dimarts, de maig 19, 2015

UNA APROXIMACIÓN AL FENÓMENO DE LA BRUJERIA 1/4

¿Culto al diablo o adoración a la Naturaleza? "(...) ¿Cuántos ardieron en la hoguera, por el delito de creer que toda la tierra es sagrada? Adorando a la Naturaleza, los paganos practicaban la idolatría y ofendían a Dios. ¿Ofendían a Dios, o más bien ofendían al capitalismo naciente?" Eduardo Galeano.

A la memoria de:

Francisca Tremol “Becada”
Maria Joaneta
Esperança Marigó
Antonia Rosquellas
Maria Puig
Elisabeth Marti
Lluïsa Estranya
Margarida Puig “Cassadora”
Beneta Noguera
La Romeua
La Pentinada
La Riffana
La Robina
Margarida Xemenina
Nacidas en Viladrau, asesinadas.


Advertencia: Todas las imágenes han estado extraídas de la web. Algunas de ellas de explícito contenido sexual. Si eres menor de edad, te recomiendo que no las veas en solitario. Házte acompañar de algún familiar.

Si prefieres leerlo en forma de libro online, puedes hacerlo aquí:

http://issuu.com/terraxaman/docs/una_aproximaci__n_al_fen__meno_de_l

Quisiera con ésta entrada exponeros una tarea con la que he venido trabajando, a lo largo de muchos años. Es cierto que en otras entradas de estos vuestros blogs, ya me he referido al tema que nos ocupa, pero hasta el momento, siempre lo había presentado de forma fragmentaria, bien como narrativa de acompañamiento a una ruta turístico-cultural por los bellos parajes de éste Montseny en el que vivo, o como información sobre un caso tardío y sorprendente de ejecución de una “supuesta” bruja, en pleno siglo de la Ilustración.
Ambas entradas las podéis ver aquí:

http://terraxamanrutes.blogspot.com.es/2007/01/una-ruta-ensangrentada.html

Y aquí.

http://terradesomnis.blogspot.com.es/2015/05/maria-pujol-la-napa-la-darrera-bruixa.html

Pero en mi interior sentía que les debía mucho más a las protagonistas de ésta historia, que las explicaciones y análisis que inevitablemente introducía en ellas, era siempre incompletas y aunque no supiera –quizás ahora tampoco- o no pudiera, debía intentar dibujar, aunque sea en esbozo, un cuadro mucho más completo, total.
Total es una palabra excesiva, lo sé, pero mi maestro en cuestiones de historia el Dr. Antoni Jutglar, siempre me decía que aunque una explicación total de un acontecimiento del pasado –revivirlo- era imposible, el historiador debería enfrentarse a él, con todas las herramientas disponibles, haciendo uso de todas las ciencias de que dispusiera. 
Otro maestro, el inolvidable Lluís María Xirinachs, con su “Métode Global”, del que podéis haceros una idea aquí:

http://terradesomnis.blogspot.com.es/2009/10/el-metode-global-de-lluis-maria.html


Añadía que si bien no se puede ser especialista en todos los campos de la ciencia –eso se acabó en el Renacimiento- si que debemos esforzarnos en saber lo suficiente de la mayor parte posible de ellos, en vez de ser grandes especialistas debemos de tender a ser “globalistas”. Lo explicaré con un ejemplo prestado de sus explicaciones. Hoy la medicina tiende a ser muy especializada, endocrinos, cardiólogos, oftalmólogos, neurólogos, psiquiatras, traumatólogos, oncólogos… no hace falta seguir verdad?… pero son cada vez más los centros hospitalarios que tienden a considerar la necesidad de una colaboración –equipo- entre todas esas especializaciones en bien de la salud de los pacientes. Saber en profundidad cómo funciona la articulación del dedo meñique, no sirve para curar una soriasis, por ejemplo.
En el caso de los acontecimientos históricos, puede ser aún más evidente. Educado en la universidad en el método del materialismo histórico, aprendí a poner buena parte de mi atención en las estructuras socio-económicas, condiciones de vida, medios de producción, incluso sistemas político-religiosos, instituciones, etc. Todo ello es necesario, muy… muy importante, “casi lo decisivo”, pero evidentemente, insuficiente.
Enfrentados a un tema tan poliédrico como el de las brujas y la brujería, debemos además tener nociones de otras ciencias, no ya auxiliares, sino complementarias, tales como la geografía, la climatología, la psicología, la filosofía, el estudio de los mitos, tradiciones, visión del mundo de la época y muchas más y, todo ello, por descontado, debe ser en la medida de lo posible, contrastado con las fuentes: documentales, iconográficas, literarias, orales, etc. Etc.
Sin olvidar por ello que el historiador no deja de ver el pasado como con una especie de binoculares puestos al revés, mientras más alejado en el tiempo se encuentra el fenómeno a estudiar, mas difícil es ver los detalles con precisión y el fenómeno al que vamos a ocuparnos se encuentra a 700 u 800 años de distancia; es decir en un mundo tan diferente al nuestro que es casi imposible de imaginar.
Pero aún así, sabiendo de antemano que todos mis esfuerzos están condenados al fracaso, os invito a acompañarme en éste viaje, tal vez, al final del mismo, hayamos aprendido alguna cosa que nos pueda ser útil en la vida de cada día, quizás nos demos cuenta de que en realidad aquellos tiempos, aquellas personas que son protagonistas de nuestra historia, no sean tan diferentes a los nuestros, a nosotros mismos.




Y si empezamos, por el principio. Vamos a hablar de las brujas.
Pero… ¿Qué es una bruja?. Si tuviera que contestaros de manera sencilla y con pocas palabras, os diría: Nada. Aunque sea desmotivador para la lectura de ésta entrada, creo que puedo afirmar que las Brujas no existen. No han existido nunca… Solo existen como una idea, una idea perversa formada en la mente de aquellos que las inventaron.
Pero entonces, ¿cómo es que un número indeterminado pero más que considerable de personas fueron enviadas al cadalso?, eso es lo que vamos a intentar explicar, pero para ello necesitamos iniciar el viaje al pasado…
Veamos, según el pensamiento de las autoridades políticas y religiosas que se inventaron eso de las brujas, un brujo o una bruja es una persona que practica la brujería. Mientras que el término brujería, se define como: el grupo de creencias, conocimientos prácticos y actividades atribuidos a ciertas personas llamadas brujas (existe también la forma masculina, brujos, aunque es menos frecuente) que están supuestamente dotadas de ciertas “habilidades mágicas” (¿?) que emplean con la “finalidad de dañar”.
Retengamos en nuestra memoria los conceptos “habilidades mágicas” y “finalidad de dañar”, porque son claves para comprender todo lo que vamos a explicar.
Si bien la imagen típica de un brujo o de una bruja es muy variable según la cultura, en el mundo occidental se asocia particularmente a una bruja con una mujer con capacidad de volar montada en una escoba, así como su asistencia al Aquelarre (lugar de reunión de las brujas) y con la “caza de brujas” (búsqueda, identificación y destrucción de brujos y brujas). 













Unas brujas nacen y otras se hacen, porque unas lo son por familia (de madre bruja, hija bruja), otras, por seguir ciertas tradiciones populares (la séptima hija hembra de una familia, debe ser forzosamente bruja), además existen otras tradiciones que nos lo explican: nacer en determinado pueblo (por ejemplo Llers, o Ventalló), cerca de una determinada montaña (el Pedraforca), algunos defectos físicos al nacer.
La bruja para hacerse, debe seguir un aprendizaje, llegar a una iniciación, adquirir la condición de bruja y ejercer como tal, todo ello, más que en la lectura de determinados libros o tratados, se haya basado en una experiencia vital, en una conversión, de persona “normal (¿?)” a bruja.
La tradición divide la brujería en tres grandes grupos; para empezar, la divide entre masculina y femenina, siendo la primera percibida como algo más intelectual, más cercano a la alquimia y la medicina, a la astrología, y el contexto donde se enmarcaron los grandes “magos de la corte”, protegidos y consultados frecuentemente por el poder. En la brujería femenina distingue entre la bruja rural o barriobajera, curandera, útil para el pueblo llano de la que hablaremos más adelante con amplitud en el apartado de las funciones de las brujas y la sofisticada “bruja de la corte”, maestra en intrigas, venenos y pociones amorosas, de las que apenas hablaremos en ésta entrada,  tenemos por ejemplo a La Voisin (Catherine Monvoisin), 







que en tiempos de Luis XIV se vió envuelta en un escándalo de envenenamientos y filtros amorosos que llegó a implicar a una de las amantes del rey, Madame de Montespan, y acabó siendo de las últimas personas condenadas a la hoguera por brujería. Quizás ella sirviera de inspiración para La Durand, personaje ficticio –suponemos– del marqués de Sade en “Juliette o las prosperidades del vicio”, donde la presenta como una mujer absolutamente amoral, y en su amoralidad, sumamente poderosa: cruel y libertina, practica con sus visitantes las más obscenas exhibiciones de sexo, tortura y muerte.





Esta brujería sexualizada fascina y obsesiona a autores como el pintor Félicien Rops y Karl-Joris Huysmans, quienes contribuyen enormemente al mito, empezando a definir la figura de la bruja como mujer fatal, arrastrada por pasiones incontrolables; la frase de Pedraza lo define a la perfección: «El hombre es poseído por la mujer, la mujer por el demonio».
Así, el mito, mezclado con briznas de realidad y por la idea romántica de lo prohibido, y la imagen romántica que empieza a obtener el propio Lucifer como ángel rebelde castigado por desafiar lo establecido, acaba llegando al siglo XX y de ahí a nuestros días.


La brujería a través de la historia


Pero la brujería no és un fenómeno de la Edad Moderna, o de finales de la Edad Media, no.
Desde la más remota antigüedad, en el Paleolítico, tenemos evidencia de que los seres humanos tenían lo que llamamos creencias mágicas, las representaciones parietales en algunas cuevas, nos muestran la existencia de brujos que en su contexto denominamos chamanes y que quedan fuera de nuestro actual trabajo.
Podéis leer una aproximación a los chamanes prehistóricos aquí:

http://terradesomnis.blogspot.com.es/2009/11/moments-de-lart-la-prehistoria-etapa.html


En el mundo antiguo, en Egipto, en Caldea, en Babilonia, en Persia, las prácticas mágicas que podrían incluirse de entrada en lo que denominamos brujería, eran algo habitual, normal, formaban parte de la vida, de la religión oficial, 




también en la Antigua Grecia, como en el Imperio Romano. Las mujeres de algunas zonas como Tesalia, las sacerdotisas de Hécate, o de Isis, las Sibilas de los Santuarios de Delfos, 





de Delos, o de Amón, eran reconocidas, respetadas, se les concedía un enorme prestigio...
Incluso en los primeros tiempos del cristianismo –más tarde también- grandes Padres de la Iglesia, incluso Papas de Roma, fueron practicantes de la magia, de la astrología, de la alquimia, etc.
El primer episodio serio de caza de brujas que conocemos, lo llevó a cabo el Emperador Romano Valerio en el año 367 –bajo la presión cristiana- pero fue breve y de poca repercusión.
Las persecuciones un poco más en serio, empezaron al comienzo del Medioevo, Clodoveo I, rey de los francos del año 481 al año 511, promulgó la llamada Lex Salica condenando a las brujas a pagar fuertes multas.  Carlomagno, en su código de leyes establecido entre los años 780 a 782, contemplaba la prisión para los adeptos a la brujería.
Los primeros “informes” sobre las actividades de las brujas datan del siglo X, a encargo del Obispo de Tréveris. Este texto, para uso disciplinario de los obispos, trata la brujería con desdén racionalista; como San Agustín, considera que las autodenominadas brujas o las que la población consideraba como tales no eran más que mujeres fantasiosas herederas de los antiguos cultos a diosas de la tierra o la fertilidad.




No obstante, hasta el año 1050, podemos afirmar que la Iglesia fue tolerante con la brujería, baste recordar que aún poco antes de esa fecha el Obispo de Glastonbury acudía a las grandes celebraciones druídicas que se celebraban en el bosque sagrado en su diócesis, en compañía de druidas.
No es hasta el siglo XIII, que se empieza a perseguir realmente a la brujería a través de la inquisición; en el siglo XIV, se sustituye el concepto de la bruja como seguidora de deidades paganas por el de adoradora del diablo; es en el XV, con la aparición del infame Malleus Maleficarum de Jacob Sprenger y Heinrich Kramer. 







A partir de aquí, en parte gracias a este tomo y a la manipulación eclesiástica que sigue, que la figura de la bruja empieza a relacionarse con los aquelarres, el infanticidio y el canibalismo; el intento de crear un villano, una cabeza de turco para todos los desastres que asolaban el pueblo es evidente, y la opción lógica para la iglesia, en su misoginia, era usar a la mujer; y en particular a la mujer con poder, la bruja.
A partir de ese año y hasta el S.XIX, la caza de brujas se extendió con mayor o menor intensidad por todas partes de Europa, teniendo su punto álgido entre los siglos XIV y XVI-XVII.
Aquí convendría recordar que el primer proceso contra una bruja de los que tenemos documentación data del 1258 y que la primera quema de una bruja se produjo en Tolosa –Navarra- en el 1275. Sin duda de todos los juicios llevados a cabo en la Península Ibérica, el más destacado fue el de Zugarramurdi celebrado entre 1609, 1611 y 1620, con más de 1802 confesiones de brujería de las cuales 1384 son de niños/as menores de edad...




Pero no penséis que eso se acabaría con el Siglo de las Luces y los avances científicos de los S.XVII y XVIII, no, a finales del S.XIX, aún se ajustició en Galicia a un hombre al que cientos de vecinos “vieron convertirse en hombre lobo”!!!, para lo que aquí tratamos, no es relevante si ese hombre fue o no, un asesino en serie, seguramente lo fuera, lo sorprendente y terrible, es que cientos de personas afirmasen que era un licántropo, y aún lo es más que los sabios, doctos y cultos miembros del Tribunal, lo aceptasen y lo recogiesen en la sentencia...que le llevó al garrote vil. Humanísima y carpetobetónica forma de aplicar la pena de muerte en nuestro país, consistente en aplicar al condenado una especie de collar de hierro que en la parte posterior incorpora una especie de tornillo que el verdugo va apretando y que provoca la muerte por asfixia y por rotura del cuello. 





Por cierto, el dictador Franco, lo mantuvo en vigor hasta los últimos momentos de su régimen, con las ejecuciones de Peter Heinz y de Salvador Puig Antic, en el 1974.
No existen datos fiables sobre los resultados de todos esos siglos de esquizofrénica persecución de brujas, autores consagrados como Jules Michelet, o Caro Baroja y otros muchos nos hablan de unos seis millones en toda Europa, hasta de ocho millones de víctimas, me parece una cifra algo inflada –personalmente y aunque no soy un experto en éste tema, creo que la cifra de más de 500.000 personas es suficientemente expresiva -, pero no deja de ser perversa la ironía, al reconocer esa cifra de seis millones como la misma cantidad de víctimas producida por otra brutal, irracional e igualmente esquizofrénica persecución, la llevada a cabo por los nazis en sus campos de exterminio, claro que eso sucedió en el transcurso de tan sólo unos pocos años...


LA CAZA DE BRUJAS AL FINAL DE LA Edad Media y comienzos de la Edad moderna


En esos primeros días, en los que el cristianismo empezaba a ganar fuerza como religión, la Antigua Religión, los denominados paganos, eran algunos de sus rivales. Es natural que ellos quisiesen deshacerse de sus rivales, y la Iglesia Católica no escatimó esfuerzos en ello. Es sabido que los dioses de una antigua religión se convierten en los diablos de la nueva. Esto precisamente ocurrió con la antigua religión, ya que su dios tenía cuernos, por lo tanto era el diablo del cristianismo. 





Obviamente, para la iglesia católica, los paganos eran adoradores del diablo. Este tipo de razonamiento es usado aún hoy por la Iglesia Cristiana en general. Misioneros eran enviados a las tribus denominadas paganas, a quienes ellos llamaban adoradores del diablo, por el simple hecho de no adorar al mismo Dios del Cristianismo. No importaba si las personas eran buenas, felices o si el nivel moral de ellos era bueno, o inclusive mejor que el que muchos cristianos. Tenían que ser convertidos.
Mis amigos hispano-americanos, comprenden perfectamente de lo que estamos hablando, el genocidio de los pueblos de Cen-anahuac y del Tiwantisuyo, son junto a la cristianización de África un buen ejemplo de lo que queremos decir.



Crisis General del S.XVII



En la primera mitad del S.XVII la Monarquía Española iniciaba a pasos agigantados una decadencia que la conduciría de ser la más influyente potencia mundial en los S.XV-XVI, a la pérdida de todo su prestigio e Imperio colonial, a finales del S.XIX, con la pérdida de Cuba y Filipinas, en aquel terrible año de 1898.
La llegada en grandes cantidades del oro y la plata americanos a partir del 1580 en adelante, provocaron un proceso inflaccionario de gran magnitud, los precios de los productos básicos –en particular el trigo- se multiplicaron a un ritmo muy superior al de los salarios, eso generó hambrunas entre las clases populares, conflictos entre éstas y los señores, pero también entre éstos últimos que viendo reducidas sus rentas y ahogada la gallina de los huevos de oro –el pueblo-, se dedicaron al provechoso ejercicio de desvalijar a los señores más débiles –crisis señorial-.
También se produjeron grandes conflictos entre los estados europeos –Monarquía Hispánica y Francia, la separación de los Países Bajos, las llamadas guerras de religión, 





debidas a la Reforma Luterana, etc.– sumiendo a toda Europa en lo que se ha llamado la Crisis General del S.XVII y que se alargaría hasta bien entrado el S.XVIII.
Como es lógico ésta crisis seria más grave allí donde la estructura económica fuera más atrasada y como es el caso de la monarquía de los Austrias que había delegado la administración de sus finanzas en los grandes banqueros –imagino conocéis la historia de las relaciones de Carlos I y Felipe II endeudados hasta el más mínimo doblón con el banquero alemán Anton Fugger - y con los comerciantes extranjeros –principalmente genoveses-, a los que evidentemente les importaban un pimiento las necesidades de la Corona o del país, de ahí aquellos versos de Quevedo :

“Poderoso caballero es Don dinero,
Que nace en las indias honrado,
Donde el mundo le acompaña,
Viene a morir en España
Pero es en Génova enterrado...”

Ésta crisis general que se extendió por toda Europa fue aún más notoria en los antiguos territorios de la Corona de Aragón, apartados de los beneficios del comercio americano, arrastrando una crisis demográfica ocasionada por las pestes de un par de siglos atrás, con unas autoridades desinteresadas en unos territorios poco productivos y generalmente poco sumisos y muy rebeldes.
La pugna entre las autoridades tradicionales heredadas de tiempos pretéritos Generalitat, etc., y las nuevas, impulsadas por una Monarquía que intentaba centralizar y modernizar sus reinos, se reflejaban a todos los niveles, muy particularmente - en el caso que nos ocupa- entre los tribunales civiles y/o religiosos, así los eclesiásticos que dependían de los Obispos, los de la Inquisición que dependía de la Monarquía y los tribunales civiles que dependían de los grandes señores, se encontraban abiertamente enfrentados.







 El intento de obtener un mayor prestigio por parte cada uno de éstos tres poderes será, una de las claves para entender el porqué de lo que llamaremos “la caza de brujas” que se produjo en aquellos años, en diversas partes de la península –Euzkadi, Galitza, Navarra, etc.-.
Esa crisis, tenía particular gravedad en el seno de la Iglesia Católica, seriamente amenazada por la Reforma Protestante que ya le había arrebatado la práctica totalidad de la Europa del norte y del centro, incluso en Castilla – la muy católica-, Aragón y Catalunya se habían producido brotes pro-luteranos –los iluminados- que fueron brutalmente arrancados de cuajo. Además, cabe recordar aquí, la larga, terrible y brutal persecución que se llevaba en la Monarquía contra los mal llamados herejes: moriscos, conversos y judíos. Ella fue pues la principal impulsora de la caza de brujas, pero no penséis que fue algo anecdótico, algo lamentable, pero puntual, irrelevante, un pequeño error, por el que es suficiente hacer acto de contrición y pedir perdón, no, fue toda una estrategia muy bien organizada para enfrentarse a una crisis muy profunda.
Fijaros, entre el 1580 y 1600 el Inquisidor Nicolás de Remi escribía una carta al Papa en la que afirmaba sin vacilar que en su diócesis –la Lorena- “más de un tercio de la población tiene tratos con el diablo”, 




durante quince años llevó a término una persecución implacable, condenando a muerte a más de 800 personas... en su opinión la situación era tan crítica que llegó a afirmar: “el mismo infierno parece un abrigo, un asilo, contra el infierno en la tierra...” quizás no se daba cuenta, pero con sus palabras expresaba mejor que nadie, la situación que vivían las clases populares de la época y el porqué de su alejamiento de la Iglesia Católica.
Sí, las instituciones dominantes –Estado, Iglesia, nobleza- se sentían gravemente amenazadas ante unos cambios que no podían parar. El feudalismo propio de la Alta Edad Media había desaparecido, en su lugar, un nuevo sistema socio-económico se iba instalando: el capitalismo, en su fase inicial de capitalismo comercial –el Antiguo Régimen- . Nuevas formas de producir los bienes económicos, el paso de una agricultura de autoconsumo a una agricultura para el mercado, de una artesanía doméstica a una producción en manufacturas, la especialización, la transformación de una sociedad agraria y rural, a otra en la que la ciudad y sus habitantes –la burguesía- van ganando importancia económica y luchan por obtener derechos políticos, conllevan inevitablemente cambios de mentalidad, nuevas formas de ver y vivir en el mundo. Pero también conflictos.


Crisis de percepción


En Cataluña, como en el resto de zonas de Europa donde surge el fenómeno de la brujería, la población era eminentemente rural se agrupaba en pequeñas comunidades que, en las zonas montañosas cercanas al Pirineo, debido a las bajas temperaturas, la nieve, los malos caminos de montaña… hacía que en invierno permanecieran prácticamente aisladas, y más aisladas aún, las casas que quedaban fuera del núcleo de la población. La economía de estas poblaciones se centraba en la agricultura y algo de ganado que les aportaba leche y ayuda en las tareas del campo. Durante el invierno estas tareas disminuían o desaparecían y los lugareños debían vivir de lo recolectado en el verano y la leche que les proporcionaban sus animales.
Estas sociedades que, durante el invierno, permanecían cerradas, con la llegada del buen tiempo aumentaban su vida social, no sólo en relación a los vecinos de la misma población, sino también a nivel regional e, incluso, internacional, mediante los pasos fronterizos de los Pirineos que fomentaban un intercambio cultural muy importante.
Nos encontramos ante una sociedad predominantemente campesina, basada principalmente en la agricultura, llevada a término mediante el trabajo familiar. La división del trabajo está relacionada con la estructura familiar, según sexo y edad. La unidad familiar formaría una unidad de producción-reproducción-consumo, esto hace que el matrimonio sea una condición necesaria para los campesinos ya que la familia es la que va a sacar adelante la producción, los hombres solteros o las viudas eran considerados perjudiciales por los problemas económicos y mal vistos por la comunidad rural.









La mujer ha participado desde siempre en las tareas agrícolas, sobre todo en las épocas de más trabajo, como la siega o la vendimia, pero también tenía ocupaciones especificas de su sexo a parte de las labores domésticas como: hacer la colada, hilar y tejer la ropa, recoger leña y encender el fuego, amasar y hacer pan o vender en los mercados los exiguos excedentes, la contribución femenina a las tareas agrícolas era cuidar del huerto y las gallinas y, si tenían ganado, ordeñar, hacer queso, hacer embutidos… Por descontado a todo ello habría que añadir lo de cuidar a los niños más pequeños, a los ancianos, a los enfermos…
Según las leyes de aquellos momentos, las niñas dependían del padre y las mujeres del marido. Sin un padre, un marido o un hermano, la mujer no tiene posición social ni dignidad.




En esta época, la tasa de mortalidad infantil era muy alta (de cada 1000 nacimientos, morían de 200 a 400 antes de cumplir el año, y muchos más antes de los 7, las mujeres tenían que tener muchos hijos para poder salvar 2 o 3, y estos hijos eran muy importantes para la unidad familiar ya que aseguraban mano de obra en las tareas agrícolas, que era la base de su subsistencia. Resulta por lo menos “curioso” –sino sospechoso- ver cómo, en una época donde la mortalidad infantil es tan alta, muchas “brujas” fueran acusadas precisamente por infanticidio.
La mujer sin familia (soltera o viuda) debía buscar otros medios de subsistencia que la abocarían directamente a la marginación social: prostitución, mendicidad o delincuencia.



El hecho de nacer en una familia miserable, estar desamparada en la vejez, agravarse la situación económica, sufrir una larga enfermedad o un defecto físico, hacia aumentar el número de mujeres marginadas ya que no podían vivir por sus propios medios.
Estas mujeres marginadas son acusadas de infanticidios, de provocar tormentas y granizadas, de pudrir las cosechas, de matar el ganado… son las que culparán con todas las desgracias, tanto económicas como personales.
Las acusaciones de brujería son la excusa para descargar el odio, el afán de venganza, el deseo de encontrar un culpable a tantas desgracias y, de paso, sirven para acabar con un sector marginal, improductivo y que, en la sociedad del s. XVII, era visto como peligroso.
Por ello y no sin razones, muchas historiadoras feministas, hablan de la persecución contra las brujas, como de un auténtico ginocidio o feminicidio.


Una mini glaciación.







A todo esto, debemos añadir las largas temporadas de sequía alternadas con fuertes inundaciones y riadas. El período que va de 1600 a 1630 es muy lluvioso y las cosechas se pudren; los inviernos fueron muy rigurosos, con heladas muy fuertes, lluvias torrenciales y fuertes granizadas, los especialistas en climatología nos hablan de una mini edad de hielo, o mini glaciación.
«Y començó con una forma de diluvio que durando el llover ultimo de octubre, primero, y segundo de Noviembre 1617 con extraordinaria impetuosidad, vinieron los Rios a parecer Mares, y los torrentes tan grandes riberas, que entre ellos, y estos causaron notabilissimas ruhinas; en muchas partes, se puso señal, como en Manresa, Cervera, Tarrega, y otras Villas; para passar aquella crecida por unica, y Monstruosa ala posteridad, y mas por el daño que dio universal a todo el principado.»
Los desbordamientos debidos a las lluvias torrenciales de noviembre de 1617 ocasionaron, como mínimo, la destrucción completa de 389 edificios, 17 molinos hidráulicos, 22 puentes, 7 acequias y el hundimiento parcial de las murallas de 6 ciudades.






Entre el 30 de Octubre y el 2 de Noviembre una depresión mediterránea (ahora lo denominaríamos una llevantada) desencadena lo que es conocido como el año del diluvio en Catalunya, y que Mariano Barriendos,  en su libro “El temps a Catalunya dia a dia”, nos describe así:
“Todas las condiciones climáticas y meteorológicas fueron favorables para que durante la primera semana de Noviembre de 1617 las lluvias provocaran el desbordamiento con efectos catastróficos en casi todos los cursos fluviales principales de Catalunya. Es una tragedia de la que se guarda una escasa memoria pero que en un contexto de cambio climático podemos pensar que se puede volver a dar.”
No hubo quejas ni reclamaciones ni actitudes violentas contra ninguna autoridad a la que se pudiera considerar responsable, y en esta actitud moderada jugó un papel muy importante la Iglesia al interpretar la catástrofe natural como la respuesta a unos comportamientos pecaminosos apartados de la fe católica.
Asociar el mal tiempo con la presencia del demonio y el castigo divino era un hecho habitual en el antiguo régimen. Estamos en un contexto en el que el elemento religioso impregnaba la vida social y cultural de la gente. Se luchaba contra la sequía con rogativas y la lluvia con procesiones que invocaban a los santos.
Y dentro de esta cosmovisión popular, inculcada por la Iglesia, las brujas (servidoras del diablo) tenían el poder de generar tempestades. Para combatirlas se utilizaba el sonido de las campanas y los “comunidors” (esconjuraderos). 




Estas pequeñas construcciones, instaladas al lado de las iglesias para guarecer al sacerdote de las inclemencias del tiempo, se construían para conjurar y exorcizar algo que en aquel tiempo aterrorizaba a la población: el mal tiempo.
Nos encontramos ante una sociedad familiarizada con las desgracias y la muerte, pero que no podía entender el por qué de tantas encadenadas, por lo cual lo relacionaban con los maleficios y la brujería. La desconfianza se infiltraba en las mismas familias y cualquier desavenencia se contemplaba desde este punto de vista, explotando ante una desgracia inexplicable, como pudiera ser una enfermedad, que ya no era algo privado de la familia porque era la sociedad la que estaba enferma y había que solucionar el problema con medios sociales. Atribuir las desgracias a la brujería era una sistematización de esta situación social.
No se puede decir que la Iglesia tuviera la culpa de esta persecución, hubo muchos que quisieron parar este fanatismo incontrolado, pero si que podemos decir que contribuyeron en épocas anteriores con sus sermones a fanatizar a los fieles contra los supuestos tratos de las brujas con el diablo, convirtiendo en bruja a cualquier persona que, a sus ojos, era contraria a las leyes y mandamientos de la Iglesia. De ahí a la declaración de “hereje” –el que piensa mal- hay un solo paso.
Para luchar contra las artes mágicas y maléficas de las brujas, el pueblo se defendía mediante otros “rituales mágicos”, realizados por el cura con agua bendita y oraciones. Y, como todo tiene un precio, los parroquianos, incluidos los propietarios de casas abandonadas, deberían pagar una parte fija de sus cereales. 




Reconstruir todo lo que las inundaciones y riadas habían destruido, era otro problema añadido a la precaria e insostenible situación que se estaba viviendo en estas zonas rurales. Sin poder contar con financiamiento para las reconstrucciones, había que endurecer el sistema tributario subiendo impuestos o creando tributos específicos. La recuperación era difícil y muy desigual entre poblaciones grandes con más recursos y poblaciones pequeñas, para las cuales la destrucción de las infraestructuras limitaba su capacidad para recuperarse y les llevaba a un empobrecimiento casi irreversible.
Es normal que entre las personas y entre las poblaciones surgieran rencores y envidias, agravadas por la incertidumbre del siguiente aguacero.





El cargo de Adoradores del Diablo, tantas veces dado a los brujos y brujas, es ridículo. El diablo es una invención del cristianismo. Los seguidores de la antigua religión no tenían el concepto del diablo en la religión. La tendencia a dividir el poder en “bueno” y “malo”, es característico de civilizaciones avanzadas y complejas. Los Antiguos Dioses, a través de su evolución, siempre fueron muy “humanos”, en el sentido de que ellos tenían su lado bueno y su lado malo.
Fue la idea del dios “todo bondad y amor” la que generó la necesidad de un antagonismo. Esta idea del dios “todo bondad” fue creada por Zoroastro, en Persia, alrededor del siglo VII a.C. Esta idea se extendió al oeste y fue adoptada por el mitraismo y más tarde por el cristianismo.
Cuando el cristianismo empezó a ganar fuerza, la antigua religión fue empujada lentamente hacia fuera. En la antigüedad, hasta la época de la Reforma, sólo existía fuera de los límites de las ciudades. Los no-cristianos de aquella época fueron conocidos como paganos. El término Pagano, proviene del latín pagani, que significa los que viven en los pagos, o en el campo. Como los que vivían fuera de las ciudades eran mayormente pertenecientes a la antigua religión, fue por ello que los no cristianos fueron conocidos con el término paganos. Este término era apropiado para los no católicos de esa época, pero hoy día sigue siendo utilizado por ellos para referirse a los que no comparten sus creencias, de una manera derogatoria lo cual es bastante incorrecto.





Y, ya que había que echarle la culpa a alguien, era más lógico pensar que eran “los de fuera” los que acrecentaban sus males.
Era costumbre atribuir características de bruja a todas las mujeres de “otro pueblo”, como si fuera diferente. Y dio la casualidad de que, en esta misma época hubo una migración masiva de franceses que veían España como una tierra de oportunidades. A principios del XVII se decía que en Cataluña: “había una tercera parte más de franceses que de naturales, que casi todos viven sin hacer nada” (J. García Mercadal, 1959)
Lluvias torrenciales, crisis económica, hambrunas, malas cosechas y, para rematar, la peste, conocida por el nombre de la epidemia milanesa, todo era culpa de los franceses, como dice Jeroni Pujades. 
Y si añadimos a todo este malestar que, como ha ocurrido siempre y en todas las épocas, los inmigrantes suelen reunirse entre ellos, celebrar sus propias festividades, rendir culto a sus dioses, hablar un idioma incomprensible y, en definitiva, hacer cosas “extrañas” ante una sociedad que ya no los miraba muy bien, les faltó tiempo para ver en ellos las “brujas” causantes de todas sus desgracias, las que hacían aquelarres en parajes solitarios, bailaban danzas endemoniadas, recitaban sortilegios incompresibles y fabricaban ungüentos y venenos que acababan con su ganado, sus cosechas y sus familias.
Es por esto que la brujería la encontramos primero en las zonas más próximas a la frontera, antes del 1619 en Urgell y Cerdanya, entre 1619 y 1627 se extiende al Berguedà, Bages, Solsonés, Anoia, Vallés y Montseny.




Cuando la cantidad de alimento disminuye mucho, las tensiones en el sistema social no son solo nutricionales, sino que afectan a sentimientos, símbolos y evaluaciones de las relaciones sociales, y en estas situaciones, las élites son capaces de aprovecharse para fortalecer su posición a costa de los más pobres. Y esto fue lo que sucedió en el caso que hemos expuesto, un caso muy extremo, en el que se dieron muchos factores, pero toda la historiografía existente sobre este tema admite que el primer tercio del s. XVII fue el periodo culminante de la caza de brujas en un contexto de malestar social, conflictos políticos y ortodoxia religiosa, además de soportar una pequeña glaciación caracterizada por inviernos largos y fríos, veranos frescos y húmedos, y una gran cantidad de fenómenos atmosféricos.
Todo esto generó una actitud de rechazo hacia cualquier práctica que fuera considerada diferente o extraña.  Las rivalidades locales y el odio generado por el malestar social hicieron recaer sobre las victimas la responsabilidad de los males o las calamidades naturales, fueron los chivos expiatorios de los males de aquella época.
Es interesante ver cómo la presencia de brujas juega un papel muy importante en las plagas de la sociedad campesina, convirtiéndose en la principal causa de las calamidades climáticas y proporcionando una interpretación a los procesos medioambientales que, para los campesinos de aquella época, eran inexplicable. Extraído de Magis quam a die, aeternum…



Las causas psicológicas de la demonologia de la Edad Moderna.


Durante la Edad Media, antes de la institucionalización de los gremios, los gobiernos municipales y las universidades, las mujeres fueron ocupando espacios en todos los terrenos, fueron además de campesinas, maestras de diversos oficios, pobladoras, abadesas, escritoras, y también se dedicaron a diversos campos del conocimiento humano, entre ellos los comprendidos dentro de la denominación de “ciencia”. Una ciencia que para las mujeres se concentraba en esa época principalmente en el campo de la medicina. Las mujeres fueron más allá de los límites impuestos para ellas en los modelos de género dominantes y se convirtieron en un problema para la élite masculina feudal y patriarcal.
Como reacción, a partir de los siglos XIII y XIV toma cuerpo entre sacerdotes y eruditos, hombres privilegiados, una corriente de opinión misógina, que fue contestado por mujeres como Christine de Pizan, dando lugar a la llamada “querella de las mujeres”.




Durante el Renacimiento la corriente misógina se afianza, dando lugar a un período de regresión para las mujeres en todos los terrenos. Es también entonces cuando la lucha por el control masculino del conocimiento, de la ciencia, se recrudece, comenzando entonces la caza de brujas.
Carmelo Lisón, dice: "Algo que parece tan fantástico y absurdo como la brujería ha conquistado y dominado la mente humana en la mayor parte del mundo ayer y hoy y, posiblemente —no encuentro razón para dudarlo— mañana”. Tanto las prácticas de brujería como la misma creencia en ésta, explícita o no (el “haberlas, haylas”), constituyen un ejemplo notable de los comportamientos extremos de que es capaz el ser humano por desconocimiento de su psicología profunda.
Voltaire pensaba que el raciocinio y la educación habrían bastado para erradicar de Europa la extravagancia brujeril.
Sin embargo, desde la perspectiva moderna podemos juzgar que las opiniones de estos hombres de la Ilustración pecaban de simplistas, porque ni la ignorancia ni la necedad dan debida cuenta de la complejidad psicológica de la brujería. En la época anterior a la psicología psicoanalítica resultaba muy difícil pensar en la existencia intrínseca de un mundo de fantasías sádicas y macabras, entre otras razones, porque esta idea habría despertado la alarmante sospecha de que quizás todos tengamos un fuero interno poblado de “demonios”. Fue Freud quien expondría que éste era precisamente el caso, para mortificación de la vanidad humana.
En las circunstancias socioculturales del pasado, todo lo que resultaba desfavorable y parecía misterioso (y siglos atrás había muchas cosas misteriosas), tendía a ser atribuido al influjo del demonio o de las brujas, sus secuaces en este mundo.






Muchas de las fuerzas primitivas y ocultas que el hombre presiente en su corazón implican, efectivamente, una amenaza psicológica. Contra estas fuerzas, los humanos nos hemos defendido inventando ritos diversos, ceremonias mágicas, sortilegios, fórmulas esotéricas y amuletos que proporcionasen una sensación, ilusoria, claro, de seguridad. Para comprender el fenómeno de la brujería es esencial el reconocimiento del poder de la sugestión, incluida la autosugestión.
Una de las manifestaciones más extremas de la sugestión es aquel trance autohipnótico en que se revelan contenidos que el sujeto no posee en su sistema consciente y que parecen incomprensibles o contrarios a su personalidad ostensible. Esto fue lo que sin duda ocurrió en tantos casos de confesiones públicas de brujas, en las que en una atmósfera de acusaciones mutuas acababan convenciéndose – por miedo- de su participación en imaginarios aquelarres, verbalizando sus fantasías, al principio sin coerción física alguna. Tenían alucinaciones visuales de naturaleza conversiva.
La brujería siempre ha producido intensa ambivalencia: miedo y odio, por una parte, y fascinación y secreta admiración, por otra. El poder que ostentan las brujas en nuestras leyendas y tradiciones es enorme. Pero este poder nunca ha existido fuera de nuestra imaginación, fuera de ese funcionamiento mental primitivo que, en mayor o menor grado, compartimos todos los seres humanos y que late escondido debajo de nuestra racionalidad.






Aquello que, por inaceptable, se relega inconscientemente al inconsciente (valga la redundancia), acaba manifestándose después de alguna manera. La idea del demonio representa uno de los más típicos ejemplos del retorno de lo reprimido, fenómeno muy conocido por los psicoanalistas. Curiosamente, en la figura del demonio acaba viéndose tanto a un malvado instigador a la satisfacción de los instintos, como a un ser sobrenatural que nos castiga cruelmente por dicha satisfacción, esto es, por los pecados. Es muy significativo que el demonio sea interpretado como tentador y como punitivo a la vez; que represente tanto la incitación al desenfreno como el castigo atroz por ceder a la tentación. Claramente, se trata de una fantasmagoría proyectiva de nuestros conflictos intrapsíquicos entre las pulsiones instintuales, por una parte, y la censura moral del Superyó, por otra. Aunque parezca extraño, la creencia en los demonios constituyó un progreso en la evolución psicológica de la Humanidad, porque permitió que muchos de los peligros proyectados que el hombre de la Antigüedad sentía que le acechaban por doquier, se concentraran en sólo uno o unos personajes míticos terribles. La sensación de amenaza se circunscribió, resultando entonces la situación más fácil de tolerar mentalmente. Además, con esto se consiguió ver al demonio, defensivamente, como una entidad completamente ajena a lo humano.
A este personaje de ficción, cúmulo de proyecciones, se atribuyen los propios impulsos malévolos, culpabilizantes y vergonzantes. Dichos impulsos se perciben luego como impuestos desde fuera (las "tentaciones del diablo"), lo que resulta psicológicamente mucho más manejable, por lo menos a corto plazo, que si son identificados como propios. No nos es fácil reconocer la maldad, las aberraciones, la crueldad que, en mayor o menor grado, llevamos escondidas en nuestro ser.





Al demonio se atribuían también las catástrofes de origen ignoto y todas las enfermedades de etiología desconocida, antaño la mayoría. El psiquismo humano tolera mal la sensación de ignorancia ante los fenómenos naturales. Al igual que se creía que el omnipotente Dios era la causa de aquellos de naturaleza favorable, se pensaba que el casi omnipotente Satán lo era de aquellos de signo desfavorable. Estas creencias son vestigios universales de la percepción maniquea de los progenitores en la infancia. Para el niño pequeño existe, por una parte, la madre o el padre bueno y, por otra, el malo, ambos todopoderosos (y ambos el mismo, claro). Estas imágenes escindidas perduran introyectadas en la psique del adulto, y son las que luego acaban proyectándose. Comprensiblemente, preferimos pensar que las fuerzas del bien son más poderosas que las del mal. Lo contrario resultaría demasiado terrorífico. Luzbel era sólo quasi-omnipotente; por eso no es un dios sino un ángel caído.





Las brujas, emuladoras de Satán, eran "culpables" de toda suerte de desgracias: de plagas, de aojamientos, de monstruosidades, de horrendos homicidios, es decir, de la supuesta actualización de tendencias ocultas en la mente de sus semejantes. La mayor parte de las brujas de tiempos pasados serían probablemente personas bastante elementales, sin control voluntario sobre su psiquismo trastornado. No abundarían las simples simuladoras. Con seguridad, serían víctimas de su propia sugestión. Además, una vez aisladas socialmente, hubo de actuar sobre ellas el factor de la privación sensorial, capaz de inducir estados psicóticos sobre todo en las mentes inmaduras. Las supuestas brujas de antaño sentirían de verdad lo que decían haber experimentado y esto habrá hecho más verosímiles tanto sus conjuros como sus declaraciones. Por asombroso que parezca, las que eran jóvenes, en su autosugestión, podían estar convencidas, por ejemplo, de haber tenido coito con el diablo, a pesar de su doncellez.






Una manifestación tan antisocial como la de la brujería también debió servir de medio de expresión a la rebeldía propia de adolescentes proclives a oponerse escandalosamente a las costumbres cristianas de sus mayores. En el caso de las viejas, la brujería activa —no la simplemente asumida por los lugareños— debió vehiculizar sentimientos de venganza ante su apartamiento social. Además, siendo el núcleo central de la psicología de la bruja su supuesta posesión de poderes especiales, se entiende que esta identidad resultase compensatoriamente atractiva sobre todo a las personas con sentimientos de inferioridad basados en deficiencias o situaciones desfavorables, o en una inmadurez general. Claramente, la identidad brujeril de estas mujeres se prestó también a la satisfacción de tendencias masoquistas, por su calidad de perseguidas.
Ciertamente, los delirios de las brujas fueron igualados por las fantasías de sus perseguidores religiosos. La compilación de éstas más notable e influyente fue, sin duda, el Malleus Maleficarum, enciclopedia demonológica escrita a finales del siglo XV por dos monjes dominicos alemanes, Kramer y Sprenger, con bula papal de Inocencio VIII, que tuvo como finalidad el asistir a los inquisidores en su exterminio de las brujas. Este tratado ha sido acertadamente considerado por el psicoanalista John Nemiah (1980) como "uno de los grandes libros de la psicopatología".






La estructura del discurso del Malleus Maleficarum es la siguiente:
1.Este crimen (la brujería) es el más grave de todos los conocidos hasta ahora y la frecuencia de las brujas es tan alarmante en la actualidad que estamos ante una emergencia que sólo podrá combatirse mediante una guerra.
2.Todo aquel que dude de la existencia de esta emergencia será considerado hereje, cómplice, hechicero.
3.Los inquisidores son infalibles y puros y los enemigos son inferiores.
4.La condena es prueba suficiente de culpabilidad.
5.Cualquier cosa que se salga de lo usual resultará sospechosa. Se garantiza la continuación de la masacre mediante la tortura que apunta a delatar cómplices que a su vez serán torturados para delatar.
El resultado es que termina reduciéndose el poder jurídico o derecho jurídico a la coerción directa o derecho administrativo policial porque contra el Mal, contra el enemigo, todo vale y si se cometen excesos son perdonables en aras de ese objetivo superior a todo que es salvar a la humanidad.
En efecto, muchos de los casos descritos parecen historias clínicas sacadas de textos de Psiquiatría (obsesiones, conversiones histéricas, delirios esquizofrénicos, etc.) Habría que añadir que la psicopatología que salta a la vista en dicha obra no es sólo la de las "posesas". En el Malleus Maleficarum puede leerse ejemplo tras ejemplo de las proyecciones que configuraron los prejuicios oscurantistas de aquella época, justificados con la lógica más burda. A una anciana que no había sido invitada a una boda de prosapia en su pueblo, la observan unos pastores en el monte orinando en un agujero y mojándose los dedos con la orina. El cielo se nubla y cae un granizo que arruina la ceremonia nupcial. ¡Post hoc, ergo propter hoc!, (sucede después de esto, luego es por esto). El pueblo adivina malevolencia en la mujer o le atribuye la que ellos habrían experimentado en su situación de exclusión. La pobre vieja es acusada de practicar brujería y sentenciada a morir en la hoguera.





Los elementos eróticos y misóginos eran fuertes como puede esperarse de una sociedad reprimida sexualmente, dominada por varones, con inquisidores procedentes de la clase de los curas, nominalmente célibes.
- Aproximadamente el 85% de los acusados de la brujería fueron mujeres,
-  La actividad sexual ocupaba un lugar privilegiado en los delitos que se les imputaban. En los juicios se prestaba atención minuciosa a la calidad y cantidad de los orgasmos en las supuestas copulaciones de las acusadas con demonios o el diablo y a la naturaleza del "miembro" del diablo (frío, según todos los informes). 





Según los inquisidores, el método del diablo para reclutar adeptos era la seducción, y las orgías y los aquelarres periódicos eran la recompensa para sus fieles servidores. Los jueces sentían una curiosidad insaciable por los detalles de esas relaciones sexuales, y su diligencia en forzar los interrogatorios se veía recompensada con todo tipo de sucias fantasías, lo que demuestra que el celo puesto en perseguir a las brujas tenia motivos bastante carnales.
- Las mujeres que fueron acusadas de practicar la brujería eran por lo general jóvenes y muy atractivas, todo lo contrario de la imagen estereotipada de una bruja.
-  Las "marcas del diablo" se encontraban "generalmente en los pechos o partes íntimas", según el libro de 1700 de Ludovico Sinistrani. Como resultado, los inquisidores, exclusivamente varones, afeitaban el vello púbico de las acusadas y les inspeccionaban cuidadosamente los genitales. 
En los siglos de psicosis antibrujeril, a las distintas modalidades de herejes les tocó jugar en España ante el Santo Oficio el papel antonomástico de víctimas propiciatorias, reservado en otros países para los acusados de brujería, aunque hay que añadir que la Iglesia llegó a considerar que eran brujos todos los herejes. El religioso Del Río, doctor por Lovaina, aseguró en su obra Disquisiciones mágicas de 1599 que, incuestionablemente, los herejes eran magos, recomendando que se les diese tormento. Apoyándose en estudios de numerosos "eruditos demonógrafos", expuso la tesis de que Martín Lutero fue engendrado en una mujer por un macho cabrío. De todo esto se saca la enseñanza de que hasta las teorías más peregrinas y el odio más enloquecido pueden encontrar justificación y sortear la racionalidad aun en personas instruidas.
Las alucinaciones e ideas delirantes de los esquizofrénicos, naturalmente, giraban en torno a temas diabólicos. Los sociópatas argüían que sus acciones delictivas eran producto de la coerción irresistible de Satán. 






Estaba claro que había que eliminar a las abogadas del demonio en la tierra, las brujas, mujeres fálicas con la escoba entre las piernas, supuestas perpetradoras de tanto mal. Dio esto pie, a su vez, a que la mitomanía, la credulidad pueril, la sugestión tendenciosa, el masoquismo y, sobre todo, el sadismo, campasen por sus respetos. Filósofos reconocidos como Montesquieu y Bodin, contribuyeron activamente a la propagación de las creencias brujeriles. Jean de Meung calculó que la cantidad de brujas que en los sabbaths volaban por los cielos de Francia ascendía ¡a una tercera parte de la población femenina! San Agustín también creyó en las brujas. Caro Baroja (1966), en uno de sus estupendos libros sobre la brujería, cita que este insigne padre de la Iglesia, en La ciudad de Dios, afirmaba que "ciertas mesoneras imbuidas de aquellas malas artes, dando de comer queso a los viajeros, luego los convertían en jumentos que servían para transportes".
Como hemos visto, ni la educación ni la vocación religiosa fueron obstáculo para la psicosis brujeril compartida. Hasta papas hubo, como Silvestre II, León III o Bonifacio VIII, acusados de practicar la magia negra. En el siglo XIV, el papa Juan XXII mandó a la hoguera al obispo de su ciudad natal sospechando que había urdido un maleficio hechiceril contra él. 






Los votos de castidad y obediencia, represores a ultranza de los impulsos sexuales y agresivos —biológica y psicológicamente imposibles de eliminar— hacen que las personas que los profesan se hallen más expuestas a explosiones incontroladas de los instintos. Por ejemplo, en los siglos XVI y XVII, algunos directores espirituales de las congregaciones de mujeres corrieron un riesgo serio de ser acusados por éstas de haberlas incitado con confesiones demasiado inquisitivas a revelar pormenores inmencionables, haciéndolas tomar consciencia de un mundo insospechado de fantasías y sensaciones sexuales. Varios de estos sacerdotes, sobre todo los jóvenes y apuestos, fueron oficialmente acusados de haber creado con artes diabólicas un convento de posesas. Más de uno fue ejecutado. La historia de la brujería es un caso social más del retorno de lo reprimido, fenómeno que, no por elemental, deja de ser espectacular.





Imaginémonos ahora lo que serían las reacciones de la población de los medios rurales de hace cuatrocientos o quinientos años ante la fenomenología brujeril. Por lo que nos dicen las crónicas y a juzgar por lo que conocemos de la psicología de personas ignorantes y analfabetas, los allegados y vecinos de aquéllas tomadas por brujas sucumbirían fácilmente a una psicosis histérica. Se sabe, en efecto, que solían ver imágenes diabólicas por doquier. También se sabe que, de los que no compartieron estas alucinaciones, se supuso a menudo que ¡el demonio les había hecho algún hechizo para impedírselo! Hay que intentar comprender la ominosa sensación de extrañeza de aquella gente simple de pobres recursos cognitivos y verbales ante unas manifestaciones siniestras de origen completamente desconocido y tan alejadas de la impresión que habitualmente les causaban aquellos vecinos y familiares, ahora seguidores de Satán... Algunos actos sobrenaturales de brujería fueron "presenciados" por numerosos testigos. Mencionemos dos testimonios del siglo XVI recogidos por Lisón (1992): "Y luego la dicha mujer se bajó por la pared abajo, andando de pies y manos, como una lagartija; y cuando llegó a media pared levantóse en el aire a vista de todos y se fue volando por él después de haberse todos admirado", y, "Acompañado [el inquisidor] de una veintena de testigos, soldados la mayor parte de ellos, para que pudieran dar fe, un viernes, a eso de la medianoche, instalaron [a la bruja] a que se untara con el ponzoñoso ungüento mágico para volar al aquelarre; la mujer accedió gustosamente. Una vez embadurnada subió a una ventana a tal altura que si un gato cayera quedaría hecho pedazos; invocó al demonio que vino inmediatamente y la condujo por el aire, a vista de todos". Estos ejemplos estrambóticos de “folie à plusieurs” (locura conjunta), hoy raros en Europa pero no inexistentes del todo (ovnis,  apariciones marianas) ilustran el inmenso, contagioso y temible poder de la sugestión.



Centrémonos ahora en un caso particular, el del torturador. No nos referimos sólo al verdugo –que también- sino muy especialmente a aquel que tiene la responsabilidad directa de la tortura.