joven   doliente   (monumento   Ammirato) hecha de mármol...”
El  efecto  visual  es  de  un  total desconsuelo.  La  pena  abate  al  ser humano,   en   donde   su   cuerpo   apenas   se   sostiene   ante   semejante  desolación. El abandono hacia la persona de la doliente es evidente. Cada parte del “cuerpo” de la escultura así lo dice: sin afectación alguna, se rinde ante la muerte.
Subyace en esta bella muestra, un  predominio de la sobriedad formal e  incluso  cierta  severidad  propia  del  movimiento  del Secessionsstil  o   Secesión  Vienesa;  hay  que  recordar  que  aunque  dicho  estilo  buscara  la  elegancia,  en  ciertos  casos  transgrede  la  sobriedad,  permitiendo  con  ello  salir a la luz, un evidente Expresionismo. 

La  decoración  en  la  tumba Ammirato es  estilizada  y  abstracta,  junto  con la tensión y el erotismo expresados, son típicas de la Secesión vienesa elementos que dicho movimiento compartiría más adelante con el estilo Art  Déco. 


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